Cuarenta años exactos se cumplen del intento de golpe de Estado, el conocido como 23F porque se produjo el 23 de febrero de un aparentemente muy lejano 1981. Para algunos toda una vida, como es el caso de quien esto firma
Los acontecimientos que marcan la historia, al menos la reciente y que podemos recordar, suelen llevar aparejada la pregunta (tópica, pero siempre dada al debate) de “¿dónde estabas o qué hacías cuando se produjo el 23F?”, como sucede con los atentados del 11S en Nueva York o del 11M en Madrid. En este caso, puedo decir que nada recuerdo de aquella noche en que los españoles pensaron que podría desmoronarse la joven e incipiente democracia española, sólo se que estaba en casa bien atendido por mis padres que seguían con la razonable preocupación el desarrollo de los acontecimientos, yo había llegado a este mundo unas semanas antes.
El recuerdo de lo sucedido con una aproximación lo más veraz posible a los hechos, y especialmente a los acontecimientos posteriores a la entrada de Antonio Tejero en el Congreso de los Diputados, nos sirve para valorar lo que sucedió y la importancia de que el desenlace fuera el que fue y no otro. En cualquier caso, hay tantas versiones, libros, artículos, entrevistas, declaraciones, suposiciones y elucubraciones varias que a veces sigue presentándose de manera confusa e incluso casi como si los declarados golpistas hubieran logrado sus objetivos y quienes nada hicieron por impedirlo fueran los héroes y los que trajeron la democracia y las libertades a España.
Los hechos forman parte de la historia de España, y pese a tratarse de un episodio no deseable su solución fue impecable, puesto que no hubo víctimas mortales, apenas una noche duró la tensión y la retención de los diputados en el Congreso y la figura del Jefe del Estado encarnada en el rey Juan Carlos I tuvo una actuación ejemplar y que como destacó el rey Felipe VI en el acto institucional celebrado, se actuó con “firmeza y autoridad” y la acción de Juan Carlos pidiendo el respeto al orden constitucional y a la legalidad vigentes “fueron determinantes para la defensa y el triunfo de la democracia”, y eso pese a que muchos, una vez más, quieran negar lo obvio, fue así.
Como reza el título del famoso bolero que tantos artistas han cantado, “toda una vida” desde aquel 1981 llevamos varias generaciones de españoles disfrutando del mayor período de paz, estabilidad y seguridad. Si queremos hablar de extrema derecha y extrema izquierda, podemos afirmar que hace cuarenta años que la extrema derecha quedó desactivada y asumió que sólo había un camino, el del respeto a la ley y al estado de derecho que simboliza nuestra Constitución; la extrema izquierda que parecía ser quien abrazaría la democracia con mayor ilusión, no ha dejado de buscar desde dentro y desde fuera de las instituciones, la forma de dinamitar y alterar la convivencia, y en los últimos días el descaro y la desfachatez de miembros del gobierno roza el delito, pues se permite insultar y atacar a los servidores públicos que les protegen a ellos mismos de sus cachorros violentos.
Han pasado cuarenta años y hemos mejorado en muchas cosas, pero también hemos dejado que la tiranía de las minorías alcance un poder que no es ni representativo de una voluntad mayoritaria de la sociedad ni tiene efectos positivos para mejorar la convivencia entre los españoles. Quizá para los que estos años significan toda una vida, podamos echar en falta que la educación no hubiera sufrido el deterioro y la manipulación que ha significado criar a generaciones de odiadores profesionales, pese a todo hay esperanza. Así lo leía en un mensaje que lanzó una persona que se dedica a dar charlas de alguna teoría postmoderna en las aulas y que reconocía como la verdad y la normalidad se imponían en los más jóvenes, que para su asombro rechazaban el adoctrinamiento. Pese a todo, les confieso que creo que España es una nación para decirle aquello de “toda una vida estaría contigo, no me importa en que forma, ni como, ni donde, pero junto a ti”.