VALÈNCIA. La popularidad del actor Tomás Pozzi se disparó en series de televisión como La Que Se Avecina y Gym Tony. En teatro ha trabajado con los más grandes, como Nuria Espert o Juan Mayorga. Estos días visita València con Querido capricho, donde interpreta uno de los papeles más arriesgados de su carrera, el de Amanda, una mujer madura enamorada de alguien mucho más joven. Estrenada el pasado año en el Centro Dramático Nacional de la mano del incipiente director de escena Tomás Cabané, la obra se replantea temas como el amor romántico, el amor intergeneracional, y, sobre todo, los límites de un actor como es el propio Tomás Pozzi.
- Vienes al Teatre El Musical de València los días 3 y 4 de diciembre, y esta misma noche actúas en Benetússer, en el Centre Cultural El Molí ¿Cómo surgió el texto de Querido capricho y el personaje de Amanda?
- Surgió de textos e ideas que fuimos leyendo y hablando el director de la obra, Tomás Cabané, y yo. Hace dieciocho años, recién llegado a España, y en mi etapa anterior en Argentina, hice bastantes personajes femeninos en el escenario. Es un mundo que me apasiona meterme. Quería revisitar otra vez este rol, enfrentarme a hacer de mujer de nuevo, pero no para hacer travestismo, como hice en aquellos papeles de entonces, sino para ser sencillamente una mujer en escena. Me interesaba indagar sobre esa esencia. Fueron apareciendo ideas, Tomás (Cabané) fue escribiendo, en paralelo fui leyendo los textos para que él los escuchara, después los reescribía, hasta que poco a poco fueron creciendo y todo eso se convirtió en Querido capricho.
- Un trabajo en equipo.
- Sí. Fue un trabajo en conjunto, no solo nuestro, sino de cada uno de los miembros de la compañía: iluminación, coreografía… Así se fue moldeando, de forma muy armónica.
- ¿Quién es Amanda?
- Amanda es el personaje de una mujer madura que está esperando la llamada de su amante, veinte años más joven, del que está enamorada.
- Trata sobre la idea del amor romántico…
- La obra pretende desmitificar el amor romántico. Nos han enseñado a ver el amor como algo idílico. Lo que vemos en Disney, por ejemplo, en todos esos cuentos sobre un príncipe azul que salva a la princesa y ambos se enamoran. O cuando nos dicen que el amor tiene que ser el fin último de tu vida. Queríamos profundizar en la mujer en todas sus facetas pero alejándonos de los mandatos que parecen ser como la norma para ellas. Hoy en día se está redefiniendo todo esto. Considero necesario que uno se replantee estas cuestiones ¿Esto es lo que quiero para mí?
- ¿Amanda hace ese viaje?
- Amanda, entre otras cosas, va buceando entre las distintas formas de amar. En especial, la de encapricharse, algo que no tiene por qué ser bueno o malo.
- ¿Cómo se combinan Amanda y Tomás Pozzi?
- Con personajes como Amanda uno se mete en su universo creyendo, en un principio, que está muy alejado de uno mismo. Sin embargo, cada vez que hago la función, me veo más y más reflejado en ella. Hay frases de Amanda que resuenan en mí de tal manera que creo que son frases que puedo decir yo perfectamente. Por ejemplo, esa actitud noble de creer en la palabra del otro, en este mundo donde uno ya no puede confiar en nadie y todo tiene que estar por escrito. Me identifico mucho con ella en ese punto de partida: el de una mujer cuyo amante le dijo que le iba a volver a llamar y ella lo creyó firmemente. Yo soy así, yo también creo en la palabra.
- Me ha recordado a Monica Lewinsky en Impeachment: American Crime Story. Su personaje se pasa media serie pegada al teléfono esperando a que le llame su amante, Bill Clinton, y este cada vez la llama menos. Monica está empeñada en creer en su palabra.
- Exacto. Amanda es el personaje de una mujer que está pensando en cómo continuar con su vida. También nos pareció interesante tratar el amor entre una mujer madura que se enamora de alguien veinte años más joven. Todavía existen prejuicios con este tipo de relaciones. Si fuera a la inversa, los amigos de él le aplaudirían. Pero cuando es ella la que está con alguien más joven, la sociedad no lo ve tan bien.
- ¿Qué respuesta habéis encontrado por parte del público?
- Estamos muy contentos porque el público de todas las edades se siente identificado con el personaje. Todos hemos esperado una llamada de este tipo en algún momento de nuestras vidas. Y en ese viaje, cada espectador encuentra sus propias respuestas.
- ¿Podríamos decir que se trata de un drama?
- En Argentina utilizamos mucho el concepto de comedia dramática, aunque todavía no nos hemos puesto de acuerdo el director, Tomás Cabané, y yo (risas). Él lo ve como un drama y yo lo veo como una comedia dramática.
- El eterno conflicto sobre la comedia, al que se le considera constantemente como un género menor…
- Es cierto. No se respeta mucho la comedia. Pero en absoluto es un género menor. Es el juego de siempre. Uno agarra a un actor o a una actriz que hace drama y lo pone a hacer comedia, y se puede llevar un disgusto muy grande. La comedia implica un riesgo brutal, es como un salto de fe. O funciona y vas a muerte, o te estrellas contra el suelo. No hay nada más horrible que hacer comedia y que no se escuche una carcajada. Por eso, los actores que hacemos comedia estamos deseosos de que nos den un personaje dramático, porque cuando te lo dan, todos temblamos de emoción. Hay pocas oportunidades. Cuando Jim Carrey, que nadie daba un duro por él, hizo la película Man On The Moon, todo el mundo empezó a respetarlo. Era el primer papel serio que hacía. Y lo bordó.
- En sentido inverso, cuando hiciste Hay que purgar a Totó, con Nuria Espert, ella llevaba cuarenta años haciendo drama. Da la impresión que saltar a la comedia da mucho vértigo.
- Es que lo da. Recuerdo cuando estrenamos la obra de teatro, Nuria Espert, que en realidad comenzó como actriz haciendo comedia, bromeaba diciendo “esto va a ser un éxito sí o sí. Va a ser un éxito porque va a venir la gente que quiere verme volver a mis orígenes, y va a venir la gente que quiere que me vaya mal por hacer esto” (risas).
- Sin embargo, el actor de comedia tiene que reclamar su espacio en el drama…
- Es algo que nos ocurre a los actores hasta con el tipo de personaje que nos ofrecen. Este espectáculo, Querido capricho, también surgió como un trampolín. Al tener la oportunidad de representar la obra en el Centro Dramático Nacional, me planteé que si tenía esta oportunidad como actor, tenía que preguntarme qué quería verdaderamente que la gente viera de mí. ¿Sigo ofreciéndole a la gente lo que ve en mí por las series de televisión o les presento otro mundo totalmente distinto, donde no están acostumbrados a verme?
- Lógicamente elegiste este segundo camino.
- Los vemos mucho en EEUU, sobre todo en actrices que toman el poder de sus trabajos, se convierten en productoras ejecutivas de sus proyectos porque deciden “necesito contar esto”. Te pongo otro ejemplo de aquí. Nadie le preguntó a Blanca Portillo por qué hizo de Hamlet. Hizo de Hamlet. Punto.
- ¿La televisión solo ve a Tomás Pozzi en la comedia, entonces?
- Sí, pero también entiendo que es lógico. Uno tiene que entrar a un lugar como es la televisión siendo consciente de que es un producto, siendo consciente de dónde le van a ubicar. Lo que no quiere decir que uno, si puede, no vaya eligiendo los trabajos y redireccionando su carrera. Particularmente me veo en la obligación de elegir, en la medida que pueda, qué quiero que vean de mí. Hasta ahora ha habido varios papeles de comedia (el de Max en Gym Tony, y el de Cecilio en La que se avecina), pero siento que hace falta arriesgar un poco más en las series de televisión.
- ¿Se ha notado un cambio con la llegada de las plataformas bajo demanda
- Estoy profundamente agradecido, precisamente, con lo que hice en Pequeñas coincidencias (Amazon Prime) porque, dentro de que se trataba de una comedia romántica, su creador, Javier Veiga, se arriesgó a dar un giro conmigo y los personajes que había hecho hasta ese momento. Aquí pude interpretar el papel de un oncólogo, personaje con el cual pude actuar con un tinte más dramático. Fue un regalo. Soy un firme defensor de la mezcla de ambos géneros, precisamente porque la vida es así.
- Con la serie Pequeñas Coincidencias os habéis mantenido durante tres temporadas. Leí que ha tenido mucho éxito en países como México o Argentina.
- Sí. Ha sido brutal. Y eso que estaba concebida como una serie de una temporada. Fue tan bien que renovamos dos temporadas más, con un formato diferente, de 30 minutos por episodio en vez de 50 minutos. Las plataformas bajo demanda (Netflix, Amazon, HBO, etc) son una suerte. Una ventana al mundo.
- También has participado en una producción británica…
- Sí. Fue en una miniserie de cuatro episodios titulada Mad dogs, una producción de Sky One con John Simm y Ben Chaplin. Hice de asesino en serie que mataba siempre con la máscara de Tony Blair puesta. Este es el tipo de riesgos que te aparecen en tu carrera en ocasiones, como que te comentaba antes, y son un auténtico lujo.
- Televisión, cine, teatro… ¿Dónde te sientes más cómodo?
- Mi hogar es el teatro. Hago teatro desde que tenía nueve años. Es mi casa. Donde soy. Después apareció la tele y el cine. Aprendí a quererlos. Me costó. Tras mi primera sesión en una película me fui a mi casa llorando. Sin embargo, tuve mucha suerte de poder participar en tiras diarias. Trabajar en series diarias fue como una universidad para mí. Hay que saber resolver, hay que ser rápido. Genera un ejercicio que es como ir al gimnasio. Esa fue mi experiencia tanto con Amar es para siempre como con Gym Tony. Ahí empecé a disfrutarlo. Dejé de tener miedo a la cámara para pasar a hacerla mi cómplice. Y la diferencia es inmensa. Ahí es cuando empecé a disfrutar en la televisión. Después está el cine, que es como un postre bien hecho.
- En Querido capricho apenas llevas unos pendientes de perlas y el resto eres tú, Tomás Pozzi. ¿Es intencionado para que veamos también al actor?
- Sí. Tiene que ver con eso y también tiene que ver con llevar al máximo el hecho de no interferir con otras cosas para que no se transforme en travestismo. Esto no nos interesaba. Durante los ensayos solo hicieron falta unos pendientes y una camisa para que apareciese el personaje. No hacía falta nada más. Esa era la nueva visión que queríamos transmitir. De esta forma podíamos convivir tanto Amanda como yo en el escenario.