Cuando era pequeño y el Real Madrid perdía, estaba triste, melancólico, un nudo en el estómago me acompañaba hasta el día siguiente; recreaba el partido en mi cabeza analizando cada gol, cada jugada, pensando en lo que había fallado para que mi equipo perdiese. Al desahogar la frustración con mi padre, él siempre me decía algo así como que, que el Madrid ganara no pagaba las facturas. Me sentía un incomprendido, desprotegido, sin un refugio en el que calmar el dolor de la derrota; con el tiempo me di cuenta de que mi padre tenía razón y aprendí a darle a las cosas la importancia que merecen. Ahora cuando mi equipo pierde siento cierta incomodidad, pero no supera a la molestia de cuando no tienen tu plato favorito en un restaurante. Los años palían la patología de la razón que es el sentimentalismo.
Todo lo que supere a esa emoción es una exageración. La pasada semana, con mi artículo sobre el Intercity, muchos aficionados del Hércules se lo tomaron como una afrenta a su dignidad institucional y los oídos me pitaron como nunca en toda mi vida. Molestó tanto mi texto que hasta un amigo se replanteó nuestra amistad ante mi osadía de haber escrito esa pieza; "El Hércules es mi vida", llegó a decirme entonando la hipérbole emocional. De todos los temas que he tratado en mis columnas tengo la sensación de que este ha despertado más las conciencias enfurecidas de los lectores. Lo resalto porque siento tristeza, pena y asombro de que, habiendo señalado asuntos como la corrupción, fechorías legislativas y otras catastróficas desdichas, parece que muchos están más interesados en el fútbol y en la velada trágico-romántica de Shakira a Piqué que en lo que de verdad importa. Anestesiados, o como diría Javier Marías "personas que no están dispuestas a ver lo que les degrada o les hiere, y se crean mundos paralelos con sus poderosas imaginaciones". Consumidores de la Coca-Colita del sistema, entendiéndose a esta como aquella achicoria barata que ejerce de placebo de lo trascendental aportando calorías vacías: las preocupaciones causadas por el fútbol es a los problemas lo que el reguetón es a la música; una película con un pésimo guion protagonizada por un actor famoso. Alivia a la masa de sus verdaderas desgracias en los feudos alfombrados por el césped y resguardados por las gradas. Termina el partido y sigues siendo el mismo que antes y tras esos noventa minutos tu existencia sigue igual.
Si en pleno confinamiento había algunos que estaban más preocupados de que volviese LaLiga que porque su abuelo no se muriese en la residencia, ¿cómo van a interesarse por otras realidades? He visto a gente más indignada por la mala situación del club de sus amores que por las pensiones, los terceros grados de violadores o la corrupción de las instituciones. Los jóvenes de hoy no vamos a tener pensión, pero les da igual mientras gane su equipo; ignoran la vulnerabilidad de la seguridad ciudadana, mientras no vayan al estadio de Saint-Denis de París, en el Bernabéu estarán a salvo; ¿la corrupción? Pueden condenarla a golpe de tweet mientras ven el Mundial de Qatar. Tú estás en el Rico Pérez o en el Mestalla, algunos políticos están hospedados en el Palace de Madrid con pensión completa. Nuestros dirigentes se gastan millones en dietas y gastos de representación, se molestan, incluso ponen una storie en Instagram a modo de denuncia, pero solo se movilizan y sacan a relucir su faceta de activista para que se vayan los dirigentes de su club. Enhorabuena, pero ya me hubiese gustado verles tantas energías protestando en la concentración del trasvase Tajo-Segura; seguramente no sepan que está en juego el agua de todos, ese líquido insípido e incoloro que es fundamental para la vida. Lo saben de sobra, pero les da igual, solo les importa su escudo y esa camiseta. A ver quién les dice que sin agua no se puede regar el césped donde se juega… Ahora seguro que se animan.
La fuerza del fútbol y su capacidad de disuasión vital se reflejó en Argentina cuando millones de ciudadanos salieron a la calle para pedir que la televisión en abierto emitiese partidos de la competición doméstica. ¿En serio no hay otros temas más importantes por los que salir a la calle? ¿La inflación en el país es del 100%, por ejemplo? No tienes dinero para comer, pero mientras tengas espectáculo en el circo, tu vida será menos desdichada.
Hay que ser bobos, que diría Messi.