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opinión

¿Son tan buenos los aranceles como dicen?

22/06/2024 - 

El pasado 14 de mayo la Administración Biden de EEUU decidió imponer unas tarifas del 100% a los coches eléctricos chinos. Ese día el presidente Biden declaró “Ya sea de gasolina, eléctrico o híbrido, nunca permitiremos que China controle injustamente el mercado de estos automóviles, punto”. Por supuesto, el candidato a la presidencia Donald Trump no desaprovechó la oportunidad de golpear en ese flanco “¿Dónde han estado en estos tres años y medio? Lo tenían que haber hecho hace muchísimo tiempo”. Además, EEUU duplicará las tarifas sobre chips chinos en 2025 y los aranceles sobre las placas solares chinas ya llegarán este año al 50%.

Igualmente, para disgusto de los fabricantes de automóviles alemanes que temen represalias la UE ha aplicado aranceles a los vehículos eléctricos chinos este 12 de junio. La razón es que considera que se han beneficiado de una ventaja “desleal” por los subsidios que han recibido por parte de su gobierno. No obstante, la decisión europea no ha sido tan dura como la estadounidense, además de ser gradual dependiendo de la mayor o menor colaboración con las autoridades en la investigación de los hechos. Así, los aranceles serán del 17,4% para BYD, del 20% para Geely y del 38,1% a SAIC.

De esta manera se constata que estamos volviendo a una era de proteccionismo liderada por EEUU. Una política comercial que va y viene en su historia. Por ejemplo, el primer Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Alexander Hamilton, presentó en 1791 su “Informe sobre Manufacturas”, en el que abogaba porque las tarifas protegieran a sus nacientes industrias, un proyecto en el que se incluía subsidios a las empresas domésticas pagados con dichas tarifas. Además, durante el siglo XIX, preponderantes estadistas norteamericanos mantuvieron vivas las tesis de Hamilton, pues cuan más proteccionistas se mostraron, mejores resultados electorales obtuvieron, como sucedió en las elecciones de 1840 y 1848.

En aquellos días un reputado economista, Henry Charles Carey, se convirtió en el líder de una corriente económica que defendía el “Sistema Americano”. Ésta fue desarrollada en oposición al sistema de “Libre Comercio”, al que Carey llamaba el “Sistema Británico”, ya que fue diseñado por el economista Adam Smith y respaldado por el Imperio Británico. Curiosamente, Carey escribió conjuntamente con el economista germano-americano Friedich List un ensayo sobre la cuestión con el  astuto  título de “Armonía de intereses”. Un trabajo que fue ampliamente difundido en Estados Unidos y Alemania y que sentó las bases de un enfoque anti-comercio libre en ambas sociedades. La teoría de List desarrolla la idea de “economía nacional”, en la que el estado se preocupa por el bienestar de todos sus ciudadanos, opuesta a una “economía cosmopolita” y de libre comercio defendida por los economistas Adam Smith y J.B. Say.

La tentación proteccionista se volvió a manifestar en 1930 cuando los republicanos Willis Hawley y Reed Smoot, promovieron una ley (la Smoot-Hawley Act) para elevar las tarifas a los niveles más altos que Estados Unidos había conocido jamás. En un tiempo de incerteza y crisis económica como el actual sus tesis se impusieron. El resultado fue desolador, pues el resto de los países con los que Estados Unidos comerciaba reaccionaron de una manera recíproca. Ello llevó a un colapso del comercio internacional y a que se intensificará la Gran Depresión.

Actualmente, el enfoque proteccionista de los gobiernos intenta integrar la política económica con la seguridad nacional. Por un lado, se trata de intentar recuperar industrias y puestos de trabajo en sectores que han sido deslocalizados, a la vez que crear nuevas fábricas y trabajos en industrias sensibles como la de los chips que también han sido desplazados a otros países como consecuencia de la especialización de las redes de suministro. Por otro lado, se pretende mejorar la seguridad nacional, frente a riesgos como las fluctuaciones del mercado en las materias primas y los insumos energéticos, los shocks impredecibles como las pandemias y las tensiones geopolíticas.  De esta manera se pasaría de una perspectiva que apostó por la hiperglobalización y por unas cadenas de suministro interconectadas a través de varios continentes, a un enfoque más restrictivo y basado en el control geoestratégico. 

Así, una amplia gama de responsables de políticas internacionales y líderes abogan por ello. Por ejemplo, Jake Sullivan, Asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, “Podemos defender nuestros intereses de seguridad nacional y tener una competencia económica saludable”; Janet Yellen, Secretaria del Tesoro de Estados Unidos, “Seguimos siendo la economía más grande y dinámica del mundo. También nos mantenemos firmes en nuestra convicción de defender nuestros valores y la seguridad nacional”; Ursula von der Leyen, “Europa se convierte en la primera gran economía en establecer una estrategia sobre seguridad económica”; Emmanuel Macron, Presidente de Francia, “La autonomía estratégica debe ser la lucha de Europa” y Narendra Modi, primer ministro de India, “Cuando el mundo está en crisis, debemos comprometernos, un compromiso que sea mayor que la propia crisis. Debemos esforzarnos por hacer del siglo XXI el siglo de India y el camino para lograrlo es la autosuficiencia”.

No obstante, ¿qué falla en la política proteccionista? En primer lugar, imaginemos que una nueva administración Trump impone unas tarifas del 100% en todos los productos importados de China. Pero, no solo con China, también con todos los países que exportan más a EEUU de lo que importan, los cuales, según Donald Trump están aprovechándose de su país. Ello provocaría una menor demanda de importaciones y, en consecuencia, caería la necesidad de comprar moneda extranjera para pagar esas importaciones. 

De esta manera se fortalecería al dólar, lo que dañaría al sector más competitivo de la economía estadounidense, sus exportadores. En segundo lugar, el país al que se le aplican las tarifas, China, va a reaccionar de una manera similar, es decir, imponiendo aranceles como represalia a productos estadounidenses o europeos. Por ejemplo, en la guerra arancelaria desatada por la administración Trump en 2018, China impuso aranceles sobre el algodón, el sorgo y la soja estadounidense de los cuales era el principal importador mundial. En consecuencia, la Administración Trump tuvo que aplicar subsidios agrícolas a estos productores para compensarlos. En esta línea un estudio publicado por el National Bureau of Economic Research en enero de 2024 afirma que “los aranceles de represalia tuvieron un impacto negativo constante y significativo en el empleo; y sólo una pequeña parte de estos efectos adversos fueron compensados por los subsidios agrícolas”. Sorprendentemente, o no, el trabajo expone que “La guerra comercial parece haber logrado fortalecer el apoyo al Partido Republicano. Los residentes de lugares protegidos por aranceles se volvieron menos propensos a identificarse como demócratas y más propensos a votar por el presidente Trump. Aunque el objetivo de traer de vuelta trabajos al corazón del país siguiera siendo esquivo”.

Y ésta es la clave del asunto. La realidad de cómo se comporta la economía queda en un segundo plano respecto a la narrativa política que se puede crear, pues, parece que los votantes estadounidenses responden favorablemente a la extensión de las protecciones arancelarias a las industrias locales, pese a su costo económico. De esta manera, se generan unos incentivos políticos claros y muy poderosos para todos aquellos que persiguen su elección o reelección. En conclusión, como diría Martin Wolf, periodista y editor de Financial Times, los aranceles son malas políticas económicas, pero buenas políticas para los políticos.

Felipe Sánchez Coll (izq.) y Colin Donaldson (der.) son profesores de finanzas y emprendimiento, respectivamente, en EDEM

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