VALÈNCIA. Aquarius ya no será nunca más una bebida isotónica para deportistas. En el imaginario colectivo pervivirá como el barco que rescató a 629 inmigrantes en el Mediterráneo y los trajo hasta el puerto de Valencia en una iniciativa solidaria sin precedentes del gobierno de la Generalitat Valenciana, secundada por el Gobierno socialista español. Una muestra de generosidad de la sociedad valenciana que no resuelve el problema y que no minimiza el drama, aunque lo dignifica. Se trata de un aviso a Europa de que hay otra manera de hacer las cosas, aunque no sea ésta la solución.
Tal vez, tal muestra de generosidad por parte no sólo de un gobierno, el valenciano, como de toda su sociedad, no se volverá a repetir. Malos tiempos para la lírica. Un fantasma recorre Europa…, decían Marx y Engels en su “Manifiesto comunista”. Aunque en el momento de su publicación -febrero de 1848- el “fantasma” era el comunismo, es la Europa populista la que ahora amenaza nuestros valores democráticos desde, precisamente, el país origen del fascismo: Italia y su nuevo gobierno coligado de la Liga -antes Liga Norte- y el Cinco Estrellas de Bepe Grillo, ambos en los dos extremos.
No están solos. Les secundan o, más bien, preceden el Frente Nacional francés, los partidos de extrema derecha que han llegado a los parlamentos del norte de Europa, a los de los países nórdicos y los ya conocidos de la Europa del Este. Las mayorías populares de izquierdas que gobiernan España y Portugal son una excepción. Y sus políticas también parecen serlo, una vez Ángela Merkel ha sido acorralada por su propio partido en los temas de inmigración.
Porque la llamada de aviso del Aquarius ha dejado patente que no es un problema de España, de Italia o de Grecia. Porque al mismo tiempo que el Aquarius arribaba a Valencia, llegaron otros 1.300 inmigrantes por las costas de Cádiz -qué causalidad, nunca se acercan al Peñón de Gibraltar…- y otros 224 inmigrantes buscaban puerto hace unos días, y otros tantos están en camino…
Desde 2015, han llegado más de un millón y medio desde las costas del sur de Europa huyendo de las guerras, el hambre o el cambio climático. Huyen de Estados fallidos, de países sin derechos ni democracia, sin oportunidades y con un crecimiento demográfico imparable que se concentra en ciudades sin futuro fruto del éxodo rural. Y lo que se hace patente es la responsabilidad de Europa, mirando hacia otro lado, cerrando fronteras, con sus enfoques equivocados en materia de cooperación y ayuda al desarrollo sin control, para tapar bocas y ojos.
Como decía el profesor de la Universitat de València, Joan Romero, “no es sólo un reto militar o humanitario, sino un desafío geopolítico que debe entrar en la agenda europea”. Y cuya solución pasa por la actuación en sus países de origen, con un control exhaustivo de las ayudas a la cooperación, con un control de la migración para evitar que caiga en las mafias de traficantes, para evitar la entrada incontrolada de yihadistas, con acuerdos bilaterales entre países para desarrollar unas políticas de migración ordenadas y sectorizadas.
Y éste, que será el tema estrella del Consejo Europeo que se celebra esta semana en Bruselas, ya llega maldito tras debatirse en la minicumbre informal celebrada el domingo a iniciativa de Jean Claude Juncker. El presidente de la Comisión convocó a los países más proclives a llegar a un acuerdo. La idea es que las políticas de inmigración europeas avancen por el procedimiento de cooperación reforzada, para que los países interesados en una solución común no puedan verse vetados por el resto.
Este grupo de países, que actuará de avanzadilla, tiene en el horizonte el objetivo de que Europa se convierta en tierra de acogida segura y solidaria. Ello implicaría que las políticas de la Unión deben comprometer a todos los socios sin excepción. Pero esto choca de lleno con el nacionalismo más exacerbado y con la creciente xenofobia que cosifica a las personas en grupos étnicos deshumanizantes.
En un periodo de crisis y guerras, la avenida de persona que buscan paz y progreso es imparable. Y las políticas a corto plazo amenazan la regeneración y presagian una Europa envejecida que necesitará muy pronto de mano de obra joven. La iniciativa de afrontar la crisis migratoria con política solidarias y responsables chocan, pues, con otras voces que piden dentro del Consejo externalizar el problema con campos de refugiados en nuestras fronteras más próximas, los países del norte de África, Túnez por ejemplo, o los de los Balcanes como Albania. Se trataría de “plataformas de desembarque” exteriores.
Así, el Consejo Europeo llegará esta semana con sus miembros divididos para afrontar los desafíos más inmediatos de inmigración, seguridad y defensa, tan imbricados en estos momentos. La prioridad inicial de promover la integración en nuestras ciudades de inmigrantes y refugiados, se aparcará para establecer unos criterios mínimos comunes en todo el territorio para los solicitantes de asilo.
Estas políticas miopes, en palabras de mi admirado Joan Romero, representan una “miseria moral y antropológica en una Europa replegada, insolidaria y reaccionaria que olvida sus compromisos y Tratados internacionales” huyendo del “imperativo geopolítico que supone la ribera sur del Mediterráneo”, con 400 millones de habitantes en situación de emergencia. Un fantasma recorre Europa…, el de los miles de inmigrantes ahogados en la frontera de nuestro mar buscando un puerto donde reposar en paz.