VALÈNCIA. Una de las cosas que hice en cuanto pisé Londres en 1982 fue comprarme The Face. El número que se vino conmigo a València tenía artículos sobre Soft Cell, Dexy’s Midnight Runners, la influencia del Northern Soul en los músicos del momento, y una entrevista con Imagination, un trío inglés de música disco que entonces triunfaba con un tema muy chulo llamado “Just An Illusion”. También venían notas sobre Tron, The Del Byzanteens –el grupo musical del todavía desconocido Jim Jarmusch-, ilustraciones de Kiki Picasso y Serge Clerc y un reportaje sobre Sue Clowes, la mujer que diseñó el vestuario de inspiración afrojudaica con el que se dio a conocer Boy George. Llegas a casa con toda esa información y en cuanto la asimilas te vuelves tarumba, claro. Por muy animada que estuviera la cosa en la calle Pelayo y en las discotecas de El Perelló y Sueca; por mucho que ahora algunos se empeñen en que sí, esto no era Londres. En aquellos tiempos, ser moderno era una cuestión vital, lo cual, teniendo en cuenta que aún no había leído a Baudelaire, habla muy bien de instinto y explica cómo he conseguido llegar hasta aquí sin tener que fingir nada.
Tras pasar casi dos décadas cerrada –despareció en 2004-, la revista The Face ha vuelto a los quioscos ingleses, a los pocos que van quedando. Lo hace en papel, por supuesto, porque una publicación así, vanguardista, moderna en el sentido más real de la expresión, no tiene el mismo sentido si se la condena a existir en el mundo virtual. Lo hace con cuatro portadas distintas: Dua Lippa, Tyler The Creator, Harry Styles y Rosalía. Con lo cual matamos dos pájaros de un tiro. Vuelve la madre de eso que se dio por llamar –con tanta mala pata- revistas de tendencias y de paso trae consigo otro certificado del impacto global de Rosalía. Doble celebración. The Face, que fue la brújula de lo cool durante mucho tiempo, regresa para revalidar su papel a pesar del tiempo transcurrido, en una época en la que aquello que valió la pena en el pasado parece condenado a disolverse en la nada. Vuelve y lo hace refutando lo que muchos aquí insisten en negar. Justicia poética.
Nueva York siempre me ha tirado mucho más que Londres, pero reconozco que los medios de comunicación pop británicos eran un crisol donde recalaba lo más interesante de lo acontecido en ambas ciudades. The Face también era sabia en ese aspecto. Ningún moderno de la época podía ignorar la producción de sellos como Ze Records, la obra de Keith Haring o el punk funk de Bush Tetras. En muchas ocasiones, la revista era el anticipo de algo. Otra simplemente corroboraba la importancia del artista, el fenómeno o el hecho en sí. La primera vez que vi el rostro de Kate Moss fue en una de sus portadas, con un penacho indio, fotografiada por Corinne Day. Todo aquello que pudiera ser atractivo, chic, fascinante, glamuroso, acababa encontrando su sitio en The Face.
El último número que conservo de la publicación tiene a Courtney Love en portada. Abril de 2002. Courtney ya se las veía se les deseaba para que siguiéramos tomándola en serio como artista. Dentro también están J-Lo, Fischerspooner y Britney Spears. Le dedican una página Yeah Yeah Yeahs en plan nuevo talento emergente. Hay un anuncio del que por entonces era el nuevo disco de The Streets y fotografías de Lachapelle. Sólo han pasado diecisiete años pero da la sensación de que toda aquella actualidad, el mapa cultural que pudiera configurar, ha desparecido, como si se lo hubiese tragado un océano y ahora fuese una especie de Atlántida de la cual hablan los que en su día estuvieron allí, incluso los que estuvieron allí gozando de la prepotencia que da la juventud sin saber que ellos también acabarían desbancados.
Me alegró leer que volvía The Face. Pasar por un quiosco o una librería y ver que aún queda vida siempre da esperanza y hasta tranquiliza. Los vínculos que nos atan al pasado todavía están ahí, existen, se pueden tocar, puedes decirle a alguien que pasa por la calle que esa revista apareció cuando tú tenías diecisiete años y que le fuiste fiel durante casi toda su vida. No sé lo que durará esta nueva andadura. Espero que lo suficiente. Quiero pensar que aún tiene algo interesante que ofrecer. Quiero pensar también que aún quedan compradores –barata no es- con ganas de hacerse con ella y leerla como se leían las cosas antes de que los gadgets modernos llegaran para marearnos con sobreabundancia de información que no necesitamos.