Donde en los 80 se duchaban los futbolistas del Túria, donde hasta el siglo XIX se guarecían quienes esperaban para traspasar las muralles. El entorno monacal del Convent de la Trinitat abre la puerta a Trini.
VALÈNCIA. El agitador artístico Lluis Salvador lleva estos días un punto adicional de quietud. Como si estas cuatro paredes hubieran conseguido lo que la ciudad no logró: recluirlo en un mismo lugar, pausar su movimiento pendular. El bajo se llama La Trini, responde a las primeras estancias que en el paso por la calle de la Trinidad se abren a los viejos hogares que se construyeron como tejido adiposo hasta el XIX, para guarecer a quienes esperaban su entrada a la ciudad por las puertas de Serranos cada mañana. “Esperando a la lluna de València”, explican estos días las visitas guiadas al entorno, en el marco de Open House.
Justo aquí, una galería de arte que acaba de abrir. Justo en el instante en el que las urbes piensan en cerrar. Y justo en este punto, también, estaban las duchas y los vestidos que en los años 70 y 80 empleaban los futbolistas que se pasaban, como teletransportados, de los adyacentes del convento al campo de fútbol del Túria, conectada la distancia por un túnel gótico en el petril histórico.
Esa dualidad es del denominador común entre una calle veloz que fractura las orillas. El Túria a un lado, y el Bellas Artes, el Convento, Viveros… al otro, como dos cuerpos en permanente observación deseando abrazarse, separados por una pantalla invisible en forma de pista rápida.
En el extremo norte, la galería ejerce de anfitriona para un espacio destinado a oficinas de trabajo en común, después de que en lo reciente haya sido usado como un edificio tan dúctil que le ha cabido la ciudad dentro, a través de un río de actos para el pensamiento.
Hay mucho de celebración autorreferencial por el propio contexto arquitectónico: a punto de derruirse cercado por un tráfico que lo engullía, la intervención de Reyes Medina hace 20 años le dio sentido. Lo vacío por dentro para añadirle la vitamina del tiempo mientras conservaba la coraza original. Galería, oficinas y su propia vivienda, repleta de “joyas del XVIII, iconos del XX, creaciones propias y de arte contemporáneo”, resumía la revista AD en la aproximación a su casa. En el subtexto, una declaración de intenciones: una misiva para batirse en duelo frente a una mancha urbana dispuesta a acabar con este último rastro tras las murallas.
La fuerza de este entorno influye “en todo” en el planteamiento artístico de La Trini, explica Lluis Salvador, director y comisario, y Jaime Goberna, como gerente. Abrazará sus expos, discurrirá entre sus paredes.
Abierta hace apenas un par de semanas, la primera exposición está protagonizada por la artista valenciana Helga Grollo, a través de telas antiguas, tintes naturales y abstracción como señas de identidad. El ser herido pero recompuesto por principio. El 23 de Octubre será el momento para Composiciones, del artista vasco Paul Lataburu.
La vocación artística formaba parte intrínseca del conjunto amplio casi desde el inicio, cuando en el 2003 una intervención escalonada de Carmen Calvo, a modo de ventana arqueológica, interpretó desde las puertas hasta el primer piso el tránsito de las mujeres que desde su vida civil hasta su vida de clausura en el convento de la Trinitat se despojaban de sus pertenencias más íntimas.
La Trini es la última muesca de un complejo arquitectónico que, entre la pausa monacal y la presión urbana, eligió vivir. Bienvenida.