VALÈNCIA. El bailarín Pau Aran se mueve para encontrar la verdad, allá donde esté. Puede viajar por todo el mundo, puede preguntar a todos los que le acompañan, aunque también se atreve a encarar esta tarea él solo. El movimiento, en sí mismo, le ayuda a comprender que él es uno en el mundo y que el baile le ayuda a comprender por qué pertenece a sus espacios. Ahora esta investigación existencialista da un paso más allá con Seeking the truth la pieza que despide el festival Habitar de Faura y en la que profundiza sobre “la pertenencia en un mundo marcado por el rechazo”.
Lo hace mientras ahonda en la identidad individual, los encuentros entre culturas y desdibujándose a él mismo sobre el escenario. Para ello genera un solo de danza abstracto, físico y compositivo en el que mira cara a cara los estados de frustración, desacuerdo y necesidad de pertenencia a los espacios. La obra, más allá de las cuestiones colectivas, ahora en su propia revolución personal que se expresa en un escenario sin muros y que viene de su reflexión como individuo.

- Foto: RACHEL PAPO
“Creo que la pieza nace de un año en el que se me mezclaron todo tipo de necesidades y preguntas sobre mi vida. Todos tenemos estos pensamientos, pero mi legitimidad está en el movimiento, que es donde intento expresar mis sentimientos”, explica Aran. Para ello hace el ejercicio de esquematizar sus pensamientos y emociones y darles menos de veinte minutos para generar un discurso que se cuente a través de su cuerpo. Limitado por el espacio, el tiempo y su emocionalidad, intenta contar cómo percibe el mundo a lo largo de los años que genera la pieza.
“Cuando bailo veo como mis razones y mis necesidades van cambiando poco a poco mientras surgen nuevas cuestiones. Diría que en 2025 tengo nuevas rabias y desencuentros con el mundo en comparación a hace dos años, mi viaje va entrando en una caja donde está con las emociones en el que intento que se genere un mismo discurso”. Para ello atiende a lo que llama la “metodología del ser” en la que se describe y termina “tomándose en serio, resistiéndose y rebelándose ante una lucha que siempre está activa”. Para ello plantea varias preguntas al espectador, para generar una pieza que en realidad nunca termina y que llega siempre al punto del rechazo y de la negación.

- Foto: RACHEL PAPO
¿Por qué corremos?, ¿a dónde llegamos tarde?... preguntas a las que él mismo intenta responder desde el movimiento: “Durante los últimos años he experimentado una transición profesional que me invita ahora a reflexionar sobre el rechazo. Ya no se trata de poner el foco en el agradecimiento, sino en entender cómo lidiar con el sentimiento de abandono, negación y el ser ignorado”. Así, a través de la danza, lleva al escenario una conversación colectiva desde la que puede sanar con el rechazo y en la que consigue llegar a una reflexión que está ahí, aunque cueste verla.
Antes de que se vaya a casa con el espectador, esta reflexión viaja entre civilizaciones para llegar hasta Aran. “A lo largo de la historia veo que esta pieza es como un viaje que habla sobre nacer, morir y desaparecer mientras todo lo que nos rodease deteriora. La pieza habla de las crisis, de gestionar las emociones y de abordar todos estos sentimientos desde el cuerpo”, apunta el bailarín, quien se sirve de su cuerpo sobre el escenario para generar un diálogo con el ego.
“Hay un proceso de humildad y de autoterapia en el espectáculo en el que veo que la danza nos pertenece a todos. Cuando accedes a la danza comprendes que las experiencias no siempre son transferibles, pero que sí que pueden inspirar a los que te rodean. Cada uno tiene que hacer su viaje, pero la danza es una invitación a vivir el mundo y ver la vida a través de un solo prisma”. Un viaje que, en este caso, tiene destino en Faura y busca expandirse en la memoria de quienes lo disfruten y que le ayuda a Aran a comprender su realidad: “Tengo que aceptar que soy perecedero, que soy caduco y que el mundo es inmenso, pero que la danza sirve para contar mi realidad”.

- Foto: RACHEL PAPO