TIEMPOS POSTMODERNOS / OPINIÓN

Trump y el NAFTA 2.0

Los cantos de sirena del populismo suelen estar plagados de nacionalismo y proteccionismo

4/11/2018 - 

Han pasado ya más de 30 años desde que en 1986 España pasó, junto con Portugal, a integrar la “Europa de los 12”. Por eso, en muchas ocasiones, olvidamos la fórmula de dicha integración y su relación con la situación actual. En 1986 España entró en una unión aduanera, lo que nos comprometió a eliminar completamente los aranceles interiores con esos 11 países y adoptar un arancel común respecto al resto del mundo. Desde el punto de vista económico, este tipo de acuerdos supone, de manera directa, un aumento del comercio con los nuevos socios (conocido como creación de comercio) y, en la mayoría de los casos, menor comercio con otros países no incluidos en el acuerdo (desviación de comercio). Las uniones aduaneras también tienen efectos a más largo plazo, en forma de mayor crecimiento futuro, pues permiten restructurar la producción y adaptarse a un mercado más grande y sin obstáculos. Sin embargo, cualquier acuerdo de este tipo tiene un componente discriminatorio hacia el resto del mundo y, por ese motivo, la Organización Mundial de Comercio (OMC) debe dar el visto bueno a su creación. La condición que suele poner a este tipo de acuerdos es que el nivel de protección del área respecto al resto del mundo disminuya.

Además de las uniones aduaneras, desde la segunda mitad del siglo XX se han creado numerosos acuerdos comerciales, muchos de ellos en la forma de áreas de libre cambio (ALC en español, Free Trade Agreements o FTA en inglés), también supervisados por la OMC. En 1960 Gran Bretaña creó la EFTA (Área Europea de Libre Cambio) como alternativa a la unión aduanera en el continente. La diferencia entre ambas es que, si bien los países que las forman permiten la libre circulación de productos entre ellos, no adoptan un arancel común respecto al resto del mundo. En realidad, se trata de un acuerdo de menor calado económico y susceptible de crear distorsiones (los exportadores de terceros países intentarán que sus productos entren en el área a través del país con menores aranceles y ello obliga a realizar controles en la frontera).

Desde 1988 existía también un ALC entre Estados Unidos y Canadá, que se extendió a Méjico en 1994 para crear el NAFTA (North American FTA). Esto supuso la supresión de las barreras al comercio y a la inversión entre los tres países, así como la eliminación inmediata de la mitad de los aranceles que EEUU aplicaba a Méjico y de un tercio de los que Méjico aplicaba a EEUU. A partir de ese momento se reforzaría la integración económica en la región, continuarían reduciéndose los aranceles a lo largo de 15 años hasta afectar tan sólo a los productos sensibles (algunas exportaciones de productos agrícolas de EEUU a Méjico). Además, el comercio entre EEUU y Canadá estaba ya prácticamente liberalizado. Este acuerdo se extendió más adelante a las barreras no arancelarias (por ejemplo, las diferencias en especificaciones técnicas), así como a acuerdos sobre medioambiente, condiciones laborales y derechos de propiedad. Finalmente, para facilitar el comercio, se creó un corredor entre los tres países (CANAMEX) para el transporte por carretera.

Como resulta evidente del contenido del NAFTA hasta hace unos meses, las relaciones económicas entre los países no sólo se refieren al comercio, sino que son mucho más complejas, puesto que la inversión extranjera directa (IED), la normativa laboral, el medioambiente y las barreras no arancelarias son hoy en día los ejes principales de las negociaciones a nivel mundial, todos ellos aspectos sobre los que se ha ido también profundizando en la propia Unión Europea.

Por eso, la renegociación del NAFTA hizo saltar todas las alarmas por las repercusiones potencialmente negativas de un aumento del proteccionismo en la zona. ¿Qué es lo que implica el nuevo tratado USMCA (United States Mexico Canada) firmado el 1 de octubre pasado y que debe ser ratificado a finales de noviembre.

A pesar de todas las críticas que se han vertido, contiene algunos elementos positivos. En primer lugar, el acuerdo en sí supuso un cierto alivio, puesto que podía haber sido peor. En segundo lugar, era necesario llevar a cabo una actualización del NAFTA (tras casi 25 años) y se ha llevado a cabo siguiendo lo que ya se había acordado en el Trans-Pacific Partnership (TPP), acuerdo de libre comercio que incluía a Japón, Australia, Malasia, Perú y Vietnam y que Trump suspendió al poco de llegar al poder. A este respecto, se han incluido nuevas obligaciones en materias de medioambiente, normas laborales, limitaciones a las empresas públicas y para el impulso del comercio digital.

Sin embargo, el resto de provisiones tendrían repercusiones negativas para los tres países firmantes y van en contra de la integración en la zona. El cambio de nombre no es casual, pues el tratado ha perdido su carácter de libre cambio: en lugar de bajar las barreras, las sube, tanto al comercio como a la inversión. En concreto, el más afectado es el sector del automóvil. Como en las ALC no hay arancel común, cuando un producto entra desde otro y pide que no se le apliquen estas tasas, se aplican reglas de origen, es decir, debe demostrar que su valor añadido procede de uno de los miembros del área y no de un tercero. En lugar de un 62.5% (que era el porcentaje exigido antes), ahora se requiere que el valor de los coches y camiones procedan en un 75% de la región. Esa cifra es de un 70% para el acero y, además, el 40% los trabajadores que lo producen deben ganar más de 16$ la hora (en la actualidad entre 4 y 8$ la hora en Méjico, entre 20-30$ en EEUU). De no ser así, se les aplica aranceles. En un momento en que el mercado del automóvil está decayendo en importancia en la región, esto aumentará los costes y no sólo encarecerá los vehículos para los consumidores americanos, sino que también los hará menos competitivos en el mercado mundial. Estados Unidos se reserva, en cualquier caso, aumentos adicionales de aranceles, tanto respecto a sus socios como con el resto del mundo, por motivos de seguridad nacional (si amenazan el empleo en sectores clave, como el acero o el automóvil), como ya ha hecho recientemente. Respecto a la inversión extranjera, las nuevas cláusulas la van a reducir, al dificultar el acceso al mecanismo de resolución de disputas e introducir incertidumbre, puesto que las condiciones pueden cambiarse cada 16 años. Finalmente, Estados Unidos podría salir del USMCA con seis meses de preaviso si Canadá o Méjico firman acuerdos con países sin economía de mercado (esto es, China).

Hoy en día sabemos que las relaciones entre los países son complejas y van más allá de las exportaciones y las importaciones. Debido a que los productos contienen componentes que proceden de múltiples suministradores, mayor proteccionismo puede suponer, al final, perjudicar la competitividad del país que las impone. Nosotros, en la UE, hace tiempo que hemos entendido esto y mantenemos un mercado interno libre, por lo general, de barreras y también abierto al exterior. No lo demos por supuesto y recordemos que los cantos de sirena del populismo suelen estar plagados de nacionalismo y proteccionismo.

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