Cullera: el comercio de siempre resiste al coronavirus
Cullera: el comercio de siempre resiste al coronavirus
Cullera: el comercio de siempre resiste al coronavirus
Recorremos diez municipios de la provincia de Valencia para que sus comerciantes nos cuenten cómo han enfrentado la crisis del coronavirus. Cada miércoles y sábado un nuevo episodio
VALÈNCIA. Torrent ha evolucionado de villa a ciudad en un movimiento relámpago. Lo que hace apenas unas décadas era considerado un pequeño pueblo, se ha convertido ahora en la capital más grande de L’Horta Sud: nada más y nada menos que 81.000 habitantes. Tal y como era de esperar, esta transformación ha comportado muchos cambios en las costumbres y en las formas, en la manera de ver y entender la vida… Y, por supuesto, también en la de comprar.
Aun así, un pequeño puñado de comercios tradicionales resiste a la metamorfosis. Da igual lo que sea Torrent, ellos abren su persiana cada día para ofrecer servicios indispensables a los vecinos. Son muchas las crisis que a lo largo de los años han afrontado y superado, y también son muchas las lecciones que han aprendido para sobrevivir. Pero, cuando parecía que ya nada podía sorprenderles, el coronavirus llamó a la puerta. ¿Cómo han afrontado la emergencia sanitaria? ¿Qué han hecho los negocios más veteranos para mantenerse en pie? Cinco establecimientos torrentinos nos ofrecen respuestas.
Legumbres Andreu Llustre arrastra más de cien años de historia a sus espaldas. Tanto tiempo hace de aquello, que ni siquiera sus actuales dueños recuerdan la fecha exacta. ¿1870? ¿1880? Lo que sí es seguro, es que ya son cuatro las generaciones que han pasado por detrás de su mostrador. “Esto lo empezó el padre de mi abuelo”, explica Jesús. “Sin embargo, el negocio no tiene nada que ver con lo que fue en sus inicios. Él empezó con semilla de anís para fabricación de embutidos, panes y todo eso. No fue hasta la siguiente generación que mi abuelo apostó por el tema del garbanzo y de la legumbre”.
Un camino que, a día de hoy, los ha llevado a expandirse hasta límites insospechados. Y es que, lo que empezó siendo una modesta tienda en la calle Fray Luis Amigó, es ahora una marca con fábrica propia: “tenemos registrada la marca Legumbres Andreu Llustre, y hace algunos años abrimos una planta para envasar conservas”, continúa orgulloso Jesús. Aun así, se han negado a cerrar su pequeño bajo en el casco antiguo de Torrent, donde todavía se venden legumbres a granel. De hecho, son muchas las personas que entran a la tienda para servirse mientras hablamos.
¿El truco para sobrevivir tantos años? “No acomodarse nunca” responde vehementemente Jesús. “Tener un poquito de visión y diversificar todo lo que puedas el negocio”. De esto último ellos saben mucho: venden desde las legumbres más tradicionales hasta las más exóticas, pasando por el conocido como mercado étnico. “Las personas extranjeras pueden venir y pedir legumbres de sus países que aquí no se comercializan, y nosotros se las conseguimos”. Además, también sirven a bares y restaurantes: “por ejemplo, en los sitios más modernos en vez de pedir lenteja como tal te piden lenteja negra porque tiene más presencia. De eso tenemos menos cantidad, pero también ofertamos”, explica.
Y la crisis del coronavirus la han sobrevivido exactamente así, siguiendo su propio consejo: “el cierre de bares y restaurantes nos afectó bastante, pero lo que perdimos por ahí lo ganamos en la venta particular. Detectamos que la gente quería mucho envasado, porque dura más tiempo, así que tuvimos las máquinas trabajando sin descanso. Era lo que querían y se lo dimos”, relata con vehemencia. ¿Una situación dramática? Con tantos años a sus espaldas, ellos han considerado esta como “una crisis más”.
Abrir un negocio el día de la Lotería de Navidad debería ser sinónimo de suerte asegurada, al menos durante unos cuantos años. Aquel 22 de diciembre de 1986, levantaba por primera vez la persiana Montoro, un taller de reparación de relojes. “Mi padre era relojero ya de antes”, relata Javier. “Estuvimos muchos años dedicándonos únicamente a la reparación de piezas, pero hace veinte años dimos el paso y por fin nos convertimos en joyería”.
Ahora, incluso se han lanzado a la piscina con la comercialización de diseños exclusivos. “Lo último que hemos sacado a la venta es una fallerita para colgar en una pulsera de abalorios”, comenta orgulloso Javier, mientras la enseña. “Nos dedicamos mucho a la venta de piezas para festeros y falleros. Pero no de aderezos, sino de detalles para el día a día: colgantes, pulseras, el abalorio… Todo eso”, explica. Y es que, su negocio está profundamente arraigado al comercio de proximidad y a las costumbres más mundanas de Torrent.
“Somos una joyería, sí, pero nuestros precios son competitivos y bastante asequibles”, señala. Aun así, como no podía ser de otro modo, el coronavirus ha hecho de las suyas también en la Joyería Montoro: “evidentemente, hemos notado un descenso de las ventas. El coronavirus ha truncado todos nuestros momentos estrella: Fallas, día de la madre, día del padre, bodas, comuniones, bautizos…”, lamenta. Sin embargo, la tienda se ha mantenido más o menos a flote gracias a sus actividades de reparación: “ahora ha venido una oleada de gente que necesitaba arreglar cosas, después de dos meses encerrados en casa”, comenta.
Sobre el futuro, él lo tiene muy claro: “la crisis todavía no ha terminado, de hecho acaba de empezar”. Y es que su negocio tiene un doble peligro: el de la caída de las ventas y el se la subida del precio del oro. Ante un futuro tan incierto, tan solo le queda confiar en el presente: “de momento, hemos notado que la gente se ha volcado mucho con nosotros. Nos han compartido en redes sociales, en grupos de Whatsapp… Además, yo quiero creer que esta campaña de Navidad va a ser buena. La gente tal vez prefiere no arriesgarse a las aglomeraciones de centros comerciales”, apuntilla Javier.
José Enrique es la segunda generación a la cabeza de la Foieta, una panadería tradicional que se inauguró en 1964. “Mis padres abrieron esto como cualquier otra panadería de barrio”, explica el regente. “Al principio estábamos en un local mucho más pequeño, pero luego decidí trasladarme aquí y abrir también una cafetería”. Ahora ofrecen todo tipo de productos: desde pan hasta pasteles, pasando por golosas tartas e incluso comida para llevar.
La Foieta es la máxima expresión de que modernidad y tradición pueden convivir bajo un mismo techo. Una evolución y adaptación a los nuevos tiempos que no ha implicado, de ningún modo, perder las buenas costumbres. Es por ello que su nombre es bien reconocido en Torrent incluso después de tantas décadas. Una prueba irrefutable de esta fama es que todas las mesas de su terraza se encuentran llenas, mientras que la cola para comprar llega a la calle.
“Aquí hacemos de todo: cocinamos el pan por la noche, vendemos los productos durante el día y repartimos a bares y restaurantes”, comenta José Enrique, mientras recoge rápidamente una mesa. Sobre el coronavirus, se muestra un poco menos alegre: “perdimos el 50% de nuestra facturación”, lamenta. “Aun así, conseguimos reinventarnos para continuar con el negocio. El pan lo pudimos seguir vendiendo con total normalidad, porque era considerado un bien esencial. En el caso de los dulces, tuvimos que echarle un poco más de imaginación. Hicimos muchos pedidos por encargo, y también repartos a domicilio. Por ejemplo, el día de la madre, muchísima gente aprovechó para pedirnos envíos sorpresa”, comenta, con una evidente satisfacción.
Y es que no es para menos, pues su clientela se ha mantenido fiel y cercana durante estos tiempos tan duros: “en redes sociales tuvimos mucha actividad y mucho apoyo”, relata José Enrique. “Donde más se ha notado la vuelta a la normalidad es en la cafetería. Cuando la abrimos, la gente comenzó a venir enseguida”. “Se siente una recuperación, eso sin duda”, continúa. “No es el mismo ritmo que el de antes, porque eso es imposible, pero vamos avanzando poco a poco”, zanja, con un brillo de esperanza.
La carnicería Ricardo Royo soplará el año que viene cincuenta velas. Rosana la regenta ahora junto con su marido, quien al mismo tiempo es el hijo de los primeros fundadores. “Mis suegros ya eran carniceros, pero cuando se casaron, decidieron abrir su propio local”, relata Rosana, con un tono alegre. Y tiene motivos para estar feliz, pues este negocio es uno de los pocos que puede presumir de ser familiar tanto por arriba como por abajo: su hijo pronto recogerá el testigo, y actualmente ya está con ellos detrás del mostrador.
“Ahora mismo somos seis personas trabajando aquí, y tres somos familia”, detalla. En cuanto al coronavirus, reconoce que la situación no ha sido tan dura para ella como para los comercios vecinos: “unos días antes de que decretasen el estado de alarma, esto parecía Navidad. La gente sabía que la iban a encerrar y compró como nunca”, rememora. “Cuando nos confinaron, solo abríamos por la mañana y atendíamos bajo pedido, para que la gente no se nos acumulase”, explica.
Tan bien les ha ido, que incluso han detectado presencia de nuevos clientes: “hay gente que antes iba al supermercado y que ahora, después de probarnos, prefiere volver a nosotros”. Aun así, eso es más bien la excepción. Su núcleo duro de clientes sigue siendo el de siempre: “mis principales compradores son los de toda la vida, vecinos del pueblo. Nos han ayudado mucho y no nos han dejado atrás en estos momentos tan duros. Doy gracias todos los días por ellos”, concluye.
En cuanto al secreto para ser tan bien queridos, ella no tiene dudas: perseverancia y las cosas bien hechas. “Nuestros productos son 100% artesanales, desde el embutido hasta las hamburguesas. Incluso viene gente de otros pueblos a buscarnos”, concluye. Sobre el futuro, reconoce que no se puede quitar de encima el rastro de miedo: “hay mucha incertidumbre, y para mí ha sido muy impactante ver el pueblo tan vacío. No sabemos qué pasará”.
La calle Fray Luis Amigó fue, en su periodo de máximo esplendor, la vía comercial más concurrida de Torrent. Es por ello que no sorprende encontrar aquí uno de los negocios más tradicionales que puede ostentar un municipio: la mercería. Hermanos Ibáñez Andreu abrió sus puertas en el año 1964, y desde entonces ha luchado por adaptarse a los tiempos y sobrevivir.
“Primero estuvimos en un local más pequeñito, unos números más abajo”, relatan sus dependientas. “Pero después de quince años decidimos trasladarnos a este bajo”. En cuanto a los productos ofertados, son muchos los cambios que han tenido que afrontar: “los tiempos cambian y hay que ir adaptando la mercancía a lo que te piden los clientes. Por ejemplo, hace unos años tuvimos que quitar todo el servicio de droguería porque no daba ganancias”, rememoran.
Ahora, además de los tradicionales hilos y botones, también ofrecen ropa interior, ropa de baño e incluso algunas prendas para salir a la calle. “Lo más importante es generar confianza en la gente, atenderlos bien y hacer que se sientan como en casa”, explican, al ser preguntadas por la receta para la supervivencia. Y este es un consejo que se debería grabar a fuego, pues a ellas les ha ido de lujo: no pueden apenas atendernos con el trasiego de clientes.
Esta mercería es, sin duda alguna, un negocio que se encuentra a medio camino entre la antigüedad y la modernidad; entre la tradición y la vanguardia. Su nombre rememora tiempos pasados, pero su actividad no podría estar más de actualidad. Y es que, durante el confinamiento, este comercio apostó por la venta online: “no ha sido nuestro negocio estrella, pero sí que nos han pedido algunas cosas”, detallan. Sobre el futuro, simplemente prefieren no hacer conjeturas: que sea lo que tenga que ser.