Esta semana está marcada por dos citas muy importantes.
La primera a la que nos emplazó ayer lunes, el presidente Pedro Sánchez para comunicar su decisión de continuar o no al frente del ejecutivo, tras unos días de reflexión personal por los ataques intolerables a su entorno familiar. La segunda, la cita anual del primero de mayo, el Día Internacional del Trabajo donde la clase trabajadora encabezada por las organizaciones sindicales de clase, además de hacer balance sobre la situación del trabajo, reivindican continuar avanzando en derechos y libertades como hasta la fecha.
Hace unos días UGT y CCOO nos animaban a participar en los más de 70 actos y manifestaciones en todo el territorio español y más concretamente, desde la Comunitat Valenciana, nos animaban a salir a la calle, además de a continuar reivindicando los avances en el ámbito laboral, a proteger la democracia, en estos momentos de alta tensión y mostrar el rechazo y crítica al espectáculo dantesco de crispación que pone en riesgo los derechos y las libertades conquistadas. Reclamando que detrás de estos golpes de la derecha y la extrema derecha, existe un peligro real a los derechos y las conquistas sociales de los trabajadores y las trabajadoras conseguidos hasta la fecha. Y reconociendo que estos ataques son, claramente, a un modelo de gobierno progresista que ha llevado a conquistar más derechos que nunca antes en este país.
Por mucho que se quiera distorsionar, lo que ha sucedido estos días no es una percepción individual del presidente Sánchez, es una percepción colectiva que ha tenido como consecuencia la suma de los sindicatos de clase al llamamiento a la ciudadanía a convertir las calles en un grito unánime por la defensa de más derechos y principalmente por un derecho fundamental, que es la libertad y la democracia.
Y es que lo que está sucediendo en este país se podría definir como una anormalidad democrática a la no podemos resignarnos. No podemos permitir prácticas para carcomer la democracia a través de persecución de lideres políticos y de sus familiares. No se puede normalizar, no se puede permitir porque el objetivo de esta persecución al ser humano es la forma más vil de acabar con su poder político legítimo.
Como defiende la gran Adela Cortina, a las personas hay que respetarlas siempre. Y distinguir entre ellas y sus opiniones. Que todas las opiniones no son respetables, y por tanto éstas se deben ganar el respeto. Nos dice que no se pueden tolerar las opiniones que no son respetables, porque más que opiniones son barbaridades. Y en estos momentos donde parece que se confunde la libertad de expresión con la de difamación, recurro a esta respetable filósofa para recordar su parlamento sobre la necesidad de hacer la tarea ética y hablar a las sociedades en voz alta, argumentar y desvelar colectivamente qué es respetable y qué no lo es ya.
Estos días de reflexión colectiva, hemos escuchado todo tipo de comentarios. Por un lado, los odiadores de salón promoviendo el enfado por la parálisis del país. Define una miopía extrema la crítica a un presidente del gobierno que se para a pensar. La suya era una decisión lo suficientemente importante para tomarse un tiempo. Es un síntoma de responsabilidad. Este país, que está acostumbrado a esperar, esperó 40 años a que llegara la democracia, más de 40 días por la no investidura de Núñez Feijóo, se podía por tanto permitir pararse ante una cuestión tan capital como la decisión del presidente de seguir o no al frente del Gobierno de España.
Piensen por un momento en primera persona, hagan un ejercicio de empatía personal ¿Quién de ustedes ante una situación extremadamente abusiva e ilegítima de la justicia contra su entorno más personal, no sentiría que es suficientemente gravoso para poder dudar o hacerse una pregunta tan trascendental como la que nos planteó el miércoles pasado el presidente Sánchez? ¿Quién no se plantaría y se preguntaría desde el más profundo sentimiento de debilidad si todo esto vale la pena? Si somos honestos entenderemos la disyuntiva.
Tenemos un problema grave como sociedad, cuando el principal partido de la oposición define como "hacer el ridículo" la decisión valiente de Pedro Sánchez de parar y reflexionar si vale la pena seguir y no le parezca mucho más ridículo y vergonzoso encabezar esa corriente de odio y destrucción a la que se ha alistado el Partido Popular, llegando a hacer declaraciones tan machistas como que la pareja de un presidente debe renunciar a tener su propia trayectoria profesional.
Creo firmemente que esta reflexión colectiva es más que necesaria que nunca, porque no todo vale en política, porque la política debe ser por encima de todo humanista, y una sociedad moderna y avanzada debe manifestar tolerancia cero a todo aquel comportamiento que incite al odio como lo hace, desde hace mucho tiempo la derecha que cada vez es más ultra, en este país.
Y que el apoyo social emitido estos días, no era un apoyo exclusivo a Pedro Sánchez. Ha sido un apoyo desde la calle, porque una parte importante de la sociedad se ha sentido amenazada del intento de robo de lo más sagrado de la manera más sucia, a través del acoso, de los insultos y la publicación de mentiras.
Pero tenemos la mejor noticia. La democracia gana. El presidente Pedro Sánchez se queda para seguir liderando las políticas progresistas de este país. Y donde había muchos intereses en que esto fuese un punto y final, esto sigue y esperemos que con un punto y aparte, que ponga freno a la problemática de la desinformación, a la instrumentalización de la justicia y a una situación de crispación que no se corresponden a la situación económica y social de un país que progresa adecuadamente.