VALÈNCIA. Lola Blasco (Alicante, 1983) recibió la noticia sobre la demencia de su padre mientras escribía una obra sobre el alzhéimer que este próximo 20 de noviembre se escenifica en el Teatre Rialto, Los días lentos. A partir de esa azarosa, terrible encrucijada entre realidad y ficción la escritura se volvió muy honesta.
“Ha sido muy duro, la verdad, porque ya sé todo lo que va a pasar. Como ya he hecho la investigación completa sobre el tema, no voy descubriendo poco a poco la enfermedad o cómo evoluciona, sino que ya sé en qué lugar de su dolencia se encuentra. Me he adelantado”, comparte la dramaturga y directora de escena.
Conocer demasiada información ha sido un trance doloroso que en contraste ha infundido verdad al texto, porque está creado desde su vivencia en primera persona.
Blasco, que se alzó con el Premio Nacional de Literatura Dramática 2016 por, en palabras del jurado, captar “con lucidez la realidad” en su propuesta Siglo mío, bestia mía, vuelve a fijar su aguda mirada en un desasosiego al que ha dotado de humor y ensoñación.
En suma, concreta: “Ha sido positivo para la obra artística, pero para mí, no tanto”.

- Hasta ahora has centrado tus dramaturgias en hablar de los desesperanzados. ¿A cuáles retratas en Los días lentos?
- En Los días lentos, más que sobre víctimas, trato sobre la fragilidad humana, la vejez y la soledad, porque todos vamos a pasar por ese lugar de transición en algún momento.
- ¿Cómo ha estado condicionada tu obra por la presencia mediática de la tercera edad en los últimos años?
- A mí me parece que no han estado tan presentes... Ahora es verdad que se están empezando a ver obras artísticas que tratan el tema, pero los ancianos y las ancianas nunca están de moda. De hecho, los asilos de ancianos están normalmente a las afueras de la ciudad, al igual que los cementerios. Me parece que ante una sociedad que está cada vez más envejecida, es importante y evidente hablar de una vejez digna y de que los últimos años de nuestra vida no sean solo sufrimiento.
- El cuidado de los padres y abuelos para que no sufran con la senilidad o el cáncer es la realidad más simple y la más universal. ¿Cómo resonó Los días lentos en la audiencia del Teatre Arniches, donde se estrenó?
- Por supuesto. Toda persona que haya tenido que ser cuidada o que se haya convertido en cuidadora, va a entender muy bien de qué va esta pieza. Quizás en la juventud no lo pensamos tanto, pero sí a partir de determinada edad. Aún así, ha venido mucha gente joven que también lo vive, porque tienen abuelos. Es una forma universal de sensibilizar, porque este envejecimiento, esta transformación y esta muerte es lo que nos hace humanos y no máquinas.
- Cuando Gaspar Noé estrenó Vórtex, la película en la que retrata el declive de un matrimonio de ancianos, después de su propia madre durante la pandemia, declaró: “Ya he hecho films con los que los espectadores han pasado miedo, se han puesto cachondos o se han reído. Esta vez quería hacerles llorar tan fuerte como yo lo he hecho, tanto en la vida como en el cine”. ¿Era también esa tu intención?
- La gente llora porque no es un tema agradable y no vamos a esconderlo. Lloran igual que lo he hecho yo. El espectáculo es muy emotivo, pero también te ríes. Hay momentos para la risa porque me parece importante buscar esos instantes más luminosos que hacen que la pieza resulte atractiva. Como también hay mucha belleza plástica.
- Cuando estrenaste El teatro de las locas destacaste que la resistencia pasa por tener sentido del humor. ¿en este caso para qué sirven las risas?
- Para ofrecer alivio. Para mí, el sentido del humor es necesario para vivir, para soportar la existencia, y por eso lo incluyo dentro de mis obras en mayor o menor medida. En este caso es porque, si no, sería excesivamente dura.
- ¿Hay consuelo en la vejez?
- Para mí el consuelo está en un abrazo con un ser querido. Hay que poner en valor lo que es verdaderamente importante en la vida. Me pillas en mitad del duelo, así que no estoy en el mejor momento para contestarte, pero lo que estoy encontrando ahora en este proceso es el disfrute de cosas sencillas que en muchas ocasiones pasamos por alto, como puede ser una mirada o una pequeña celebración familiar.
- ¿Dónde se encuentra la belleza en saberse vencido por el paso del tiempo?
- Pues mira, poniendo cuerpos en escena que ya están envejecidos, pero que son hermosos para mí. También a través de la palabra poética y de la imagen plástica.
- ¿En qué ha consistido el laboratorio con el elenco?
- El trabajo con los actores y las actrices ha sido realmente muy intenso. De hecho, son un elenco tan activo, que a veces nos hemos olvidado de la edad que tienen y creo que les he metido demasiada caña. Hemos ensayado muchísimo y muchísimas horas. El texto se ha construido a partir de lo que he ido respirando de ellos.
- ¿En qué consistió el trabajo de movimiento con María Cabeza de Vaca?
- A nivel corporal, las dos primeras semanas, María estuvo trabajando con ellos a nivel físico. A partir de eso han salido temas que han sido inspiradores para el texto. María empezó haciendo un taller para estar bien físicamente y para generar cercanía, porque al fin y al cabo, son actores que no se conocían de nada y el tercer día es complicado poder hacer una función en la que se sostengan unos a otros sin que haya confianza. Este primer trabajo corporal ha servido, sobre todo, para que entiendan que funcionan todo el rato como grupo, no solo cuando hablan.
- ¿Qué te permite montar obras de tipo coral?
- Es mucho más complejo, pero es lo que me gusta. Lo primero que pregunto cuando me pongo a escribir un proyecto como este es con cuántos actores puedo contar. Y si me dan seis mejor que cinco. Si me dieran siete, escribiría para siete. Me encanta ver gente en escena y además, el trabajo hace falta. De modo que aunque sea más complejo a nivel dramatúrgico, prefiero escribir para cuanta más gente mejor.

- ¿Se podría decir que son tus diferentes alter ego?
- En este caso, sí, porque es una obra muy personal, donde efectivamente muchos de los personajes funcionan como una parte de mí misma. Es una obra muy simbólica, muy onírica, que tiene monólogos en primera persona. Los personajes también funcionan, por así decirlo, como un desdoblamiento mío.
- ¿Podríamos referirnos a esta obra como autoficción onírica?
- Yo hablaría más de teatro confesional, que no tiene por qué ser ni siquiera autobiográfico. Es algo que pasa en el libro de la vida de Santa Teresa y que le sucedió hasta al propio Rousseau. Es una obra que está en la línea de Siglo mío, bestia mía, pero pasada por los años de la experiencia e incorporando ese humor quizá de forma más evidente.
- Afirmas que si nuestra vida es nuestra gran obra, se merece un final apoteósico. ¿Has pensado, como Ricardo Bofill, como Marina Abramovic, en tu propio funeral?
- Sí, llevo mucho tiempo planeando. Se lo he dicho incluso a mis seres queridos. Me siento como una mujer de 70 desde los 20 años. Lo he pedido todo, hasta el cuarteto de cuerda. Está bien relativizar, porque al final la muerte forma parte de la vida, pero nos lo estamos negando todo el tiempo. Todavía no me ha llegado la hora y esperemos que todavía tarde mucho, pero vamos, ya sé que quiero que se haga una gran fiesta el día de mi muerte.