Algunos de los coleccionistas que cedieron temporalmente sus cuadros de Joaquín Sorolla al Museo San Pío V de Valencia han comenzado a retirarlos. Mal comienzo, triste tránsito. ¿Compromiso, interés partidista, gesto político momentáneo, malas condiciones o sentido del negocio? De momento, un buen número de piezas se descuelgan
VALENCIA. Íbamos para bingo, pero se colaron los coleccionistas. Siempre sucede lo mismo. Y en esas estábamos cuando se rompió el amor. No quería hablar de museos, ni de coleccionistas y menos de coleccionables. Tenía pólvora en torno a una alquería dedicada, inicialmente, a la creación de nuevas generaciones de artistas. Ha terminado convertida, como lo suponían muchos en su momento, en un hotelito con encanto. La Generalitat y la Diputación de Valencia aportaron cerca de 200.000 euros de dinero público en el proyecto. Y no pasa nada.
Han sido de nuevo las circunstancias las que nos han traído hasta aquí. O ver cómo se tambalea la supuesta sala dedicada a Joaquín Sorolla en el Museo San Pío V, que tiene lo suyo. Ignacio Pinazo era y ha sido para la progresía el inicio de la modernidad. Lo entiendo. Se comprende desde la perspectiva social, económica, productiva y temática. Sorolla ha sido siempre el delfín de la derecha y la burguesía más pura. De la más reciente todavía multiplicado por tres. Era/es rentable. Fácil de justificar y entender; un objetivo sin riesgo y con garantías propagandísticas y familiares. Pero también un grande.
De él, obviamente, no salió nunca un tipo de mensaje crítico salvo en sus años iniciales en los que la pintura tenía un alto carácter social. Los intentos inmateriales suelen conducir al caos y al abandono. No se pueden construir barcos sin velas. Y menos aún museos o salas museísticas sin autentica colección y discurso metodológico cuando de lo que se trata es, simplemente, aparentar, reabrir debates innecesarios y sacar rédito sencillo e inmediato.
Antes fue Benlliure. Sin apenas condiciones museísticas y en plan bastante débil se abrió una denominada Sala Benlliure en el pabellón de su mismo nombre ubicado en los Jardines de Viveros. Al poco tiempo quedó en el olvido. Fue rápido, pero se le sacó cierto partido propagandístico. Era de lo que se trataba. Gran cola mediática y después aquí paz y mucha gloria circunstancial. No sé si alguien sabía hasta entonces quienes eran en profundidad todos los Benlliure cuando muchos ni siquiera han pisado su Casa Museo para tomar nota u observar las grandes personalidades de la saga familiar y artística. Pero existían unos moldes de escayola. Así que, una mano de pintura…y a inaugurar. Después se cerró sin publicidad ni propaganda y todos contentos. Ya tenían el crédito.
Nunca se entendió lo de la sala Sorolla del San Pío V,montada a la carrera en plena fiesta electoralista, cuando el debate estaba en juntar sí o sí todos los cuadros que nuestras instituciones poseen del artista para montar un centro serio en torno a su siglo y coetáneos. Algo que distinguiera y ofreciera el protagonismo deseado. Valía la pena. Pero alguien se precipitó. O le molestó que algún "cerebrín" se adelantara; así que, sin más, se dinamitó. Y en esas seguimos. En la nada más residual. Un problema de egos e intereses espurios.
Menos sentido tenía aún una gran sala Sorolla temporal, que es lo que se hizo, borrando del museo parte de la imaginería religiosa de la Desamortización y entrando en ella a saco; o rompiendo un discurso museístico que tanto costó respaldar y Fernando Benito, ex director del museo, supo organizar. Pero daba igual. Lo importante siempre ha sido el “resultantismo” inmediato.
Ahora, por lo que cuentan, se están escapando del museo San Pío V, en fase de recuperación sistémica, todos aquellos cuadros que agentes privados cedieron para la nueva reconstrucción sorollística valenciana. Lógico. O interesado. Algunos lo llaman melancolía. Bonita forma de sintetizar el sentido de la revalorización artística. Tú me lo cedes de forma temporal y yo los expongo. Después de un breve tiempo de cesión, que nunca donación o depósito a largo plazo, se los llevan catalogados, o sea, revalorizados. Más tarde, seguramente, aparecerán algunos en una subasta a buen precio.
Pero es que de aquella sala, galería, que se montó en el Museo de Bellas Artes para rendir glorias fáciles, salen resultados objetivos. Algo más de público con el que poder aumentar las cifras de una desidia general y maquillar realidades. Se han ido y están yéndose, según cuentan, tres cuadros que estaban cedidos por sus propietarios para esa sala con fecha de caducidad. Y mira que hay entre ellos auténticas piezas imposibles para un museo.
A final de mes, cuentan, pasará algo similar con otros seis. Así hasta la docena ¿No sé fían? ¿Qué ocurre? ¿Alguien que lo explique? No sé qué esperaban en explicar lo sucedido y facilitar mayores detalles quienes negociaron los convenios.
Nadie duda que un centro Sorolla es, o debería de ser, necesario en esta ciudad por identidad patriótica y para satisfacer movimientos de proximidad e identificación pictórica y de paso reivindicar cierta valenciana. Es un gran pintor. Y nos representa como otros muchos.
Pero tampoco ha servido de inicio y menos de conclusión en torno a la obra del artista valenciano y sobre todo de su generación, muchos de ellos por descubrir aún en toda su extensión. Ahora se ve. Se llevan los cuadros del museo sus propietarios reales. ¿Por qué no los cedieron en su día y no sólo de forma muy temporal? Existen fórmulas legales para cerrar acuerdos sine die. Pero había que trabajar el asunto y resultaba algo farragoso.
La ciudadanía tampoco importa. El XIX en el museo no es que sea un caos, es que lo ha sido y nadie aún ha pensado en darle su auténtica relevancia en todos estos años de atrasos en su rehabilitación e implicación museística. Ahora casi ni está por cuestión de obras materiales. Los egos son trepidantes. Las antiguas salas del XIX tenían goteras y nadie se preocupaba de ellas. Bueno, se ponían ventiladores para secar las humedades.
Cuando Consuelo Ciscar, con todos los defectos que queramos y sus virtudes observables, propuso crear un Museo del XIX, iba bien encaminada, pero los leones la devoraron. Quizás se precipitó al no calcular la implicación que necesitaba de todas las instituciones y lo que les cuesta arrancar el patrimonio de sus redes patrimoniales. Manías y protagonismos son un problema. Fue un error de cálculo, pero la sugerencia tenía un sentido y su lógica. Después de los Primitivos y renacentistas, al margen de Ribera, a nivel económico y artístico, lo más destacable en el arte valenciano es el XIX. Aún por redescubrir en toda su intensidad y no sólo basado en una reducida lista de nombres. El segundo gran Siglo de Oro valenciano.
¿Por qué todos los gestos relacionados con Sorolla desde aquí no han tenido ningún tipo de contraprestación desde el propio Museo Sorolla de Madrid, en el que el Ministerio decide y la familia asiente? ¿Por qué los grandes proyectos del Museo de Madrid han pasado desapercibidos para nosotros cuando algunos llevan muchos años de genuflexión? No creo que sea únicamente culpa nuestra. La familia tampoco ha querido aunar esfuerzos, pero sí ha recibido muchos parabienes. Como si todo dependiera de ella.
Sí creo que Valencia debería de tener un centro Sorolla. Hay grandes obras en nuestras instituciones. Desde la Diputación a la Generalitat i/o el Ayuntamiento. Hasta Rita Barberá, nuestra desaparecida ex alcaldesa, tenía un gran cuadro, una joya, Mi familia, en su despacho personal. Una inmensa obra que no sé si el alcalde Joan Ribó mantendrá o accederá a su socialización universal después de la reforma de unos aposentos que aprobó el PP, aunque quiso vender su encargo de forma errónea al nuevo equipo municipal. Allí había, según se sabía, un Sorolla, un Joan de Joanes, y no sé cuantas piezas renacentistas más para disfrute del entorno y deleite de sus próximos y visitantes. ¡Menudo lujo!
Y en la Diputación, ni lo cuento. Esto lleva a preguntar si realmente las grandes obras de arte que esconden algunas de nuestras instituciones públicas han de ser privadas de unos pocos y no de todos, como lo es ahora el propio balcón del Ayuntamiento. Habría que saber cuántas grandes piezas de nuestro patrimonio decoran despachos privados de nuestros políticos y todos aquellos a los que la ciudadanía no puede acceder siendo propietario de ellos.
¿Conocemos los inventarios de nuestro patrimonio público y dónde están o si se han podido ir? Algo así sucedió con los fondos que aparecieron en el Monasterio del Puig, casi 250 obras del San Pío V cedidas hace cincuenta años sin pasar filtros ni controles y algunas restauradas sin control ni supervisión oficial. Habría que mirarlo.
La sala Sorolla se desvanece, el centro es un eufemismo en sí mismo. Muchos de los grandes cuadros del artista continúan ocultos en espacios institucionales y sin acceso directo. Al final, negocio, ocio y lujo privado. Desinterés real y supuesta ausencia de predisposición al diálogo. Puro interés. De momento, cantamos línea, aunque no tengamos premio.
Por cierto, animo a visitar en el museo la exposición temporal “Tiempos de Melancolía. Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro”. Y de de paso, a redescubrir con calma nuestros Primitivos, y a mirar de nuevo a Sorolla antes de que desaparezca. ¡Qué lujo!