El espectro de la TDT se ha convertido en un cajón de sastre donde ya cabe de todo. Es la consecuencia de un reparto alegre de frecuencias para los amigos y un despropósito audiovisual. Es más que necesaria una televisión autonómica que refleje nuestra identidad, lengua y vertebre esta autonomía que ha dejado de existir para el resto del país hasta en corruptelas. Sólo existimos en desgracias.
Un fallo técnico me obligaba esta misma semana a sintonizar de nuevo una de las televisiones que tengo en casa. Así que, descubrí que aquel aparato era capaz de agrupar y ofrecer una oferta de más de 70 canales. Muchos más de los que tenía la última vez que me tocó efectuar la misma labor. La sorpresa fue que al ir seleccionándolos para conservar realmente los que me interesaban o podían hacerlo descubrí que más de la mitad de ellos, por no decir la mayoría, carecían de interés personal.
Es más, pude comprobar que una buena parte eran canales de televidentes, otros tantos de telepredicadores, teletienda, contactos…Hasta disponía de uno alemán que aún no he podido saber cuál es su oferta o de qué hablaban aquellas tres personas que estaban sentadas en un círculo y luego cocinaban. Otro era de un equipo de fútbol de la meseta que no despierta en mí ninguna pasión, más bien todo lo contrario. Pero allí estaban narrando las glorias deportivas con las que algunos creen se identifica al país como si al resto de los mortales nos importaran sus logros.
Es el panorama que nos ha quedado de un reparto de licencias que en su día se dieron alegremente a determinados amigos y grupos mediáticos y que han terminado alquilados o vendidos al mejor postor. Ninguno de ellos, excepto escuetas excepciones muy locales o municipales, ofrece contenido alguno sobre mi realidad inmediata. La gran mayoría, según iba observando, no aportan nada nuevo o no se ajustan a lo que en su día nos prometieron que iba a suponer el generoso reparto de frecuencias y la pluralidad de su oferta. Los que en su momento tuvieron cierto atractivo han desparecido debido a la crisis y la insostenibilidad económica que supone mantener una cadena de televisión privada sin sustento publicitario de gran calado y audiencia necesaria que garantice la supervivencia diaria.
Así que, como siempre, en mi mando a distancia apenas han quedado los generalistas, los de siempre, y algunos temáticos vinculados a los mismos grupos mediáticos que, al menos, sorprenden por sus disparatados y diversos contenidos: desde series antiguas a vendedores de objetos inexplicables, caza tesoros, restauradores de vehículos antiguos o solitarios pobladores de las montañas. He conservado también dos señales de la antigua RTVV, hoy Corporación Valencia de Medios de Comunicación (CVMC). Simple nostalgia por mucha manipulación, despilfarro y corrupción que eclipsó su historia.
Desde que Canal 9 fue cerrado a traición, esta autonomía ha estado más bien huérfana de su realidad, lengua y proximidad. Es poner los generalistas y comprobar cómo se repiten en cada uno de los debates los mismos tertulianos recomendados políticamente, o no existimos en los informativos generalistas o públicos, salvo si se trata de narrar una desgracia. Por no aparecer ni siquiera lo hacen los muchos casos de corrupción o los juicios que por aquí discurren todos los días a raudales. Es más importante el cumpleaños de un jugador joven de la NBA o los aciertos de un tipo que se ha roto una uña y del que nunca había oído hablar antes que las hazañas del Valencia Basket. Sergio Ramos en TVE ya pinta más que Rajoy, aunque eso lo entiendo. Son tal para cual. Planos.
En apenas unos años hemos pasado de la Champions digital de Glez Pons, como se presentaba, a la segunda división televisiva. Pero debiendo lo que no está escrito. Somos de nuevo periferia. Ese pueblo alegre que sólo come paella, recibe miles de turistas en Benidorm cada verano, vibra con las Fallas y no parece tener equipo en primera y menos aún líder incontestable de segunda. Somos, de nuevo, del montón.
Vaya por delante que el nombre escogido por el Consejo Rector de la nueva CVMC para el futuro ente autonómico, que creo tardará en llegar más de lo deseado y esperado, no me dice absolutamente nada. Como a casi todo el mundo al que pregunto su opinión. Si el concurso hubiera quedado desierto, tampoco habría pasado nada. Un nombre dice mucho. Mejor hubiera sido escogerlo sin prisas. Nos ha de identificar. Optar por una denominación cualquiera es un error. Aún no he conseguido entender su auténtico significado. Ni lo menciono. No va conmigo.
Al margen de eso, lo realmente importante es que se trabaje con seriedad y rigurosidad en la puesta en marcha del nuevo ente autonómico, el que ha de devolvernos nuestra propia mirada interior, tradiciones, fiestas, deportes, noticias locales, al fin y al cabo a que nuestra sociedad vuelva a ser protagonista sin necesidad de mendigar una pequeña ventana en determinados medios públicos que aún siendo también nuestros nos ningunean de forma global y sistemática.
Pero sobre todo que no nos volvamos a equivocar en los errores cometidos que algunos tanto criticamos en su momento cuando comprobábamos cómo el enchufismo, el sectarismo, la manipulación, el derroche y la prepotencia crecía hasta convertirse en algo endogámico y recalcitrante. Y eso sí da miedo porque significa dejar de hablar de servicio para hacerlo de puro negocio. Y parece que ya hay movimientos a babor y estribor. Productoras nacionales amigas.
Yo sí creo que una nueva televisión autonómica es posible, pero sobre todo que es necesaria para identificarnos y vertebrarnos como pueblo con lengua propia y una realidad histórica, social y económica incuestionable, rica y muy valiosa: de Norte a Sur. También para dinamizar un sector audiovisual, periodístico y actoral hundido por las circunstancias y esa misma manipulación y uso incorrecto al que la sometieron en su momento.
Otra cosa será ponerla en marcha y renovar toda la infraestructura técnica, obsoleta según revelan algunos expertos, y que necesitará de una inversión multimillonaria. Aún así, prefiero inversiones de esta naturaleza que permita generar puestos de trabajo, riqueza e identidad que muchos de los gastos superfluos que esta comunidad ha desviado durante lustros y no han servido para nada, salvo para hacer más millonarios a los poderosos y repartir comisiones, favores y prebendas a los mismo amigotes de siempre.
Otra televisión sí es posible. Como sociedad la merecemos. Y si es absolutamente transparente subo al Penyagolosa en bikini. Hecho. Aunque ya lo advirtió Montaigne: Un cuerpo no puede abandonar su naturaleza sin que deje de ser lo que antes era.