La última semana ha tenido como protagonista las disputas entre los altos cargos del Consell, desde los ya repetitivos tuits hasta declaraciones en medios. Algunos dicen en tono condescendiente “es un problema de comunicación”.
VALÈNCIA. La política y la comunicación, un binomio perfecto, una pareja de baile necesaria y quizá en las últimas décadas excesivamente explotada. Desde que el ex presidente norteamericano Barack Obama pusiera de moda el uso (y abuso) de la redes hasta nuestros días, un candidato se preocupa más por tener cerca un buen gestor de sus perfiles on line que por sus lecturas, su conocimiento de la Administración o su cercanía a la realidad social auténtica que no oficial.
Esta tendencia tan made in USA, fue introducida con fuerza en España por los nuevos partidos que irrumpieron en las Cortes Generales, tanto Ciudadanos como Podemos le dieron y le dan un gran valor a sus estrategias de comunicación y utilizan las redes para mantener el contacto, la opinión, la influencia sobre (que no en) la sociedad las 24 horas del día. Pero no todo son ventajas ni bondades y lo hemos comprobado, una vez más, en estos días finales del mes de agosto.
La crisis en el Pacto del Botànic -bautizado por Isabel Bonig como Pacto del Titànic- comenzó gracias a la guerra de tuits entre la vicepresidenta y la Consellera de Justicia, y lógicamente tuvo varios capítulos entre declaraciones de unos y otros, matices, excusas, aclaraciones de malentendidos y las noticias y artículos en todos los medios de comunicación locales que se hacían eco de esta crisis.
En cualquier caso, me llamaba la atención que algunos profesionales de los medios, igual que como no podía ser de otra manera, hicieron los altos cargos del Consell en estos últimos días, le quitaran hierro al asunto, rebajaran los tambores de guerra que comienzan a resonar en la política autonómica a menos de un año para las elecciones y prácticamente despacharán el asunto con la expresión “ha sido un problema de comunicación interna”. Vaya, casi nada. La clave en la mayoría de relaciones humanas, sean de pareja, amistad, familia o profesional es la comunicación fluida y respetuosa, sin ésta suelen producirse los problemas y solo con a través de ella se pueden solucionar la mayoría de conflictos.
La comunicación interna debería ser altamente fluida y sobre todo cordial entre quienes deben gestionar la vida y hacienda de más de cinco millones de personas, y no solo eso, si en lugar de consolidar esta tuitcracia y de comportarse como esos famosillos que dirimen sus cuitas en las redes o en la TV, recuperaran la necesaria y razonable discreción, para lavar los trapos sucios en casa y coordinarse de manera que se ofrezca una imagen de cierta unidad y así transmitir seguridad a los ciudadanos, nos iría mucho mejor a todos. Y no tendríamos que perder tiempo, los protagonistas explicando lo de “donde dije digo, digo Diego” y los periodistas dándole vueltas y encendiendo crisis de gobierno, planteando adelantos electorales (de dos meses sería) y luego suavizando y calmando el asunto con un sencillo “es un asunto de comunicación”.
Hace unos días leía que posiblemente la clase política de los años 60/70 era la más preparada y culta que habíamos tenido en España, creo que la que pilotó la Transición también demostró valía personal, categoría política y madurez intelectual. Lo que empieza a parecerme cada vez más verosímil, es que estamos viviendo un tiempo difícil y convulso en gran medida por la baja, por no decir pésima, clase política actual. Y no es que sean reflejo de la sociedad, el problema estriba en que los mejores, los más validos, los más preparados y habitualmente los más sensatos, no están en política ni sienten la ilusión e interés por ella.
La desafección por la vida pública no es especialmente grave si el estado de derecho funciona y si la democracia avanza a un liberalismo que agilice y facilite la vida a las personas, dejando mayores cotas de libertad individual. El peligro está cuando sólo unos pocos deciden implicarse y crear a través de leyes o decretos leyes, el mundo que ellos desean porque cuando sintamos los efectos de las mismas, probablemente ya sea tarde para reaccionar.