El debate electoral de anoche nos ha quitado horas de sueño. En eso es probablemente en lo que coincidimos todos los que ayer, usted y yo y el resto de televidentes, decidimos seguirlo hasta entrada la madrugada. En eso y en que el formato, excesivamente encorsetado, aburrió hasta a la mismísima moderadora, Ana Blanco. Los planos medios que de ella mostró el realizador, (brazos cruzados, expresión facial de hastío, labios apretados) eran un reflejo del estado anímico de mucho votantes (entre ellos los indecisos) que esperaban algo más de los 'Cinco Magníficos'. No hubo grandes sorpresas, ni en las formas ni en el fondo.
Llegaron los candidatos uno a uno, tal y como estaba pactado. Abascal sin corbata (el único) y con un traje oscuro tan ceñido como sus ideas políticas y al que ignoraron el resto de contrincantes durante buena parte del debate. Iglesias recuperó la que guarda en el armario para las grandes ocasiones y decidió que era el momento de lucirla, aunque desaliñadamente, no fuera que los suyos pensaran que se ha postrado definitivamente ante el establishment político.
Casado entró con paso firme y manos a ambos lados de cuerpo mientras que Rivera no paraba de jugar con ellas: que si me arreglo la corbata, que si me estiro la americana… Puro nervio incontrolado en los minutos previos a un debate en el que abusó de la cartelería y de los elementos visuales: desde un trozo de adoquín roto de las calles de Barcelona que sacó de detrás del atril hasta el pergamino reciclado que utilizó en el anterior debate para recordar, en esta ocasión, tanto al PP como sobre todo a Sánchez las concesiones al nacionalismo.
Y hablando de Sánchez, lució palmito entrando en el Pabellón de Cristal de la Casa de Campo en modo presidencialista (si es que existe un modo de entrar así) y se pasó gran parte de la noche revisando sus papeles y sin mirar a sus adversarios cuando estos le interpelaban directamente. Una actitud que no pasó desapercibida por aquellos que estoicamente seguimos el debate y que muchos calificaron de displicente e irrespetuosa.
Se echó de menos un verdadero debate, tal era el ritmo tedioso que en ocasiones sobrevolaba el escenario. No entraré a comentar las ideas ni el contenido verbal de las casi tres horas que duró y en las que cada uno trató de jugar sus cartas como pudo. Ni grandes alharacas ni excesos en materia de corporalidad. Claro que el atril tras el que se parapetaron no dejaba mucho que ver (que tome nota la Academia de Televisión, los atriles altos restan visibilidad). Cada cual llevaba la partida preparada de antemano y no hubo sorpresas... Eso sí, confieso que me quede con ganas de ver al perro Lucas, aunque supongo que a esas horas ya estaría dormido.
Susana Fuster es periodista y experta en Comunicación no Verbal