La política es como un boomerang. La nueva política nos devuelve a la vieja. Nacieron para acabar con el bipartidismo, pero parece que el bipartidismo acabará con ellos.
Las convulsas semanas que llevamos han acabado con tres mociones de censura frustradas y una campaña electoral ya en marcha en Madrid. Y serán los resultados de la capital los que definirán la situación de Ciudadanos y Podemos y, por tanto, reajustarán el tablero político.
Porque el bipartidismo está resucitando, no tanto por los méritos de los grandes, sino más bien, por los deméritos de los que vinieron a regenerar la vida pública.
Tanto Podemos como Ciudadanos irrumpieron como un soplo de aire fresco en un contexto de crisis económica y corrupción, se nutrieron de esa desafección ciudadana y reengancharon a mucha gente, sobre todo jóvenes, desilusionados con la política tradicional. Jugaron a la trasversalidad y crearon partidos basados en liderazgos fuertes que llegaron a ser los más valorados por su notoriedad y presencia, sobre todo, en la televisión y en las redes sociales. Estaban donde estaba la gente y conectaron con las personas.
Al romper las mayorías absolutas introdujeron la necesidad del pacto, obligaron a los grandes a buscar apoyos parlamentarios y a formar gobiernos de coalición. Una cultura de la negociación poco establecida en nuestro país, pero muy común en Europa, donde el 70% son gobiernos formados por, al menos, dos partidos.
Irrumpieron con fuerza e instauraron un nuevo paradigma que rompía el enfrentamiento entre derecha e izquierda, y establecía dos nuevos bloques: la nueva contra la vieja política.
Pero su rápido crecimiento les hizo simular cada vez más a los partidos que venían a combatir, se hicieron como ellos. Además, tampoco han sabido demostrar el cambio ni una buena gestión cuando han tenido la oportunidad.
La política ha vuelto al punto de partida azuzada por la confrontación y polarización. La volatilidad de la vida política, con gobiernos que no agotan la legislatura convocando elecciones tras elecciones, impulsan una política basada en el cortoplacismo y en tácticas partidistas, y en este juego participan todos, pero beneficia a los grandes que para eso tienen más estructura orgánica y más expertise.
En este contexto, las elecciones madrileñas serán claves. Ciudadanos intenta taponar las fugas y la opa hostil del PP, mientras envía a su mejor activo, Edmundo Bal, a la campaña para superar el 5% y tener representación en la asamblea madrileña, sino saben que la marca está muerta.
Pero el ring de combate se centra en Ayuso e Iglesias que escenifican a la perfección la vuelta a la beligerancia tradicional del eje derecha-izquierda.
La presidenta de Madrid llegó al cargo siendo una desconocida, pero ella sí conocía el medio y la institución. Ha sido ridiculizada por sus salidas de tono o por su pasado llevando la cuenta de Pecas, una posición que ha sabido rentabilizar. Porque no hay mejor forma de darte a conocer que convirtiéndote en el foco de las críticas. Un caso similar al de Esperanza Aguirre, cuando la ministra de Cultura era objeto de burla de Caiga quien caiga y acabó siendo la lideresa de la derecha española con más mayorías absolutas.
Tanto Ayuso como el alcalde de Madrid son de los pocos políticos que han ganado notoriedad y reconocimiento durante la gestión de la pandemia. Porque el coronavirus la ha situado en el escaparate nacional como la auténtica oposición al Gobierno de Sánchez. Se ha enfundado en la bandera madrileña y se ha dedicado a defender sus políticas económicas de bajada de impuestos y de apoyo a la hostelería.
Es buena en el cuerpo a cuerpo, lo ha demostrado con Sánchez y ahora tiene al mejor sparring para hacerlo en campaña.
Pablo Iglesias justifica que ha tenido que saltar a la arena política autonómica para frenar al fascismo. Vuelve a Madrid tras asaltar el cielo. Aunque su paso por la vicepresidencia deja una mínima gestión ministerial, solo ha destacado por ser el pepito grillo de Sánchez y hacer oposición a su propio gobierno para mantener su proyección política y no diluirse.
Porque Iglesias es bueno en ir contracorriente, entiende la política como una partida de ajedrez y ahora tocaba salvar a Podemos, porque, tras la pérdida de 3 millones de votos en los últimos años, no podían correr el riesgo de perder la representación en Madrid.
De momento, ya le han dicho que no su exmejor amigo, Iñigo Errejón y el candidato socialista, porque el soso, serio y formal no quiere pactar con radicales. Evidentemente una estrategia de diferenciación para mostrar una alternativa de moderación ante el monopolio de la campaña en manos de los dos miuras.
Estas elecciones serán determinantes para muchas cosas, una de ellas será ver si este paso atrás de Pablo Iglesias es el preludio de su despedida o es un movimiento para coger impulso ante los próximos acontecimientos políticos que se avecinan.
Porque un adelanto electoral es más que probable y, no es descartable que tenga un efecto dominó en algunas autonomías como la nuestra. De momento, en Moncloa esperan que sople el viento a su favor, y preparan los mimbres con la celebración del congreso del PSOE en Valencia en octubre, para apuntalar el liderazgo de Sánchez. Y encarar así, un inicio de año donde la vacunación ya este extendida en la mayoría de la población, con unos fondos europeos que ayuden a la recuperación económica y una vuelta a la tan ansiada normalidad.
Mientras el mundo sigue cambiando por una pandemia que no acaba, nosotros los de entonces, ya no somos los mismos como escibió Neruda. Pero en política, parece que sí, que vuelve lo de siempre.