Teatro y danza

'La gran cena', una advertencia para el presente poblada de fantasmas del fascismo pasado 

Arden Producciones estrena una comedia satírica con música en directo cuyos comensales son una versión hiperbólica de los dictadores europeos del siglo XX

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VALÈNCIA. Chema Cardeña llevaba meses trabajando en su nuevo espectáculo cuando descubrió que coincidía en título y parte del planteamiento con el vodevil de Manuel Gómez Pereira La cena, donde un grupo de republicanos debe preparar un banquete para Franco. “Menos mal que de entrada se me ocurrió ponerle La gran cena, porque en principio, los títulos coincidían. Incluso pensé llamarla La última cena, pero me dije que ya iba a meterme en bastante lío”, comparte el director, dramaturgo y también actor del espectáculo programado en la Sala Russafa del 13 de diciembre al 25 de enero.

El lío al que se refiere es una comedia que sitúa al público en una Nochevieja distópica de 1943. La última noche del año reúne a tres dictadores paródicos, Gandolf Hider, Pelayo Fango y Bruno Montalvini, que celebran un ágape para comerse las 12 uvas junto a sus esposas. Los países ficticios que representan son Vandalia, Teutonia y Etruria, sátiras cristalinas de los regímenes fascistas del siglo XX.

La coincidencia con la película que llegó este otoño a los cines es una muestra del zeitgeist, esa palabra alemana con la que se puede explicar la sincronicidad creativa que aparece cuando una misma preocupación flota en el ambiente. El fundador de Arden Producciones empezó a escribir su obra hace dos años y la recuperé a principios de 2025 para acabarla. Ha sido casualidad, pero tampoco le preocupa, puede servirle de publicidad.

La decisión de retomar esta idea ahora es su preocupación acuciante por la banalización del discurso neofascista, la manipulación en los medios y el avance global de la ultraderecha. Por eso, afirma, esta obra “es necesaria, perentoria y muy urgente”. Cardeña observa una sociedad adormecida, “completamente abotargada”, incapaz de percibir hasta qué punto está siendo manipulada. Para ilustrar el manejo actual de la opinión pública da un ejemplo concreto: “Me parece de una desfachatez tan grande que hoy se pueda decir libremente en una televisión pública que vivimos en una dictadura... Hay que recordar a la gente lo que fue realmente el franquismo”.

Ese espíritu crítico, que el creador ha explorado a lo largo de tres décadas al frente de su compañía, se sirve de la comedia como vehículo. Humor negro y música en directo le sirven para emular a creadores que hicieron otro tanto en el pasado valiéndose también de la risa: Charles Chaplin con El gran dictador (1940), Ernst Lubitsch a través de Ser o no ser (1942), y los más recientes Roberto Benigni, responsable de La vida es bella (1997), y Taika Waititi, realizador de Jojo Rabbit (2019).

La Sala Russafa acompañará el estreno con una exposición en su vestíbulo donde reunirá a estos creadores que han combatido el totalitarismo desde la risa.

“Con la comedia, de entrada, no avasallas al público, dándole unas consignas muy claras. Es una forma de expresión mucho menos invasiva -se extiende el responsable de esta pieza-. Cuando te ríes, abres la boca y también el cerebro. Esa relajación que te provoca este género, esas situaciones esperpénticas, con alguna al borde del paroxismo, te hacen vivir más relajadamente la historia que te están contando”.

Su objetivo es que llegue un momento en el que el espectador o la espectadora se pregunte de qué por qué se está riendo, “cuando en realidad lo que le están contando es tremendo”. Esa tensión entre carcajada y conciencia es el motor de La gran cena.

Romper el esperpento de la cuarta pared

Chema Cardeña encarna a Gervasio, un camarero que sirve de contrapunto moral y de hilo conductor. Junto a él, protagonizan el montaje Darío Torrent, Raquel Ortells, Jaime Vicedo, Rosa López, Vicent Pastor, Iolanda Muñoz y el músico Gilberto Aubán. 

“Mi personaje empieza hablándole al público. Les cuenta que van a asistir a una ficción que pudo o no haber ocurrido. Rompe constantemente la cuarta pared, paraliza la acción y reflexiona sobre la propuesta a la que están asistiendo”, detalla el director de escena. 

En el juego metateatral que acompaña y contrapesa las barbaridades que los personajes sueltan con absoluta naturalidad, se recurre a la filosofía, con referencias a Nietzsche y al análisis histórico.

La caricatura, explica el también intérprete, solo funciona si se parte de la verdad. Por eso su trabajo comenzó revisando discursos y gestualidades de Mussolini, Hitler y Franco. “Son esperpénticos: Mussolini parecía un dibujo animado; Hitler parecía que iba a ser abducido en sus discursos; y ver a Franco soplándole a su hija qué decir, es casi surrealista”.

En la entrada a la Sala Russafa, al público le espera en el vestíbulo la proyección del célebre discurso final de El gran dictador, donde “el cómico más grande de la historia” dedicó su momento más solemne a advertir contra el fascismo. Lo mismo pretende Cardeña.

Fachas de ayer y de hoy

Durante la cena, las parejas de los dictadores discuten, entre rayas de cocaína, cuál es el método más “eficaz” para matar empleado por sus enamorados, si el fusilamiento, si la cámaras de gas… Al tiempo, los dictadores se reparten elogios, planean golpes de Estado sin derramar sangre y revelan técnicas de manipulación mediática que resultan familiares hoy en día. 

Aunque La gran cena está ambientada en 1943, su objetivo es mirar de frente 2025. Chema Cardeña reconoce que estuvo tentado de caricaturizar a figuras actuales, como Trump, Putin, Bolsonaro, Milei, Meloni, Aznar y Ayuso, pero cambió de opinión porque considera que actualidad nos abruma hasta anestesiarnos. “La gente ya se ha olvidado de Gaza, y en Gaza se sigue matando. No digamos de la hambruna en África. La repetición normaliza la barbarie”.

Ahí es donde, asegura, reside el poder del espejo histórico. Al asistir a esta representación se exponen patrones frente al público que quizá ha dejado de ver en el presente. 

En el transcurso de la trama incluye incluso una subasta de “tipos de fachas”. Esta la facha Barbie, el fachapatriota, el fachacuñado, la facha cristiana… Todos ellos y ellas repiten consignas contemporáneas del tipo “para cuándo un día del orgullo macho”, “yo no soy de izquierdas ni de derechas”, “las feministas son terroristas”, “yo creo en la cultura del esfuerzo” y alusiones a los inmigrantes. 

Lo inquietante, admite el dramaturgo, es que algunos personajes resultan incluso entrañables. “Me preocupaba que el público se encariñara demasiado con ellos. Pero es parte de la trampa del populismo: disfrazar la maldad de cercanía”. Él mismo recuerda ver los mensajes navideños de Franco durante la infancia como “el discurso del abuelito”. El dictador le despertaba ternura.

El brazo armado de los conventos

En la obra, la mujer del personaje de Gervasio está en un convento, presentado por el régimen como centro de formación moral, pero descrito por él como un espacio de hambre, aislamiento y castigo. “Eran prisiones encubiertas. Se educaba a las mujeres en valores supuestamente puros, pero se ocultaba una realidad de encierro y represión”, explica abiertamente lo que deja entrever en la conversación que su personaje mantiene con la sala.

En un momento en el que se está mirando con atención y cercanía los noviciados, tanto a través de la Concha de Oro del Festival de San Sebastián esta edición, la película Los domingos, de Alauda Ruiz de Azua, como la imaginería del disco Lux de Rosalía y la atención en los Premios Soletes Repsol a la repostería en los conventos españoles, Cardeña se refiere a la religión como “el brazo armado del fascismo”. Y completa, “ya sea la dictadura española o la argentina, donde el lema era Dios, patria y hogar, cuando se habla de valores, siempre salen los mismos”.

La presencia de un músico republicano que ha sido traído desde un campo de concentración solo para amenizar la velada completa ese contraste brutal entre apariencia y realidad, que en las funciones se contrastará con audiovisuales.

“Hay momentos especialmente potentes: los tres dictadores cantando On the Sunny Side of the Street, de Louis Armstrong, mientras se proyectan imágenes de trabajos forzados; o las tres esposas fascistas interpretando Man! I Feel Like a Woman!, de Shania Twain, mientras vemos ejercicios de la Sección Femenina”, concreta.

La música en directo es uno de los pilares del espectáculo. Arranca con temas propios de los años cuarenta, de autores de referencia del periodo, caso de Cole Porter, Irving Berlin y Con Conrad,  para ir acercándose al presente, con éxitos de, por ejemplo, Raffaella Carrà y Camela. “Engañamos un poco al público: empezamos de manera ortodoxa y, conforme la función avanza, la hipérbole crece, los personajes se van desbaratando y la música también”.

La estética acompaña ese descenso: “Entran impecables, perfectos, elegantísimos… y poco a poco se van descomponiendo”». La cena de Nochevieja acaba siendo un carnaval grotesco en el que afloran rivalidades, peleas, delirios de grandeza, paranoia, cuchillos, bailes, brindis y discursos tan disparatados como aterradores.

Todo, insiste su artífice, sin mencionar ni un solo nombre real, ni de los líderes totalitarios europeos del siglo XX ni de los países de Europa donde ejercieron el poder de manera sanguinaria, pero sin perder el anclaje histórico. “No se puede acusar a nadie porque no son ellos. Pero el público reconocerá que se están diciendo las mismas cosas que hace 90 años, siguiendo los mismos mecanismos de manipulación y corrupción”, espera Cardeña, quien acaricia el anhelo de que este análisis de cómo nacen, crecen y se sostienen los totalitarismos se convierta en una llamada a la responsabilidad colectiva y que ninguna de las personas en el patio de butacas se atragante en el intento.

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