Durante estos días de confinamiento estoy revisando con mi familia clásicos del cine, utilizando el archivo de rtve para enriquecerlos con los comentarios de José Luis Garci y sus contertulios en “Qué grande es el cine”. Tras ver “Bienvenido Míster Marshall” del gran Luis García Berlanga con el trasfondo socio-político actual me invadió el estupor, al comprobar que era no sólo un reflejo cáustico de la España de 1952, sino que, casi 70 años más tarde, continúa reflejando con precisión milimétrica la España de 2020.
Se ha escrito mucho sobre la pandemia del covid-19, tanto desde el punto de vista sanitario como económico. Pero hay una dimensión socio-económica que ya empezamos a entrever y que se agudizará en los meses que nos esperan, cuando con lentitud exasperante pase el huracán de la pandemia y comencemos a ver y valorar los daños en toda su amarga extensión.
Hace aproximadamente un mes el Fondo Monetario Internacional hizo una primera valoración de los efectos de la crisis del covid-19 sobre el crecimiento. Sin embargo, en dicha previsión no tuvo en cuenta el estallido del contagio en Europa, con especial gravedad en Italia y España. El FMI preveía menor crecimiento en 2020 y una recuperación en 2021. En las últimas semanas Estados Unidos se ha visto también afectado de manera muy grave y el FMI ha realizado una actualización en los últimos días con diversos informes, sobre crecimiento, estabilidad financiera y de las cuentas públicas. Como puede verse en la Tabla 1, en España prevé una caída del PIB del 8% en 2020, algo por encima de la media de la eurozona y un punto menos que Italia, cuya producción caería un 9% este año. Por lo que se refiere al empleo, el paro llegaría al 20.8% y el número de parados superaría los 5 millones. Ante la desaceleración de la economía, el déficit público va a aumentar de forma rápida y dramática. Según el FMI, en 2020 llegaría al 9.5% del PIB y la deuda pública subiría al 115% del PIB (20 puntos porcentuales por encima de las previsiones, que eran de un 95.5% del PIB). Estas cifras de deuda son el resultado, no olvidemos, de la incapacidad mostrada en los últimos años para contenerla y nos situarían en niveles sólo comparables con los alcanzados tras la Guerra de Cuba.
Es cierto que España se encontraría, según el FMI, en una situación similar a la de algunos de sus socios en la UE y a otros países avanzados. La Figura 1 muestra, en azul, la desviación del crecimiento económico de la senda prevista en los países avanzados (en rojo para las economías emergentes). Sin embargo, utilizando jerga económica, España habría sufrido un shock asimétrico (al igual que Italia), puesto que no sólo se ha parado la actividad económica de forma brusca, sino que, además, el cierre de las fronteras nos priva de una de nuestras principales actividades: el turismo. Además, el turismo tiene una faceta asimétrica adicional, ya que la incertidumbre sobre el fin de los contagios hace que no exista fecha clara de vuelta a la normalidad y que, mientras en la industria la vuelta progresiva al trabajo supondrá recuperar el nivel de producción, en los servicios y, en especial, en turismo y restauración, la pérdida de temporadas (Semana Santa, verano) no se recupera.
De forma paralela, y ya a nivel nacional, si se pretende mutualizar el coste de político de las impopulares medidas de ajuste que vamos a tener que aplicar para poder hacer frente a la crisis económica en los próximos meses, un pacto no es suficiente. Más lógico sería ofrecer como contrapartida una cesión de poder para llevar a cabo un gobierno de concentración. Se supone que somos una democracia consolidada y, por tanto, lo razonable sería una gran coalición con un programa de gobierno y plazo concreto para llevarlo a cabo. En otro caso, no parece fácil que los demás partidos políticos estén dispuestos a compartir responsabilidades.
Pero lo peor, y esto me duele especialmente, es el optimismo rampante, el intento por vender a los españoles que “todo va a salir bien”. El personaje de Manolo Morán, el representante de una artista andaluza (Lolita Sevilla) que actúa en el pueblo (Villar del Río) de “Bienvenido…” también inflama con esperanzas infundadas a sus habitantes, empezando por Pepe Isbert (alcalde). Sólo el cura y el hidalgo no se acaban de creer la historia, más por miedo a los americanos que por otra cosa. El célebre discurso del balcón, dado al alimón por el alcalde y el representante, muestra paralelismos innegables con las ruedas de prensa colectivas y las homilías del fin de semana de nuestro presidente del gobierno. Y el pueblo entero observa y aplaude. El ayuntamiento de Villar del Río no tiene dinero en sus arcas. Sin embargo, el alcalde se deja convencer por Manolo para que incurra en gastos absurdos que transformen el pueblo en lo que no es, pensando que el dinero americano pagará por todo ello y que él conseguirá promocionar a su artista. ¿Resulta esto familiar?
Para colmo, finalmente el Plan Marshall no va a llegar: como en Villar del Río, los mismos que aplaudían acaban pagando la fiesta al representante que, avergonzado, abandona el pueblo. Y sus habitantes terminan un poco más pobres que antes y un poco más tristes. ¿Seguimos siendo los españoles demasiado ignorantes, tanto como para que no se nos explique lo que nos espera en los próximos meses? Si algo está demostrando esta crisis es que el Estado está desnudo. Por supuesto que saldremos (los que lo consigan) de esta crisis. Pero (lo siento), esto no “va a salir bien”. Al menos para las 20.000 familias que, de momento, lloran a sus seres queridos muertos por el coronavirus y para todos aquellos que tardarán meses en recuperarse. Ellos cuentan no con mi aplauso, sino con mi respetuoso silencio.