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The Tallest Man On Earth: el sueco que cantaba como un americano

Tras más de dos años de ausencia, vuelve a Valencia el heredero escandinavo de la tradición folk más norteamericana (9 de febrero, Rambleta)

4/02/2016 - 

VALENCIA. Decía Bob Dylan en una entrevista de Ron Rosenbaum en la Playboy de 1978 que, de no ser Bob Dylan, él también creería que Bob Dylan tenía muchas respuestas; casi 40 años después, tener las respuestas sigue cotizando muy alto en la música, y tampoco es que Dylan se haya relajado en la custodia de las mismas. Sin embargo, la fábrica de cantautores cobijados a la sombra del de Duluth nunca ha dejado de generar candidatos; próceres del folk que, olvidando el extraordinario don para la mutación de Dylan, se han ido situando a la cola en el relevo de la verdad a partir de su propuesta de guitarra de palo y voz.

Cuando Kristian Matsson rebautizó sus alrededor de 173 centímetros de altura como The Tallest Man On Earth tenía algo en mente: “cuando tienes un nombre así, tienes que escribir buenas canciones”. Desde que debutara en 2008 con el personal Shallow Grave, Matsson entró, seguramente sin querer, en la carrera por la llave de las respuestas. Aquel disco, grabado a golpe de guitarra y voz, tenía algunas composiciones de enorme entidad emocional (‘I Won’t Be Found’, ‘Honey Won’t You Let Me In’, ‘The Gardener’, ‘This Wind’); otras, como ‘Pistol Dreams’, ‘Where Do My Bluebird Fly’ o ‘The Blizzard’s Never Seen The Desert Sands’, resultaban tan auténticas en su apariencia folk e incluso hillbilly que, de hecho, le situaban a él, un habitante del centro de Suecia, tan cerca de Woody Guthrie como cuando Dylan fue a verle con 19 años al hospital psiquiátrico de Greystone Park.

Aquel disco, por cierto, acabó cosechando un 8.3 en Pitchfork, cuya escala de valoración tras la crítica del Shine On de Jet en 2006 se revela tan loca y caprichosa como exigente; pero ofrece una visión muy apurada del impacto que tuvo la aparición de Matsson en 2008. Fue el primer gran momento de The Tallest Man On Earth, que se situaba en la estela de Dylan, Guthrie y Pete Seeger con un disco grabado lejos de la excentricidad y el barroquismo.

Un directo peculiar: “mucho más que escuchar sus discos”

Aquel disco le dio a Matsson la oportunidad de, además de continuar elaborando una intensa discografía, plasmar en directo su peculiar planteamiento de folk americano desde Suecia. En su caso, teniendo en cuenta la pulsión de directo verista que late en sus discos, la cuestión de los conciertos no es baladí; además, la propuesta de standing guitar man solo en el escenario (al menos hasta hoy) corre siempre el riesgo de morir abrazada al tedio si: a) las canciones no resisten el envite, o b) el intérprete se limita a interpretar. 


En el caso de The Tallest Man On Earth, el directo es una cuestión de ofrecer algo más que una réplica viva del disco de turno. “Un concierto de The Tallest Man On Earth es, en teoría, no mucho más de lo que uno puede esperar”, avisaba en 2012 Michael Zonenashvili en la crónica para Consequence Of Sound de un concierto del sueco en Nueva York, para luego precisar: “es la imponente presencia en el escenario de The Tallest Man On Earth lo que hace que el concierto sea mucho más que escuchar sus discos”. 

En su crónica de los hechos en el Town Hall neoyorquino, el periodista norteamericano traducía el manual del espectáculo del músico sueco, que hace del directo un producto completamente nuevo. “Baila alrededor del escenario, normalmente sobre un pie (…) ocasionalmente se sienta en una silla durante un segundo, sólo para recuperarse”, explicaba Zonenashvili. “A menudo, a mitad de canción, mira casi con rabia, una mirada fija sobre alguna de las personas del público, lo cual resulta un poco aterrador; uno se pregunta si esos individuos a los que mira a los ojos siguen las letras o simplemente se callan y le devuelven la mirada”.

‘King Of Spain’ como detonante

La discografía de The Tallest Man On Earth, enjuta y llena de requiebros como su autor, ha crecido lo suficiente desde 2008 como para generar un intenso mapa de lugares imprescindibles por los que pasar en el trayecto de cada concierto. ‘King of Spain’ (como la cara B de Galaxie 500) es sin duda uno de ellos. Perteneciente a su segundo disco, The Wild Hunt (2010), con el que inició su idilio con el sello independiente Dead Oceans, es la canción que todo Ministro de Turismo debería utilizar: marca España escandinava. En ella, sobre una guitarra nervuda y saltando entre fantasías con las botas de cuero español de Dylan, el sueco habla de Madrid, Barcelona y Pamplona, de los toros, del flamenco y de la siesta, pero no de las fallas ni de Valencia.


Entre la colección de citas obligadas en el directo de Matsson se encuentra también ‘1904’. Momento destacado de su tercer disco, There’s No Leaving Now (2012), la canción recrea las bases de la propuesta de Matsson a través de una críptica letra que ha generado más de un debate entre sus fans. Musicalmente más vestido que nunca (en ese momento), en su concierto en La Rambleta podrá recrearla con cierto grado de abrigo, ya que lo hará, ahora sí, con una banda alrededor.

Dark Bird Is Home, la ruptura al abrigo de una banda

Su último disco, que llegó a ser número 1 en la lista de discos de folk en Estados Unidos, ha sido concebido y grabado por primera vez con algo más que una guitarra y una voz. Mientras muchos se apresuraron a decir que Dark Bird Is Home (2015) es el Blood On The Tracks de Matsson por el simple hecho de estar basado en una ruptura y sin pararse a pensar en las consecuencias que esa manifestación tendría en su credibilidad, la única realidad es que su cuarto disco es el primero en el que los créditos reflejan pianos, saxos, percusión, trompetas e incluso un sintetizador.

“Es sobre un divorcio, así que por favor no aplaudáis”, decía con sorna el sueco a mitad de ‘Dark Bird Is Home’ en el Rock Werchter belga del pasado verano justo antes de que una banda con pedal steel incluida se le uniera en el tramo final de la canción. Así han sido sus conciertos desde la publicación de su último disco en 2015, y así lo repetirá en una gira española en la que ya ha colgado el cartel invisible de “no hay entradas” para el 8 de febrero en la Joy Eslava de Madrid, un día antes de que pase por La Rambleta.

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