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contracrónica | mitin central de podem-eu

Terapia de grupo en Abastos

Foto: EDUARDO MANZANA
13/05/2023 - 

VALÈNCIA. En el corazón del distrito de Extramurs, uno de los más conservadores de la ciudad, se alza el antiguo mercado de Abastos. Este proyecto de Goerlich, que según a quien se pregunte es más racionalista, funcionalista o neocasticista fue concebido por el franquismo como mercado de abastecimiento para una ciudad en expansión, ocupando dos manzanas enteras en lo que entonces era una zona de ensanche periférica. Para finales de los años 80 del siglo XX, cuando la ciudad casi había doblado su población de antes de la Guerra Civil, los primeros gobiernos municipales democráticos optaron por alejar el trasiego mercantil de la zona; en cierta manera, lograron expulsar a los mercaderes de su hábitat y sustituirlo por un centro social polivalente.

En Abastos hay, entre otras cosas, un gimnasio público con piscina olímpica, una biblioteca, una sala de exposiciones, una comisaría de policía y un instituto de secundaria y ciclos formativos, y hasta en el espacio residual -su patio interior techado- encuentran refugio del calor y el frío los sin techo del distrito a los que no se hace caso en otra parte. Es, tanto en lo arquitectónico como en lo funcional, un trozo de socialismo encastado en el pinyol más conservador de València. Y no es casualidad que sea aquí, en este oasis y refugio a la vez contra el calor, la lluvia y la sociología electoral donde se haya celebrado el mitin de apertura de campaña de Unides Podem para las autonómicas y municipales de 2019. 

Motivados por la presencia de sus primeras espadas estatales con la excepción de Yolanda Díaz, con quien bien sabemos que mantienen una relación turbulenta, algo más de 300 militantes y simpatizantes se han agolpado en el patio central de Abastos para escuchar a sus líderes insuflarles ilusión. Lejos quedan los más de mil asistentes a Fira València en 2019 para ver a Pablo Iglesias regresar cargado de energía de su baja de paternidad reclamando una oportunidad para gobernar -recordemos aquel sonrojante vuÉLve. Más aún los tiempos de la Fonteta, con más de 9.000 dentro y otros miles fuera, la más gran apoteosis de la izquierda valenciana en el siglo XXI. 

Lo de ahora es otra cosa, más bien una terapia de grupo; una suerte de reunión de familia, tras años de pandemias, guerra y sufrimiento. El paisaje humano sugería precisamente eso: gran mayoría de personas de avanzada edad, por encima de los cincuenta e incluso los sesenta, acompañados por algunos jóvenes en los flancos -alumnos del instituto haciendo pellas, quizá- y una notable ausencia de las generaciones intermedias, de la X y de millenials; muchos de estos últimos, de hecho, fácilmente identificables como periodistas, cargos públicos o trabajadores de algunos de los partidos participantes, a saber: Podem(os), Esquerra Unida, y lo que quiera que sea Alternativa Verde. 

Foto: EDUARDO MANZANA

La escenografía, horizontal, sin escenario ni estrado y los primeras espadas sentados en un corro en el centro quería sugerir cierta horizontalidad, como de espíritu de asamblea del 15-M; la música de Zoo al principio, modernidad y espíritu juvenil. En realidad, el mensaje era otra cosa, a años luz del espíritu inicial del invento, una década atrás. Aquel espacio del cambio que llegara a superar el 15% en las autonómicas de 2015 y un 25% en las generales de aquel año -eso sí, de la mano de Compromís- lucha ahora por sobrevivir asegurando el 5% autonómico, al más puro espíritu de aquel Bloc agónico de los tiempos de Pere Mayor que hacía campaña contra la barrera electoral mientras el país se llenaba de campos de golf. Si todo fuera bien el día 28, UP se salvara y con él el Botànic, en estos ocho años el espacio de Unidas Podemos en el País Valenciano se habrá dejado por el camino a más de dos tercios de su electorado. No hubo en el acto, no obstante, el más mínimo atisbo de autocrítica. Tampoco ningún recuerdo a los que se quedaron por el camino, a los que ya no salen en la foto, que son los que en buena medida pusieron en marcha el espacio político de cuyas rentas aún viven.

El relato, aún con las desavenencias internas en el espacio, es sorprendentemente homogéneo: una generación de políticos buenos, de trayectoria militante dilatada e intachable, transitan su camino del héroe a través de la superación de las más variopintas dificultades. Se les oponen los grandes empresarios, sí, pero también la derecha corrupta, los medios de comunicación, la policía y, sobre todo, los socios de gobierno en el mejor de los casos tibios, en el peor cobardes, a los que se premia electoralmente; su papel es el de resistir las presiones desde el gobierno, ejercer de Pepitos Grillo de la conciencia progresista; el papel del público, difundir la buena nueva. 

Lejos queda la apelación a "la gente",  más aún "un país contigo"; el sujeto ya no es el pueblo español, menos aún el valenciano, o el conjunto de la ciudadanía. El sujeto son los presentes, los que quedan en pie, y lo que les une es el sufrimiento compartido. El máximo entusiasmo es con Irene Montero, se levantan, la aplauden a rabiar: se sienten unidos en el dolor, en la conciencia de minoría exigua, de víctimas de un sistema que les odia.

Foto: EDUARDO MANZANA

A ratos, cuando hablan Montero, Belarra o Illueca, parecemos estar escuchando La Base, en un informativo de Canal Red; hablan de apoyarse entre compañeras, de ayudar a levantarse, todo el rato sobrevuela el relato de víctimas, del acoso y estar unidos frente al otro, una espada sobre sus cabezas. De él, del Ausente, no se habla, pero su estilo discursivo, el tono agresivo de sus homilías, la sed de venganza contra los que le han jodido la vida a su familia o han mirado hacia otra parte, se nota en todo el acto: les falta él y su electricidad al micrófono. 

Se cita a Julio Anguita, a Gramsci, el hilo rojo y morado, de su identidad y historia compartida como militantes y/o simpatizantes de la izquierda tradicional, la de toda la vida. El nosotros está ya cerrado, les preexiste, ninguno de los ponentes plantea o deja implícita la idea que alguno de los presentes no esté convencido de votar Unidas Podemos, que plantee abstenerse, menos aún que dude o contemple votar ni siquiera a Compromís. No: los convencidos tienen que salir ahí fuera y sacar la verdad de la gente, convencerles de que están alienados, que ya son de Unidas Podemos y no lo saben.

Después de poco más de hora y media se van contentas y contentos con sus banderas, se hacen fotos con sus líderes; se han reencontrado con amigos y conocidos, quizá toman algo en un bar, llenos de energía y ganas y reconociendo en voz baja cierta sensación de alivio: las encuestas les dan por encima del 5%, parece que van a salvar la cabeza, no cunde el pánico. La mayoría parecen volver a casa contentos. Los de fuera, con la sensación de haber vivido algún tipo de momento íntimo o bonito pero que no nos interpela. En fin, que si ellos no ven problema en ser cada vez menos, si son felices, quiénes somos nosotros, convidados de piedra portátil en ristre, para amargarles la tarde.

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