“Oh vella, oh trista Europa!” Ya lo hice, pero quería volver a mi añorado poeta Vicent Andrés Estellés con su “Coral romput” y su oda a Europa. Le conocí con veinte años. Yo. Su sonrisa era tan contagiosa como la ternura de su poesía, como la bravura de su amor a la patria, a “una amable, una trista, una petita pàtria”. Le recuerdo ahora, como recuerdo a Amanda, en un mundo convulso, donde se ponen y se quitan gobiernos por auto-proclamación -Bolivia-, donde se reconocen países por auto-declaración de independencia -ocurrió en Eslovenia, Kosovo, a medias-. Y, ahora, Europa nos devuelve la dignidad, una dignidad de “petita pàtria”.
Y lo han conseguido con todas las de la ley. Cuando en España, mi querida España, la España camisa blanca de mi esperanza, les negaba el pan y la sal. El pueblo catalán, esa “petita pàtria”, ha conseguido tener reconocido su derecho a discernir, a reivindicar, a pensar diferente, a defender su “pàtria”. Porque yo nací en el Mediterráneo. Y porque somos fenicios, griegos, romanos, árabes y lo que sea necesario para reconstruir un mundo plural y amigo.
“Don’t steal our votes”, era el grito que durante los últimos meses se ha escuchado en Bruselas, en la Plaza de Luxemburgo, por iniciativa del conseller Lluís Puig. Catalanes y amigos de catalanes se reunían todos los martes a las puertas del Parlamento para recordar a Europa que había más de dos millones de ciudadanos europeos sin representación en el seno de la soberanía popular europea. Los eurodiputados electos Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Toni Comín seguían sin poder entrar en el hemiciclo ni tomar posesión de su cargo desde el pasado 26 de mayo, pese a que más de dos millones de ciudadanos les habían votado y pese a que el Boletín Oficial del Estado español les había proclamado eurodiputados electos.
Ésta es la cuestión que acaba de dirimir el Tribunal de Justicia de la Unión Europea con sede en Luxemburgo. Los tres políticos catalanes que concurrieron a las urnas el 26 de mayor fueron elegidos por sus ciudadanos como diputados al Parlamento Europeo no deben cumplir ningún otro requisito para tomar posesión de su cargo como representantes de la soberanía popular. El Estado español exigía como formalidad el condicionante previo de jurar la Constitución ante la Junta Electoral Central, con sede en Madrid. Europa ha dicho que no hace falta. “El funcionamiento de la Unión se basa en el principio de la democracia representativa, que concreta el valor de democracia” y “la condición de miembro del Parlamento Europeo se deriva del hecho de ser elegido por sufragio universal directo, libre y secreto”, sentencia el Tribunal.
Y esto vale para todos, para la democracia en general, en peligro en estos momentos, en esta vieja Europa. “Digámoslo con toda crudeza: los ciudadanos europeos votamos, incluso, en tres o cuatro urnas distintas, pero ¿realmente decidimos sobre las grandes cuestiones o éstas se dirimen en espacios no sujetos al escrutinio democrático?” Joan Romero, conseller de Cultura de la Generalitat Valenciana en la época de Joan Lerma y catedrático de la Universitat de València y amigo, se hacía esta pregunta en su artículo “Sobre las geografías del malestar en Europa” (publicado en “Papeles de relaciones eco-sociales y cambio global”. Nº 147 2019, pp. 61-72).
El terreno de las identidades, el crecimientos del nacional-populismo y los Estados-nación entran en el espíritu de la incertidumbre, alimentando el demonio de la inseguridad que invade este siglo, este milenio. El profesor Romero habla de “desacoplamientos” o “dislocaciones”, y los señala “muy especialmente entre Estado, soberanía y democracia”. Comenta que “diversos autores han subrayado la importancia de las fracturas territoriales al analizar las nuevas geografías del malestar. El enfoque territorial lo ha explicado Rodríguez-Pose argumentando que el malestar sería la revancha de ‘los lugares que no importan’. Es evidente que la componente territorial debe ser tenida en cuenta…”. Los lugares que no importan, las deslealtades institucionales… No se puede humillar al vencido.
Y aquí estamos, rehaciendo Europa, una Europa que parece fragmentarse a trocitos como se rompe un corazón…, perdiéndose un amor aquí, otro allá, pero que no deja de palpitar. Y así, haciendo tic-tac, tic-tac, volvemos a poner en marcha el reloj de la democracia. Porque “el nacional-populismo, lejos de ser un fenómeno pasajero, puede ser una opción para millones de europeos”, alerta Joan Romero. Porque puede ocurrir que, “una vez fracasada esa opción, se abran espacios para escenarios tan desconocidos como distópicos (…) Sin descartar, no se olvide nunca, que la moneda pueda caer del lado de versiones de democracia autoritaria”. ¿Lo escuchan? Tic-tac, tic-tac…