VALENCIA. El próximo 27 de octubre, Miqui Puig regresa a los escenarios valencianos para presentar Escuela de capataces, el nuevo álbum de uno de los personajes más apasionados y puros con los que cuenta el pop español, un artista que bebe de los más diversos estilos.
Miqui Puig dice que es un militante. Es por esas cosas por las que, además de gustarme su música, me gusta el personaje. Hace mucho, cuando los gustos apasionados eran algo casi privado, algo compartido con amigos o con gente que escuchaba lo mismo que tú, Miqui ya militaba. Era una militancia real, no como la que abunda en las redes sociales, repentina y oportunista, esa que en muchos casos usa nombres e iconos para que el sujeto en cuestión se convierta en protagonista. Cuando era adolescente, y también de jovenzuelo -e incluso ahora-, yo también creía con fe ciega en determinadas causas. Velvet Underground, Patti Smith, Jim Morrison, Ramones. Miqui es igual. Cree en aquello que le inspira con un fervor casi religioso. La ropa, los discos, las motos. Todo eso en lo que cree forma, al final, parte de él.
Los Sencillos vinieron a actuar a Graffiti allá por 1990. Estaban sumergidos en la promoción del tema que les hizo famosos, ‘Bonito es’. Cada vez que un grupo grababa en el plató le hacíamos algunas preguntas así que seguramente en esa ocasión ya hablé con Miqui. Él dice que por entonces me leía en el Ruta 66, aquellos artículos tan militantes que firmaba en mi juventud. Me halaga que lo diga pero no debo olvidarme de que aquí, el protagonista es el señor Puig, que además de militante es enciclopédico. Cuando hablamos de música, entiendo que hay dos maneras de resultar enciclopédico. La de aquel que te adoctrina y arenga mientras te explica todo lo que sabe; esa es la que no me interesa, pues ya he conocido a muchos predicadores del buen gusto. Prefiero la de aquel que sabe y disfruta tanto con sus conocimientos que no explica, cuenta, y por consiguiente, aquello que quiere transmitir simplemente fluye; entonces descubres que es algo para lo cual tiene espacio en tu interior. Miqui es de ese tipo de comunicador. También tiene esa manera británica de amar la música. Me hace pensar en los grupos suecos del sello Labrador, y también en otros que no graban ahí. En Bob Stanley, de Saint Etienne o en Marc Almond, ilustrados caballeros del pop británico. Es como Alex Cooper, que no es británico, pero como si lo fuera; como Juan de Pablos, que es universal.
Haciendo recuento de las veces que he coincidido con Miqui me salen situaciones muy variopintas. Y como siempre, la memoria ayuda poco. Sí recuerdo claramente el lanzamiento de su primer álbum en solitario, Casualidades, en 2004. Una entrevista que acabó en un restaurante chino cerca del Congreso de los Diputados. Nos acompañaba Yann Padrón -cada tanto aparece por estos recuerdos porque fue un buen amigo-, entonces director del sello que recuperó a Miqui como solista. Ese día hablamos de Jeanette, que había accedido a cantar en uno de los temas del su álbum, y de la idea de intentar hacerle un disco homenaje. En Francia, que es de dónde era Näive, el entonces sello de Miqui, hay muchos fans de Jeanette, empezando por Air. Meses más tarde Miqui presentó el disco en la madrileña sala Morocco. Estuvo espectacular. Esa noche acabamos tomando mojitos con Mastretta, Ajo y Nacho Canut en el José Alfredo, en Malasaña.
Antes decía que Miqui es un fan apasionado. Lo es. Lo recuerdo emocionado cuando le regalé una copia del disco de los valencianos Bongos Atómicos. Lo recuerdo también haciéndole una respetuosa reverencia a un miembro de Glamour, grupo al cual admiró siempre con la ausencia total de prejuicios. Miqui tiene nexos sólidos con Valencia. Cada tanto lo llevan a pinchar al Biplaza y además es amigo del no menos querido Tórtel. Allá por 2006, coincidimos en Bilbao para poner música. José Luis Rebollo, el chico de Chico y Chica, el Madel de Madelman, nos llevó al Pink, el club que dirigía entonces. Ahí comprobé que MIqui no sólo sabe de música, también sabe seleccionarla y ponerla para hacer que la gente se lo pase de miedo bailando.
La última vez que recuerdo haberlo visto actuando fue en el Loco Club, en València, cuando el segundo álbum en solitario. Se llamaba Impar. Volví a entrevistarlo. Aquel era su primer disco posterior al estrellato televisivo. Tenía ya trayectoria como jurado en programas de televisión, pero su paso por Factor X le lanzó a un nivel de estrellato hasta entonces desconocido para él. Ahí entraban también las filias y, por desgracia, las fobias. Hablamos de 2008. Las redes sociales todavía eran la sombra de lo que llegarían a ser. Entonces Miqui dijo: “Si entras en internet verás siempre comentarios encendidos diciendo que cómo me atrevo a decir esto o lo otro si no sé cantar. Dicen que soy crítico pero lo que soy es un opinador, un fan que, sobre todo, cuando hay algo que le gusta no deja de hablar de ello.”
En aquella entrevista también contestó lo siguiente cuando le pregunté de qué estaba más harto: “Sobre todo, de los políticos. De los que ignoran al pueblo. Yo tengo unas raíces de izquierdas y son precisamente los políticos de la izquierda los que más me han decepcionado. Porque los de derechas ya sabemos cómo piensan, pero los de izquierdas se supone que son de otro modo y que, por ejemplo, les interesa la cultura, aunque en realidad no les interesa para nada”. Miqui Puig opina alto y claro, en eso es como Morrissey, y no es algo que diga él, eso lo digo yo y cada cual que piense lo que quiera. Miqui, que hace años sacó un disco de versiones que hablan de Barcelona, es un artista que representa muy bien lo que es su ciudad. Cosmopolita, cálido, hecho a partir de muchas cosas pero con un alma propia. La Barcelona de nuestra educación sentimental. La del Vibraciones y Ruta 66, Loquillo y Los Negativos, Star y Rock Espezial, Pau Riba y Sisa, Arsenal y Plàstic, Sideral y Austrohúngaro. La Barcelona de Miqui, la que quiero y querré siempre.