NO ÉRAMOS DIOSES. DIARIO DE UNA PANDEMIA #44

Todos seremos Joker

14/05/2020 - 

VALÈNCIA. Les estoy tomando cariño a mis compañeras de trabajo. Hoy, videoconferencia de dos horas y media. Al final, después de despachar asuntos engorrosos, nos sinceramos. Todas estamos hasta el moño de esta situación. Cada una reaccionamos de una manera: con ansiedad, a veces llorando o escribiendo artículos catárticos como yo. Esto es una olla a presión que nos explotará algún día en las manos. 

Antes de despedirnos nos animamos como podemos, sin demasiada convicción. Descubro que no estoy solo del todo, que hay gente que también lo está pasando mal y que no se atreve a confesarlo por el qué dirán. 

La naturaleza sigue su curso. Indiferentes a la tragedia española, los caracoles se adueñan de las vías públicas del pueblo. He visto a un hombre arrodillado para que no se le escapase ninguno de entre la maleza. ¿Habrá alguien que se los coma?

El pueblo sólo tiene un hostal y sigue cerrado. Me gustaba cervecear en su terraza, junto a una gasolinera abandonada desde hace siete u ocho años. 

Dos policías llaman a la puerta

A las once de la mañana suena el timbre de la puerta. Me sobresalto porque hace meses que nadie lo toca. Por la mirilla veo que son dos policías locales tapados con mascarillas. Me temo lo peor. ¿Habrán leído el diario de hoy? No atino a abrir la puerta. Estoy nervioso. El de mayor edad se presenta. Les pido medio minuto para ponerme la mascarilla. Pienso que me van a detener y que acabaré en el calabozo. En la España autoritaria del maniquí todo es posible. Aún conservo el teléfono de mi amigo José, al que conocí en el instituto y está especializado en Derecho penitenciario. 

Pero no; mis temores eran infundados. Los policías quieren saber si mi piso es esquinero. Sí; les digo que mi vivienda da a una plaza y a una calle. “Es lo que queríamos saber”, dice el agente veterano. Pongo cara de perplejidad. “Es que hemos recibido una denuncia por las molestias ocasionadas por un perro. No es usted sino el vecino de la puerta 1”, añade. 

En este diario me he referido al perrito esquizoide de la puerta 1. Ladra durante horas, de manera ininterrumpida, desde que los dueños se marchan a trabajar. 

Los policías se despiden y yo me quedo muy contento de que los hayan denunciado. El estado de excepción está sacando la vieja del visillo que todos llevamos dentro. Por la tarde regresan y pego la oreja a la puerta para oír lo que le dicen a los dueños del perro. Estos prometen que no volverá a pasar, pero pasará. No será la primera vez. 

En mi adolescencia, poco después de la muerte de Franco, las calles de mi ciudad se llenaron de pintadas que recordaban el mayo del 68. En España siempre hemos llegado tarde a todo. Una de ellas, escrita en la fachada del instituto Bachiller Sabuco, decía: “Prohibido prohibir”. 

Hoy todo está prohibido, salvo alguna cosa.     

La muerte del joven Álex Lequio

¿Por qué nos apena la muerte de personas que nunca tratamos? Es lo que me ha sucedido cuando me he enterado del fallecimiento de Álex Lequio, hijo de Ana Obregón y el conde Lequio, víctima de un cáncer. Tenía 27 años y llevaba dos años y medio luchando contra la enfermedad. 

Hay cierta polémica tras conocerse que el Gobierno pinocho pretende prorrogar el estado de excepción un mes y no quince días, como era la costumbre. Quieren llegar vivos, como sea, al 30 de junio para cerrar el Parlamento por vacaciones. El verano será cruento y desagradable. Estoy convencido de que lo conseguirán. 

El joven Casado ha rectificado: se ha comprometido a rechazar las futuras prórrogas del estado de excepción. 

El maniquí insiste en su chantaje: “La unidad salva vidas y puestos de trabajo”. Así una y otra vez, día tras día, semana a semana, un mes tras otro. 

Cuando lo veo en el informativo de la cadena triste me estalla la risa floja, la risa locuela de Joaquin Phoenix interpretando a Joker. Estoy por grabarme un audio y enviárselo a mis amigos y conocidos. 

Las malas pulgas de Joker

Joker es un enfermo mental que trabaja de payaso. Se queda sin red y eso le hace perder la paciencia. Un día se tropieza en el metro con unos tipos trajeados que se ríen de él; otro día acude a un programa de una estrella televisiva, interpretada por Robert de Niro, que es como el Jorge Javier de Brooklyn. También se ríen de él. Tanto los tipos trajeados como el Jorge Javier de Brooklyn acaban mal. 

Todos acabaremos igual de locos que Joker si no nos dejan otra opción que seguir encerrados en nuestras madrigueras, como animales sin libertad. 

Nadie conoce cuál será su respuesta en situaciones desesperadas. Incluso las personas pacíficas y bondadosas son capaces de un desatino si se ven acorraladas. En Derecho penal se llama legítima defensa. 

El Gobierno juega tal vez con fuego si sigue abusando de la paciencia de los españoles. Después de todo, tampoco ellos las tienen todas consigo.  

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