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València a tota virolla 

Ucronía en Benimar: el arte que resucita el balneario desaparecido de la playa que ya no es

De Paco Roca y Martín Forés a Patricia Bolinches y Ariana Carrasco. El arte permite una ucronía: la reconstrucción de Benimar como el lugar donde todo está pasando en València

11/12/2021 - 

VALÈNCIA. Plantarse delante de los rastrojos del antiguo club-balneario de Benimaren Nazaret, y decir: ‘Benimar está de moda. Conjuro, sacrilegio o provocación. La cuestión es que Benimar está de moda. Y ello podría dar para una tesina sobre la importancia en nuestro tiempo de la nostalgia, la capacidad para vivir en espacios que jamás vivimos o la potencia para construir identidades a partir de ruinas. Benimar está de moda. Aunque no existe

Si todavía existiera, si no se hubiera dejado consumir como un imperio que se extingue por la voracidad de su entorno, engullido en las tripas del puerto, escucharíamos la jarana playera, los chapuzones y el frenesí deportivo de un club balneario que -en lenguaje NoDo- catapultó el brío atlético de València. Nos sabría a salinidad y pisaríamos su suelo con chanclas que se moverían acompansadas a ritmo de reguetónHabría una vitrinita haciendo del Benimar un souvenir. Guardaría los flyers publicitarios desde su nacimiento, en los cuarenta, hasta su decadencia en los noventa. Uno de ellos sería el anuncio con la frase del ministro franquista Ruiz Giménez: “por aquí anda el Señor, sonriente, entre niños, los jóvenes y los grandes… en traje de baño”. Qué cringe

Sería una bendición el Benimar, confirmando que repetir aquello de ‘València vive de espaldas al mar’ es un infundio centrípeto. Más bien Benimar sería el testimonio edificado de cómo vivir el mar cuando ya no está, no porque se retirara, sino porque se aisló, cementando un organismo vivo. “Nazaret guarda un secreto. Fue el lugar donde escondían a los leprosos y ahora es la playa inexistente y desaparecida que casi nadie recuerda”, comentaba Rafa Lahuerta, reviviendo como la de Nazaret había sido la playa de su familia, a la que no volvió hasta 1999, con su Vespa, cuando se encontró el paisaje irreal, el mar hecho hormigón. Si aquello fue Noruega, esto sería Groenlandia. Pompeya en el waterfront. Todo mira a la playa. La playa no está.

Algunas cosas han cambiado. El muro ha caído. El entorno del antiguo balneario tiene reemplazo con la futura ciudad deportiva del Levante. El parque se abre paso. Y Benimar, ya se sabe, está de moda.

La artista Sandra Sasera suele contar cómo, cuando se fue de Benimaclet a Nazaret, una de las cosas que más le llamaron la atención fue que “los barcos de los cruceristas llegaban a València, se equivocaban de sentido y acababan en Nazaret, creyendo que era el centro de la ciudad”.

Un poco eso nos está pasando. Estamos simulando. Aunque solo sea por acariciar un patio trasero al que durante tanto tiempo llenamos del material de los excesos. Puede que parte del mérito sea de Paco Roca, que en Regreso al Edén levanta la historia a partir de la foto familiar en la playa. Por sus viñetas pasa el tranvía amarillo chillón que ahora toma cuerpo en el propio espacio, en un trabajo mural a pachas entre Roca y Martín Forés. El tranvía atestado luce el anuncio de Cuchillería Fina Palmera prometiendo oro, plata y platino. Las palmeras parecen sonreír y Benimar, ajeno a su destino, resulta inquebrantable. 

El mural invita a entrar en el balneario. Y eso, antes de la misma existencia de la obra, es lo que hizo la comisaria Sara Guérin en su residencia artística de la Regidoria de Joventut con el título de BenimART. Una misiva elaborada en confinamiento con la idea “de unir el interés por los espacios abandonados y la capacidad del arte para llamar la atención sobre ellos”. Objetivo conseguido. “Una nota de color sobre el olvido, una manera de insistir sobre la importancia de preservar el patrimonio y la memoria histórica”, cuenta ahora.

Guérin convocó a las ilustradoras Patricia Bolinches Aitana Carrasco quienes, aceptando la señal de ‘pasen, pasen’, se imaginaron la vida en Benimar. “Hay veces que los recuerdos se desdibujan y está en nuestras manos recuperarlos”, escribió Bolinches. “Absolutamente nada” era lo que ella conocía del edificio. Absolutamente nada es lo que pudo visitar in situ porque justo el proceso se chocó con los meses de cierre sin poder salir ni ver el espacio. Pero tal vez esa sensación de aislamiento para con Benimar era la mejor vía desde la que encarar su interpretación. 

Aitana Carrasco tomó la misión de devolverle pizcas de existencia a través de un estallido de referencias, cosidas a partir de retales viejos: “He tomado recuerdos prestados y he reinventado Benimar, Mar Azul, los merenderos y los pescadores, las familias y los niños y los gritos y las risas, las gaviotas y los peces y los bocadillos y los juegos, los vendedores ambulantes, los amigos y los amantes”. 

“Parto de la premisa -explicó Carrasco, especializada en collage- de que recordar no es más que otra forma de inventar: al pasar algo por el tamiz de nuestro recuerdo lo dotamos de alguna forma de vida nueva. Me gusta recordar porque me da miedo el olvido. Olvidar no es más que otra forma de morir, y a mí me da miedo la muerte”.

El secreto de Nazaret sigue allí, después de demasiado tiempo en el que la ciudad hizo como que no existía ese apéndice perdido frente al mar. Como una ucronía elevada por el arte, cualquier día los cruceristas, tras equivocarse de sentido, vuelven a tomar en cuenta que Nazaret es el centro de València y Benimar el club donde todo sucede.

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