Un vecino de Almansa guardaba el cadáver de un amigo en la bañera. Este titular del periódico asombra por la crudeza del macabro hallazgo. Lo delató el nauseabundo olor que invadió el vecindario de la calle San Luis en las últimas semanas y que salía del numero 13 acompañado por numerosos insectos. Tal vez habría sido buena idea guardarlo en la nevera. Aunque los 7º Celsius que mantienen la comida en los frigoríficos domésticos no coadyuven en demasía a pasar los rigores del verano manchego, en especial cuando el inesperado inquilino llevaba en el baño desde primeros de agosto. Si, al menos, lo hubiera metido en el congelador… Dicho esto, asombra también la crudeza con la que los periodistas abordamos las crónicas de sucesos, sin ningún atisbo de empatía, sin llevarnos a casa ni siquiera el dedo ensangrentado y cortado por la tercera falange, hallado a veces en la huevera de la puerta y fotografiado siempre sin compasión.
Me viene a la memoria el caso del descuartizador de Mislata, condenado en 2001 por la Audiencia de Valencia a 20 años de prisión, y que en estos momentos goza del tercer grado. Parece ser que ha rehecho su vida. Su crimen: matar a su mujer, de 24 años, poco antes de dar a luz. Aquella mañana, Mari Carmen debía ir a hacerse la ecografía previa al parto, discutieron, la estranguló y se marchó a trabajar tras arrastrarla hasta el baño. Siempre el baño, el maldito baño, como si la bañera pudiera limpiar las huellas del crimen o el sentimiento de culpa. Cuando a la noche volvió a casa, la descuartizó con un cuchillo. A su mujer y al hijo que llevaba nueve meses en su vientre. Introdujo los pedazos en varias bolsas y los diseminó por el pantano de la Forata. Sólo se hallaron los restos de un brazo de la joven. Ni rastro del bebé. “In memoriam” Mari Carmen…
Escribo estos detalles con la esperanza de que alguno de mis alumnos del grado de Criminología de la Universitat de València recapacite con la narración de esta noticia, morbosa como es esta generación, hija de las series norteamericanas CSI y Bones. El curso pasado se entusiasmaron más que en un concierto de Imagine Dragons cuando realizamos una visita al Instituto de Medicina Legal de Valencia, con intrusión incluida a la morgue y a la sala de autopsias. Detrás de cada crimen, detrás de cada cuerpo ensangrentado en las cámaras frigoríficas de las salas mortuorias hay anhelos y esperanzas, hay amores y desamores, padres e hijos…, hay vidas.
Pero todos escondemos un cadáver en la nevera… o en el armario. Como el que le apareció a la ministra de Defensa la pasada semana con el affaire de las 400 bombas de alta precisión destinadas a Arabia Saudita. En este caso, fue un contrato lo que apareció en un cajón. Había sido firmado por el anterior gobierno del Partido Popular y, al parecer, iba condicionado a la venta de las cinco corbetas que la empresa Navantia está construyendo en los astilleros de Cádiz para el mismo país. Independientemente de que las obligaciones contractuales se cumplen, el Gobierno socialista ha tenido que lidiar con parte de su electorado y de sus socios de Gobierno, pacifistas por naturaleza, que han puesto el grito en el cielo en cuanto se han enterado del destino de las bombas. Arabia Saudita viene bombardeando a la población civil de Yemen desde hace tres años, con bombas españolas o no.
Lo de la guerra del Yemen es otra guerra proxy, es decir con intermediarios. Otro conflicto civil donde los verdaderos actores enfrentados son Arabia Saudita e Irán, Estado Islámico incluido. Como casi todos los males que azotan el Mediterráneo en los últimos años, todo comenzó con un levantamiento civil en los albores de la Primavera Árabe de 2011. Maldita primavera árabe… que sólo ha traído desestabilización política, fundamentalismo islámico e involución.
Volviendo a Yemen, ¿quién le vende armas a Arabia Saudita? Porque las bombas también matan niños. Son de alta precisión. Sí. Pero ¿y si la precisión es para matar niños? La cuestión es que hasta Amnistía Internacional ha condenado el maldito contrato. Del que, de otro lado, no nos habíamos enterado cuando se firmó. Porque, ¿de cuántos contratos de venta de armas entre el Gobierno español y países en conflicto nos hemos enterado a lo largo de la historia? No parece que esta cuestión haya estado todos los días en el Telediario… hasta ahora. Entre nuestros amigos, el Reino Unido es uno de los mayores exportadores de armas a Arabia Saudita, así como Estados Unidos, aunque sea con España y otros países como intermediarios. Francia le vende a Egipto, Emiratos Árabes y Marruecos. Alemania le vende armas a Israel y a Grecia. Italia le vende a Turquía, Emiratos y Argelia. Los Países Bajos le venden a Jordania. Y así hasta el infinito y más allá. Porque todos ellos también están en la lista de vendedores de armas a los sauditas, en mayor o menor medida, incluso Suecia, según fuentes del Diario Oficial de la Unión Europea que cita Euronews.
Precisamente, hace un año, el Parlamento Europeo intentó aprobar un embargo a la venta de armas a Arabia Saudita, pero no contó con el respaldo mayoritario de la cámara. Y ya puestos a un embargo a este país, ¿por qué no lo hacemos total, no sólo por el conflicto bélico sino por establecer un sistema de apartheid respecto de las mujeres? No, no parece que se levanten muchas voces en contra en ningún Parlamento. Tampoco vemos campañas mundiales de Amnistía Internacional, más preocupada por el velo de las musulmanas danesas. Esperemos que protesten también cuando quieran imponer la Sharia en Europa, como el imam de Salt, un “referente” del colectivo musulmán en Catalunya de quien la policía pide su expulsión. Ya lo advirtió Mimunt Hamido Yahia en su blog “No nos taparán”, cuando avisaba de las prédicas de Mohamed Attaouil: “No llevar hiyab hace a las mujeres impuras”, al tiempo que pedía los votos para la CUP. El problema aquí lo tiene el Gobierno catalán. Otro cadáver en la nevera…