Como era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja, que Núñez Feijóo fuera investido presidente, casi nadie prestó atención al programa de gobierno que presentó el candidato del PP en su discurso inicial de una hora y cuarenta y tres minutos. Algún analista perezoso olvidó quitar del borrador de su crónica aquello de "no hemos escuchado una sola propuesta…", cuando sí hubo una propuesta de gobierno, aunque fuera lo de menos porque el foco se puso en el asunto de la amnistía y en el bufón.
Quitando la promesa de impulsar la reforma de la financiación autonómica en el primer semestre de 2024, que nadie con dos dedos de memoria puede creerse, el compromiso más importante del líder del PP fue el de volver a elevar las penas para los corruptos al nivel que estaban en el Código Penal antes de que, el pasado mes de diciembre y vía enmienda –sin estar en un proyecto de ley, con lo que ello conlleva de ausencia de informes y debate en el Congreso– se rebajara el delito de malversación a los políticos que distraen el dinero público. No es nuevo, Feijóo lleva insistiendo en eso desde hace meses y en mayo ya ofreció un pacto al PSOE para aprobar juntos esa reforma. Porque hoy hay políticos malversando que no irán a la cárcel gracias a esa rebaja de penas. El error de Feijóo el martes fue empaquetar la promesa con una propuesta de crear un nuevo delito de "deslealtad institucional", ocurrencia que aprovecharon los demás partidos para no hablar de la malversación.
Lo peor del debate fue Óscar Puente. No solo la actuación de Óscar Puente, que también, sino su sola presencia en lugar de la de Pedro Sánchez para tratar de convertir en un circo un debate de investidura que se presumía serio y que acabó siéndolo gracias a las intervenciones del resto de oradores, que sí estuvieron a la altura.
Los incondicionales de Sánchez celebraron la jugarreta como un gran movimiento estratégico que descolocó a Feijóo. Uno tiene sus dudas sobre el resultado del golpe de efecto, dados los precedentes de no comparecencia de políticos llamados a dar la cara. Inés Arrimadas cayó con estrépito de la cima cuando rechazó someterse a una investidura después de ganar las elecciones en Cataluña –se lo reprocharon los mismos que ahora le afean a Feijóo que sí haya dado la cara– para largarse después a Madrid; Rajoy dio una pésima imagen cuando se ausentó del debate de la moción de censura contra él en el Congreso en 2018; y el propio Feijóo arruinó su última semana de campaña del 23J –entre otras causas– cuando no acudió al debate electoral en RTVE, igual que había hecho Ximo Puig, que luego reconoció que se había equivocado.
Para quienes pensamos que la tradición parlamentaria es importante, fue lamentable que el PSOE devaluase todo un debate de investidura solo porque el candidato, con 172 votos amarrados, no tenía posibilidades de conseguir los cuatro que le faltaban, cuando el propio Sánchez se sometió a dos investiduras, en 2016 y 2019, estando en peores circunstancias, con solo 130 y 124 votos asegurados, respectivamente. Nadie le acusó de haber utilizado al Rey.
Y luego están las formas. Sacar a la tribuna a Óscar Puente en el papel de pendenciero a soltar una sucesión de chanzas, al más puro estilo de Rafael Hernando o del Gabriel Rufián primigenio, fue decepcionante para quienes esperábamos un debate de altura. Incluida Yolanda Díaz, que no sabía dónde meterse rodeada de una claque socialista sin asomo de vergüenza.
No nos engañemos, el parlamento siempre ha tenido bufones que animan el debate al mismo tiempo que lo degradan. Empezando por Alfonso Guerra, quien se ha encontrado ahora con que sus faltadas de toda la vida ya no hacen gracia porque los tiempos han cambiado y hoy no podría decir que Soledad Becerril es "Carlos II disfrazado de Mariquita Pérez" ni llamar "monja alférez" a Loyola de Palacio o "señorita Trini" a Trinidad Jiménez. Ni siquiera "víbora con cataratas" a Tierno Galván o "liendre con gafas" a Verstrynge, por lo de las cataratas y las gafas, que por las víboras y las liendres no habría ningún problema, con permiso del Pacma.
La no investidura de Feijóo se cerró con otra lamentable decisión de la presidenta del Congreso, Francina Armengol, que decidió declarar nulo el voto que por error había formulado un diputado de Junts a favor del candidato del PP. Dos días antes ya habíamos vivido el esperpento del diputado socialista Herminio Sancho, al que corrigió la secretaria que ratificaba el voto, también socialista, extrañada por el 'sí'. Pero ahí tenían la excusa de que había leído mal el apellido del diputado y pudo repetirse la jugada. En la votación del viernes, la secretaria que leía, en este caso del PP, confirmó el ‘sí’ del diputado de Junts, que trató de rectificar, y en el recuento Armengol decidió que ese voto era nulo. Una cacicada como la de permitir usar las lenguas cooficiales en el debate para cambiar el Reglamento con el objetivo de permitir que se pudieran usar las lenguas cooficiales.
La buena noticia es que habrá otro debate de investidura, con el líder del PSOE como candidato, y podremos ver, por fin, batirse a un Feijóo que ha demostrado ser muy buen orador y fajador en el cuerpo a cuerpo, frente a un Sánchez que ya lo había demostrado.