Comenzaré estas líneas con una afirmación perfectamente tangible: en la peor crisis económica y social que se recuerda, el Gobierno polaco ha hecho más por los trabajadores españoles en tres días que UGT y CCOO desde que comenzó la pandemia. Y es que el virus chino no solo ha evidenciado la inutilidad supina del socialcomunismo que nos gobierna a nivel nacional -y autonómico- sino también el hecho de que los dos sindicatos mayoritarios son absolutamente prescindibles.
Niveles de paro inimaginables en un país occidental. Una caída histórica del PIB nacional con las peores previsiones posibles. Trabajadores encerrados en casa sin un solo euro de ingresos a causa del impago de los ERTE. Subida de las cuotas de autónomo para los trabajadores por cuenta propia aun cuando no se les permite trabajar o se les imponen limitaciones inalcanzables. Una subida de impuestos para la imaginaria lucha contra el imaginario cambio climático. En definitiva: toda la carga de la culpa recae, como siempre, sobre los hombros del español que solo quiere trabajar en libertad para llevar el pan a casa y alimentar a los suyos. Y, mientras tanto, los sindicatos UGT y CCOO, dirigidos por unas cúpulas “apesebradas” con el riego constante de millones de euros de dinero público (es decir, dinero producido por el sudor de la frente del trabajador), siguen callados como lo que son. Porque dichas organizaciones se han convertido en la guerrilla para hostigar a los gobernantes cuando las cosas van mal. Salvo cuando gobierna el PSOE. Con los cambios de gobierno pasan de lobos a corderos con una desfachatez insultante para el español medio. Ya nada se espera -si es que alguien mantenía la esperanza- de ambos sindicatos que, con la pandemia, quedan heridos de muerte en su credibilidad.
Y con la Navidad, llegó el culmen de la traición de la izquierda (tóxica alianza de partidos y sindicatos). Miles de camioneros españoles atrapados en Reino Unido por las restricciones del Gobierno inglés y silencio sepulcral de los sindicatos. Y del Gobierno de Sánchez e Iglesias.
Los españoles podemos soportar -a duras penas- el estar separados de nuestras familias en esta dolorosa situación. Pero lo que no podemos tolerar y nos hace notar una auténtica puñalada en nuestro orgullo patrio es ver como nuestro presidente deja tirados como perros a nuestros trabajadores en un país extranjero. Los testimonios que nos han llegado han llenado nuestros ojos de lágrimas y nuestro corazón de una rabia en una magnitud solo superada por el frío, el hambre y la incertidumbre que miles de los nuestros han sufrido abandonados en cunetas durante varias noches. Mientras Pablo Iglesias, calentito y acurrucado en el sofá de su mansión, salivaba de odio viendo el discurso de S.M. Felipe VI en Nochebuena, muchas familias españolas aguardaban noticias y añoraban la vuelta de uno o varios de sus miembros que se encontraban solos a miles de kilómetros de distancia.
Al parecer a Sánchez, a Iglesias y a los líderes sindicales de UGT y CCOO, los platos de gambas y los canapés les impedían ver la realidad de lo que estaba sucediendo en el sur de Inglaterra.
Y ante esta situación, otro capítulo más de la insignificancia de España en el panorama europeo -no hablemos ya del internacional- y del ridículo que, ante el resto de naciones, nos ha sumido la izquierda española.
Si muchos de nuestros camioneros pudieron comer algo caliente en las frías noches de Dover (Reino Unido) no fue gracias al “Gobierno más progresista de la Historia de España” sino a la decisiva decisión del conservador presidente de Polonia, Andrzej Duda, de ayudar a los camioneros atrapados, sin importar si eran polacos, franceses o españoles. Por supuesto este hecho ha pasado desapercibido para los grandes -y subvencionados- medios de comunicación nacionales que han priorizado -como casi siempre- el tapar las vergüenzas de Pedro Sánchez como principal patrocinador por encima de su deber constitucional de informar. De nuevo las redes sociales y los medios libres han evidenciado la enésima traición del socialismo español a aquellos a los que se vanaglorian -falsamente- de proteger: los trabajadores. La izquierda española es la élite acomodada que exprime a “los de abajo” para satisfacer la insaciable y criminal voracidad de “los de arriba”. Porque al “contubernio progre” ya no le basta con servirse del sistema clientelar creado a la imagen y semejanza de las estructuras internas de sus partidos y sindicatos. No. Como ya dije en mi artículo anterior titulado “Agenda 2030: Puente aéreo.”, la izquierda machaca hasta la extenuación al que madruga para imponerle por la fuerza un globalismo autoritario que pone los derechos del ciudadano por debajo de los intereses de las élites a las que juraron desproveer de todo poder sobre los españoles. La soberanía nacional está tan diluida entre tanta podredumbre ideológica de la izquierda que ya ni les molesta el abandono de aquellos que cruzan Europa para llenarle las mesas al presidente y a su ingente cantidad de ministros.
Solo queda, por un lado, dar las gracias a los militares y médicos polacos que en Nochebuena acompañaron y cuidaron a nuestros camioneros en las cuentas inglesas y, por otro, pedirle al 2021 que la descomposición moral de partidos y sindicatos de izquierdas signifique el principio del fin de su dictadura. Y de su caradura.
Esta es una verdad incómoda, pero alguien tenía que decirlo.