FICHA TÉCNICA Palau de Les Arts Reina Sofía, 16 septiembre 2022 Zelle Autora, Jamie Man Texto, Peter Stamm Sonido, Asco/Schönberg Dirección escénica, Jamie Man Contratenor, Steve Katona Actor Noh, Ryoko Aoki Cantante de garganta, Olesya Zdorovetska
VALÈNCIA. Nunca hubo tanta oscuridad como ayer en la sala pequeña del coliseo del Turia, con la puesta en escena de Zelle, performance sorprendente estrenada en 2021, de la londinense Jamie Man, con la que Les Arts reabre, para una temporada verdaderamente diversa y completa. La obra, que habla de la falta de respuestas de la sociedad ante tantas preguntas formuladas, -asunto tratado por Albert Camus en su día-, es realmente perfecta para espectadores que quieren experimentar en un mundo sórdido, surrealista y absurdo, y variar con espectáculos nuevos de lenguajes extraños, ante los que el propio titular de la sala, Martín i Soler, fliparía.
El espectáculo es presentado por su autora como ópera de cámara. Pero nada tiene de ello, pues no hay música ni canto sino más bien fusión de sonidos electrónicos distorsionados, ni actores reconocibles sino personas deambulantes, ni diálogos ni trama expresa sino más bien emisión en troceada dispersión de ideas y conceptos.
Aunque por momentos lo parezca, no es que no se ajusta bien el dial del transistor, ni se ha estropeado el teléfono, ni han comenzado a repicar con martillo en la obra del Palau de la Música, no. Es que estamos en Zelle, con todo su chorreo de sonidos ruidosos rotos y estridentes.
En realidad se trata de un montaje híbrido y mezclado en sucesión de silencios largos con sonidos discordantes más o menos molestos, pero todos ellos modificados, entre los que se alternan las voces del narrador en alemán, con las explicaciones de la supuesta protagonista en japonés Noh con el contratenor, y las emisiones guturales de la cantante…, todo ello traducido al valenciano en la pantalla frontal.
Y, precisamente, ese cartel luminoso para el texto es lo que mejor se ve, ya que el escenario, a lo largo de los 56 minutos de función permanece oscuro; muy oscuro. A ratos con más niebla, y a ratos con menos, pero siempre oscuro. Apenas puede adivinarse cómo los deambulantes actores se mueven como almas en pena, casi siempre a cámara lenta, o bien se aquietaban. La oscuridad es la clave da la obra. Porque ¿hay algo más oscuro que no obtener respuestas a las preguntas?
Sí: en Zelle es todo oscuro porque Man sostiene que la oscuridad en la celda humana puede ayudar a ver de manera diferente, puede invitar a experimentar sensaciones distintas frente a los sonidos, y a imaginar en lugar de limitarse a ver.
El estilo encuentra sus referencias en Goebbles, en la performática Laurie Anderson, Soulages, Lynch y Godard, si bien Man ha introducido referencias al milenario teatro Noh japonés, a la fotografía monocromática y estática, y con incisión decidida en la surrealista y permanentemente oscura atmósfera que invita a la búsqueda de la fina línea entre los hechos y la ficción. Ahí es nada.
El clima de intranquilidad es permanente a lo largo del espectáculo. A ello, contribuye sin duda el hecho de que los sonidos percutientes, reverberantes, y ostinatos procedentes tanto de guitarra eléctrica como de los sintetizadores electrónicos, y de las voces humanas, se escuchan mezclados y reproducidos desde las cajas acústicas, sin posibilidad de conocer quien las emite ni desde dónde.
La imposibilidad de identificar los personajes y la procedencia de las emisiones vocales abiertas, temblorosas y balbuceadas en forma de gárgara, es realmente desagradable y desconcertante, en la línea del pretendido resalto de la desubicación y la despersonalización del hombre en la cárcel de la sociedad.
El experimento Zelle resalta las contradicciones de la sociedad, y propicia la posibilidad de vivir una experiencia misteriosa y opresiva, en alabanza de lo inconcreto. Aquí todo es inconcreto. No se sabe quien emite sonido, dónde está el que habla, qué hay en el escenario, qué desarrollo tiene la trama, pero no importa, porque como dice el proponente de la dramaturgia de la obra, Tomas Serriën, Zelle no es para ser entendida, sino para ser vivida.
En Zelle, la confusión es patente. Entre tanto ruido y conjuro vocal, no se sabe quién tiene el uso de la palabra. En el incisivo caos no hay canto. No hay música. No hay diálogo. No hay luz. Pero…¿qué más da?
Buena pregunta a la espera de respuesta.