VALÈNCIA. Dicen quienes conocen a Mercier que, al primer vistazo de un espacio, puede trazar relaciones inesperadas, certeras asociaciones improbables. “Podría trabajar para la policía”, sonríe él en una de las terrazas de su casa en un pequeño afluente de la calle Caballeros de València. Una tarde soleada de octubre.
Marlon, el perro de Mercier y de la profesora de la Ópera de París Moraima Gaetmank, husmea entre la casa de los gatos de la calle Museu. Desde hace ocho meses han convertido de un edificio en ruinas una de las nuevas bases contemporáneas de la ciutat. En discreción, sin nada que lo indique al paso por una callecita estrecha donde lo más visible es un mural colorido de Abel Iglesias.
El movimiento de Mathieu Mercier hacia València, además de la espontaneidad de un mundo donde vida y trabajo -y viceversa- no
tienen por qué coincidir geográficamente, e incluso no tienen por qué tener localizaciones específicas, muestra una lectura en dos corrientes. 1/ Artistas deslocalizados que encuentran pausa activa en València, un valor al corriente que no convendría perturbar, 2/ la voluntad estable de figuras del arte como Mercier por restituir un edificio perdido y, en lugar de concebirlo como apartamento turístico, asentar su residencia. Una oportunidad por recorrer.
La casa de Mathieu Mercier y Moraima Gaetmank es una suerte de colección en sí misma. A cada paso las obras definen las estancias. En la planta baja, el artista procesa su trabajo material; la dependencia destinada al trabajo sucio. Los dos pisos combinan la colección del francés con las habitaciones para su familia y sus invitados. La biblioteca, en estado iniciático, da paso a la cocina y a una terraza donde el Carmen se siente a sí mismo. Sin demasiado espacio para las máquinas por la disposición de las callejuelas, levantaron el edificio con la minuciosidad de quien articula una casa de muñecas. Justo en la entrada una maqueta reproduce a escala todo el edificio.
Previamente vieron otros edificios en ruinas, pero eligieron éste porque la luz se colaba desde todos los flancos. En mitad de los ruinas, Mercier ya vio el resultado, apunta Moraima Gaetmank.
Mercier: “Muy rápidamente decidimos que nuestra misión era salvar una casa abandonada del Carmen”.
Gaetmank: “Matthieu siempre tiene la fantasía de recuperar casas abandonadas”
Mercier: “Para mí era imposible que una ciudad como ésta tuviera un barrio como el Carmen con tantas casas abandonadas”.
En el dormitorio principal un Duchamp reclama la mirada curiosa. Coeurs volants, confeccionada para Cahiers d’Art. Corazones rojos y azules que crean una “reacción óptica vibracional”. La relación entre Mercier y Duchamp comenzó con el trabajo del primero con los objetos. Encandilado, ya como un de los grandes expertos del segundo, Mercier ganó en 2003 el premio Marcel Duchamp. Con ello compró parte de su colección, impregnada por la Bauhaus y el diseño de los 60 y 70, cautivando su deseo de “preservar la visión ingenua de un futuro perdido”.
Su obra es habitual de museos como el Centre Georges Pompidou, el Museo de Arte Moderno de París o la Fondation d’Entreprise Ricard d’Art Contemporain. Para la gestora cultural Isabel Puig, “a la larga cuando vaya asentándose en la ciudad, va a ir creando una red a su alrededor muy interesante. Pone a València en el mapa del arte contemporáneo a nivel europeo… y eso es muy positivo para los que trabajamos en cultura. Al final, por su casa -casi museo- van a pasar directores, artistas… Esto va a calar, poco a poco”.
Precisamente una pregunta recurrente a Mercier es por qué, por qué cambiar París por València. Mercier se explaya: “València me aporta la concentración, la luz, el silencio -entonces suenan campanas-, este silencio es increíble”, “quiero trabajar con artesanos de aquí, aprender nuevas formas”.
Lanza una declaración de intenciones: “el nivel técnico de las fallas es increíble pero no entiendo porque todas se referencian al diseño de Walt Disney. Me gustaría imaginar una escultura para la Fallas”.
Retoma Moraima Gaetmank a propósito de cómo, en los primeros pasos de las obras, los vecinos consultaron: “¿vais a hacer una casa para vivir? Sí, sí, sí. ¿pero no las vais a alquilar para turistas? No, no, no”.
“Nuestra idea es que sea un lugar de intercambio”, explica él. “Mostrar València a artistas, directores… pero no estar aquí con la voluntad de ser vistos. Hace veinte años igual no la hubiera elegido para vivir porque buscaba cosas específicas, pero ahora puedo pedirlo desde donde sea. Internet y Easyjet han permitido la deslocalización de artistas”.
Concluyen ambos.
Mercier: “Queríamos comprar un pequeño apartamento para venir durante las vacaciones y trabajar con artesanos, para tener otra casa donde pensar. ¡Pero no sé qué pasó! Me gustó mucho El Carmen porque no hay coches. Me concentro cuando no hay ruido. Aquí es la ciudad la que impone la relación al tiempo”
Gaetmank: “No es el tiempo el que impone tu realidad en la ciudad, en València es la ciudad la que impone cómo utilizas el tiempo”.