Hoy es 12 de octubre
Hace unos días nos enseñaban un proyecto/sueño para recuperar socialmente el denominado Plan Sur como espacio urbano. El mismo que durante años pagamos a base de sellos. Idealizar está muy bien, pero mejor concretar ciudad y, sobre todo, ejecutarla de forma ordenada y decidida
Aquellos que entre los años 1963 y 1985, en sus tiempos libres, ayudaban en labores profesionales de sus mayores, algo así como encartar correo, pegar sellos o doblar papeles, recordarán que cada una de las cartas que se enviaban desde Valencia debía de llevar un sello complementario de 25 céntimos de peseta. Era una cantidad menor, salvo si alguien, como era el caso de mi padre, efectuaba al mes abundantes envíos de misivas con pedidos, facturas y albaranes. Ni fax, ni mail, ni nada de nada. Correo ordinario puro y duro -lástima que se haya perdido el género epistolar- y monopolio de Correos.
Esa pequeña cantidad no era más que un modelo impositivo para hacer frente a lo que se denominó Plan Sur, aquel que sirvió para desviar el Turia, evitar su paso por el centro de la ciudad y una nueva riada que como en 1957 anegó Valencia. Fue un hecho único, aunque en más de una ocasión un servidor llegó a ver el antiguo cauce a un metro de nuevo desbordamiento.
Así que, por aquel entonces los valencianos ya estábamos siendo “sangrados” por el Gobierno central de forma sutil. La sociedad colaboraba a pagar una obra civil que si algo hacía era intentar evitar una nueva catástrofe. Ahora no es que paguemos tributos como el que más o por encima sino que peor, se los quedan para otros y a nosotros nos llegan migajas o hasta nos niegan el pan y la sal.
A raíz de la presentación del proyecto diseñado para el Ayuntamiento de Valencia con la idea de restituir el nuevo cauce como espacio público, y que muy bien describía en estas páginas Carlos Aimeur, he recuperado algo de su historia para ponerme al día y recordar que el Plan se aprobó en 1958 por el Gobierno franquista, aunque las obras en sí no concluyeran hasta diciembre de 1969, finalizadas en su totalidad en 1973. Sin embargo, estuvimos pagando otros diez años más los 25 céntimos correspondientes para ese proyecto de ingeniería hidráulica imprescindible, pero que también dividió L’Horta. Cumple su ejecución 50 años desde el final de las obras mayores. Una efeméride que ha servido para que el alcalde Joan Ribó diera a conocer un ambicioso o quimérico plan que pasa por revivir un cauce inutilizado, que ya no da quebraderos de cabeza y permitiría toda una red de jardines, espacios públicos y lo mejor, la conquista del mar, algo que Valencia siempre ha necesitado aún siendo en gran medida una ciudad que ha vivido por lo general o durante muchas décadas de espaldas a él.
Me parece una idea muy interesante. Mucho, aunque no tenga fecha ni exista dotación económica para su realización. Aún así, creo que València debería tomar esta iniciativa muy en serio y no dejarla como otra de esas ambiciones populares que tanto nos gustan a los valencianos y dejamos de lado a causa de nuestro meninfotisme tan particular. O sea, fuegos artificiales.
Ese tipo de proyectos son los que hacen ciudad y une capas sociales. Ya se vio en la defensa por la sociedad valenciana de un Saler alejado de especulación -gran exposición la que le dedicó La Nau de la Universitat- o el proyecto de convertir el cauce antiguo del Turia en un ramal verde y no en una autopista, como se llegó a proponer. Hoy ese jardín de once kilómetros es una de nuestras más valiosas inversiones. Nadie duda de su utilidad y menos de su disfrute.
Me gusta la idea, pero también creo que quedará en el aire si no es la sociedad civil quien se lo toma en serio. Quedará para el archivo. Somos parte de una realidad que siempre deja o lleva dejando desde hace mucho tiempo la ciudad inacabada. Entren por cualquiera de las arterías principales y se darán cuenta que llega un momento en que la ciudad se desploma ante sus ojos. Aún no hemos sido capaces de terminar de urbanizar o recuperar el tramo del antiguo cauce hasta el mar, el Cabanyal con un paseo marítimo de primer nivel que nos merecemos, y ya nos ponemos a mirar otra cosa.
Nos hemos gastado un autentico dineral en proyectos superfluos e innecesarios, pero lo dejamos todo a medias: desde una línea de metro que parece se recuperará después de casi diez años sin concluir, un estadio de fútbol que cumple otros tantos, un jardín central recién inaugurado en su primera fase, pero que quizás muchos de nosotros jamás lo veamos terminado, y hasta una ampliación del Jardín Botánico -maravilla- que continúa muerta sine die. Por no hablar de las múltiples carencias de los barrios más alejados del centro de la ciudad y hasta céntricos como Velluters o Sant Bult. Totalmente olvidados.
Al menos soñamos. Todavía es gratis. Pero perdemos mucho tiempo hablando de pequeños detalles de ciudad o tropelías de tráfico y peatonalizaciones cuestionables y/o aprovechables políticamente para incordiar, pero aún parece que no existe un proyecto global del tipo de metrópoli que queremos. Al menos lo desconozco. Así que, actúen que el tiempo corre.
Está muy bien soñar. Y que un alcalde lo haga y nos lo transmita, aún más. Pero yo prefiero realidades frente a fantasías. Para eso mi padre, como su generación y otras más, se dejaron durante tantos años una pasta en sellos que aún guardo junto a la caja de madera, el bote de engrudo y aquel ligero pincel que nos hizo solidarios o simplemente soñadores.