VALÈNCIA (EFE/Guillermo Ximenis). El turismo es uno de los motores de la economía española, responsable del 70 % del incremento real del PIB el año pasado, pero afronta el reto de continuar creciendo sin agravar el rechazo social que provoca la sobreexplotación de algunos destinos.
Con el fin de la pandemia, España ha vuelto a atraer cifras récord de visitantes internacionales -84 millones en 2023-, una afluencia masiva que ha reavivado la percepción de aglomeraciones, de "turistificación" y pérdida de identidad de los barrios, y las quejas por el aumento de los precios de la vivienda.
El malestar está cada vez más arraigado en lugares como Barcelona, Sevilla, Málaga, Santiago de Compostela, Ibiza y Mallorca, y su intensidad preocupa en el sector, que dedica buena parte de su diálogo interno a buscar soluciones para lograr que los turistas se sientan bienvenidos durante sus ansiadas vacaciones.
La mayoría de voces en la industria coinciden en una premisa clave: dejar de hacer alarde de récords de visitantes y poner en cambio en valor los beneficios económicos.
La actividad turística generará en 2024 más de 200.000 millones de euros, en torno a un 13,4 % del PIB, y ha impulsado el 17 % de la creación de empleo el año pasado, según las estimaciones de la patronal Exceltur, que agrupa a las 32 mayores empresas del sector.
"Si las métricas ensalzan siempre el volumen (de visitantes), el aumento de ese volumen continuará siendo un objetivo político y, en algunos casos, empresarial", señala a EFE José Luis Zoreda, vicepresidente ejecutivo de Exceltur, que recalca la necesidad de admitir que "hay lugares donde ya hemos llegado a los límites del crecimiento con el modelo actual".
Se puede seguir avanzando, en cambio, en valor añadido. Los destinos deben adaptar su oferta para que los visitantes gasten más y reserven estancias más largas, un cambio que permitiría seguir mejorando resultados sin incrementar el número de turistas, apunta Zoreda.
En Turespaña, el organismo público que promociona al país en el exterior, también preocupa la imagen del turismo entre los ciudadanos. "Hemos roto el contrato social con nuestros residentes locales", ha afirmado su director general, Miguel Sanz, que anima a la industria y las administraciones a poner el foco en el bienestar de los habitantes de los destinos vacacionales para continuar floreciendo.
La proliferación de viviendas particulares alquiladas a turistas es uno de los factores que influye en la gentrificación de los barrios y la percepción de que los vecinos son expulsados de sus lugares de residencia. Este es otro de los caballos de batalla del sector, que recalca que su lucha se circunscribe a la oferta ilegal, no a la regulada.
"El problema no es la competencia desleal", sino el impacto en la imagen del turismo, afirma el vicepresidente de Exceltur que, como otras voces en la industria, señala a San Sebastián como el ejemplo a seguir en este terreno, tanto por su normativa como por los mecanismo establecidos para que se cumpla -"Es hoy por hoy en España el mejor modelo urbano", sostiene-.
El alcalde de la ciudad, Eneko Goia, afirma a EFE que la principal herramienta para gestionar la afluencia turística es el urbanismo, la propia ordenación de la ciudad.
"Nosotros tenemos un criterio claro y es que una vivienda de uso turístico es una actividad económica. No puede ser que un bien se destine a una actividad económica y se siga considerando residencial. Eso es hacer trampa", recalca Goia.
El alcalde hace hincapié en la importancia de las inspecciones, las clausuras y las sanciones para mantener el orden en las zonas residenciales y no cometer agravios comparativos con quienes cumplen la regulación.
Las aglomeraciones durante la temporada alta en ciudades y playas es otro de los factores que enciende la percepción de la actividad turística como una molestia.
Por Barcelona pasaron entre enero y noviembre 3,4 millones de cruceristas (para embarcar, desembarcar o en tránsito), 1,2 millones más que en el mismo periodo del año anterior, cuando la pandemia aún condicionaba los flujos de visitantes, según datos del Puerto de la ciudad.
Aunque el desembarco de miles de personas al mismo tiempo genera sensación de masificación, Mar Pérez, jefa de la división de cruceros del puerto catalán, enfatiza a EFE que la llegada de visitantes por vía marítima representa una proporción pequeña del turismo global de Barcelona (el 4 %, según un estudio de la UB en base a datos de 2019).
Los grandes grupos de cruceristas son "muy visibles", admite Pérez, que sin embargo cree que es un volumen de llegadas que "se puede gestionar perfectamente", en parte por la antelación de meses, e incluso años, con la que se conocen los calendarios de llegada de los barcos.
Defiende además planes para impulsar que los recién llegados visiten atracciones turísticas alejadas del centro de la ciudad, algo que puede descongestionar los puntos más sensibles, extender los beneficios económicos del turismo y ofrecer una nueva oferta a cruceristas que quizás ya han pasado por Barcelona en otras ocasiones.