Próximas las elecciones los diferentes partidos políticos concurrentes van configurando sus listas de candidatos con más o menos aceptación entre sus cuadros. Así, por ejemplo, en el PSOE, la ex presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz ha dejado entrever su malestar con un escueto “tomo nota”, al entender que no se han recogido sus peticiones de inclusión de los candidatos propuestos por su corriente.
Por su parte, en Ciudadanos también han vivido su momento de desencuentro, irregularidades incluidas, con la pugna entre Silvia Clemente, ex del PP, y Francisco Igea, en las primarias para elegir al candidato a presidir la Junta de Castilla y León. Y apenas hace unos meses Podemos vivió su crisis particular, al anunciar Íñigo Errejón que concurriría a las elecciones de mayo bajo la marca Más Madrid, la plataforma de la alcaldesa de esa ciudad, Manuela Carmena. En cuanto al PP, ha cambiado al 78% de los número uno en las capitales de provincia, y al 85% de los candidatos autonómicos.
Ya advertía Maquiavelo que las primeras conjeturas que se hacen sobre la inteligencia de un gobernante se basan en su acierto o error al elegir a las personas que lo rodean; de aquí la importancia que tiene elegir los miembros del equipo, y elegir supone también descartar. Y a este asunto se ha dedicado tiempo y tinta, al menos desde que existe la escritura.
¿Cómo configuraría su equipo de trabajo? ¿Cuáles son los criterios a tener en cuenta? ¿Es lógico pensar que el criterio de selección sería el de demostrada competencia? ¿O quizá sea más adecuado elegir a aquellos con los que nos llevamos bien? Richard Hackman, experto en gestión de equipos, afirma que cuanto más heterogéneo es un equipo más aprendizaje genera entre sus miembros, si bien también la divergencia intelectual puede generar conflictos y ralentizar la toma de decisiones. Y es que “a veces necesitamos que alguien nos enseñe lo que no somos capaces de ver, y entonces nos cambia la vida”, como le recordaba a Seth Rogen, protagonista del filme ¿Hacemos una porno? , su mejor amigo.
No debió pensar así Periandro, tirano de Corinto y uno de los siete sabios de Grecia, cuando su aliado Trasíbulo, tirano de Mileto en el siglo VII a.C., le pidió consejo sobre el arte de gobierno. Periandro no respondió, se limitó a nivelar un campo de maíz cortando las mazorcas más altas. Parece que el criterio preferido en este caso fue evidente: hay que eliminar a los que destacan y pueden llegar a suponer un desafío al poder.
Y es que está acreditada la tendencia a la reproducción homosocial u homofilia, o principio de atracción por lo similar: los seres humanos preferimos a aquellos con los que compartimos características sociológicas, tales como la edad, género, etnia, trabajo, o psicológicas, como valores, creencias o normas. La razón se ancla en los mismísimos orígenes de nuestra especie cuando salir del propio núcleo de la tribu era un riesgo para la supervivencia no solo por los peligros naturales, sino también por los posibles ataques de otros grupos.
Según el profesor José Luis Álvarez, este sesgo heredado lleva a la homogeneidad social y endogamia, en especial en los contextos de alta dirección donde por las incertidumbres y ambigüedades propias de las tareas directivas, así como por su ambiente de competitividad, para compensar esas tensiones se privilegian los criterios de similitud antes que los de competencia a la hora de, por ejemplo, elegir colaboradores o sucesores. Sin ir más lejos, esto ya lo advertía Jenofonte hace 2.500 años: “según sean los líderes, como regla, serán los hombres que tienen por debajo”.
Para reforzar esta tendencia, los investigadores Tiziana Casciaro y Miguel Sousa Lobo, llevaron a cabo un estudio sobre las relaciones en el trabajo en cuatro organizaciones que combinaban diferentes atributos – grande/pequeña, estadounidense/europea, con o sin ánimo de lucro-. Los participantes tenían que indicar con qué frecuencia habían tenido relaciones de trabajo con otros colegas de la organización, y tras esto debían valorarlos en términos de competencia profesional y de afinidad personal.
La combinación de estos dos parámetros da lugar a una divertida matriz que identifica cuatro perfiles: el competente insoportable, que sabe mucho pero es desagradable; el tonto adorable, que no sabe mucho pero es encantador; la estrella adorable, inteligente y agradable; y el incompetente insoportable, que no necesita mayor definición. Es claro que todos quieren trabajar con la estrella adorable y nadie con el incompetente insoportable. Pero la conclusión más relevante aún es que las personas prefieren al tonto adorable sobre el competente insoportable.
La pregunta final es qué proporción de cada uno de los perfiles es mínimamente soportable para no dar al traste con los resultados del equipo, y cuál es la que encontraríamos en las diferentes listas electorales.