El de este lunes será el primer debate electoral en la historia de España en la que veremos y escucharemos a cinco candidatos a presidir el país presentando, juntos pero no revueltos, sus propuestas de gobierno. Nunca antes en España se habrá visto tanta testosterona junta en un plató de televisión, a raíz de unas elecciones generales.
Me temo que muy mal o muy bien lo tienen que hacer Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Santiago Abascal para que aquellos que decidan estar delante de la pantalla de su televisor modifiquen su intención de voto. En estos tiempos de la post verdad, las redes sociales, la digitalización, los selfies y los titulares de poco más de 140 caracteres, la contienda electoral ya no se juega únicamente en el terreno dialéctico y por encima del ideario político el votante de a pie se deja llevar por sus primeras impresiones y sus emociones, altamente influenciadas por el lenguaje corporal y los gestos que, consciente o inconscientemente, transmiten nuestros dirigentes.
Los americanos nos llevan ventaja en estos menesteres. Han pasado casi 60 años desde aquel primer cara a cara televisado entre Richard Nixon y John F. Kennedy. La seguridad, la coherencia y el dominio gestual que expuso Kennedy, quien supo sacar partido a su imagen, inclinó la balanza hacia los demócratas. El resultado forma parte de la historia. Desde entonces, la comunicación no verbal en política ha ido adquiriendo cada vez más importancia. Un mal gesto, una mueca fuera de tono, un micro picor inesperado, una postura determinada, puede decir más que las propias palabras, e incluso contradecir el mensaje que quiere transmitir el político de turno. Lo saben bien tanto los de izquierdas como los de derechas, Iván Redondo y el resto de asesores de los que se rodean nuestros líderes políticos.
Ya no es lo que dicen sino cómo lo dicen y cómo lo transmiten. Y eso es precisamente lo que cala realmente en el cerebro de los electores, entre los que nos encontramos usted y yo.
Por eso y porque la cita de este lunes nos dejará seguro otros grandes titulares, conviene estar muy atentos al lenguaje corporal que abanderarán Sánchez, Casado, Rivera, Iglesias y Abascal y que revelará realmente como se sienten ante las cámaras defendiendo sus ideas, en los momentos de confrontación o ante un comentario más o menos desafortunado.
Esté pendiente de sus inflexiones de voz, de sus expresiones faciales, de sus miradas, de cuando fruncen el ceño o se sorprenden ante determinada respuesta del adversario, de si su sonrisa es forzada o deja entrever cierto desprecio contenido.
Fíjese en si sus manos ilustran amablemente el discurso, lo que sin duda aportará credibilidad al mensaje. Y preste atención a los posibles micro picores que siempre aparecen en los momentos de mayor incomodidad. Por no hablar de los tics nerviosos, esos invitados indeseados que se cuelan por la pantalla: jugar en exceso con el bolígrafo o los papales, con el gemelo de la camisa o con la uña del dedo meñique, por poner algún ejemplo.
La fuerza de la puesta en escena de los cinco candidatos dependerá en gran medida de la naturalidad y la congruencia que percibamos desde nuestro sillón. Porque una cosa es llevar el guion aprendido y otra muy distinta, creérselo y transmitirlo con convicción. Ya lo vaticinó en su día Nixon: “los votantes se olvidan de lo que un hombre dice.” Eso sí, lo que siempre recordamos es cómo nos hace sentir y en esta carrera electoral el lenguaje no verbal y la testosterona tienen la palabra.
Susana Fuster es periodista y experta en Comportamiento no Verbal