En los últimos días la playa de la Malvarrosa ha vuelto al imagenio politico. En una España radial, con miles de kilómetros destinados a la alta velocidad, los responsables del government del Cap I Casal se desplazaron a la ciudad de la movida, del aquí no hay playa. Allí se plantaron, en una ciudad sumergida en una aguda crisis política y en un caos pandémico generado por las severas y duras medidas aplicadas por un confinamiento selectivo, y no hay que tomárselo a broma entre los vecinos de los barrios del norte y los del sur. Nuestros mandatarios viajaron para testear, sin echar un pulso ni quebrar el gemellaggio idelógico, con el fin de presentar a los descendientes de Thoreau una nueva, necesaria y posible reurbanización de la fachada marítima valenciana.
Los capitalinos llevamos más de dos décadas enfrentados por dar una solución viable y sostenible a nuestro principal socio, que no es otro que el mar Mediterráneo. No hay quorum posible. Podría enumerar los desatinos, son demasiados, pero muchos de los males que nos aquejan en los últimos años han surgido por la impulsiva y nada productiva construcción de nuestra fachada. Los valencianos vivimos de cara al mar, no siendo capaces ni de colorear con sentido ni responsabilidad lo que en vida Joaquín Sorolla supo plasmar en el oléo: la luz. El planteamiento de un cordón dunar en la Malvarrosa es un objetivo prioritario. Sin discusiones. Obligado diría yo. Los que intimamos con la primera línea del mar sabemos de lo que hablamos. Los temporales no atienden a razones.
Gloria no hace mucho tiempo se cobró una pequeña factura, incluida la propina, de la deuda que el ser humano tiene contraída con el planeta. Estoy completamente de acuerdo con la demanda del valencianismo diverso. Aunque también deberíamos escuchar a la parte contratante, los hosteleros de nuestros paseos que cada día se levantan para alimentar a los miles de forasteros que no se resisten a los deliciosos platos que elaboran desde sus fogones. No podemos olvidarnos de ellos, son una parte vital del contrato. Hasta aquí defiendo lo que en un borrador presentaron los nuestros en Madrid, y no Los otros, en la sede de Medio Ambiente. Leídas las declaraciones de uno de los nuestros, porque siempre que partimos a la meseta hay que arrimar el hombro, no existiendo más color que los intereses de los valencianos.
A los ideólogos del plan les faltó incluir en la memoria que los vecinos del sur, los que residen y veranean en la frontera con el término municipal, los de Puchades, Bernat i Baldoví, Joan Fuster y el Maestro Rodrigo entre otros, existen. Si bajamos al moro, recorriendo la ruta de la felicidad pasando por Pinedo y El Saler, llegaremos al final del trayecto, a la playa de El Recatí -El Perellonet-. Este maravilloso poblado del sud, trozo de tierra que produce un delicioso tomate y una angula exquisita, no cuenta con un paseo marítimo en condiciones, apenas tiene 100 metros de trazado. Los dos colectivos más importantes que representan a esta población marinera, La Asociación de Vecinos y la Asociación de Comercios y Hostelería, rezan para que se les escuchen sus plegarias, una de ellas, bien importante, “en el Perellonet es factible un paseo marítimo, ecológico y de madera”, cómo planteó el Alcalde pedáneo, Luis Zorrilla, en una entrevista concendida a este diario. Pues eso, subámonos al tranvía literario de Manuel Vicent destino a El Recatí.