El festival 10 Sentidos propone un site-specific en una peluquería a cargo de los ganadores del Max por Los nadadores nocturnos, Carlota Ferrer y José Manuel Mora
VALÈNCIA. Hace casi una década, el tándem creativo formado por Carlota Ferrer y José Manuel Mora se alzó con el Premio Max 2015 al mejor espectáculo revelación por una obra protagonizada por siete damnificados del amor que hallaban salida a su soledad y desesperación en una secta que cada noche se reunía en una piscina municipal, Los nadadores nocturnos.
Este año, la pareja ha retomado a sus personajes para una segunda entrega ambientada en un salón de belleza, Los nadadores diurnos. Para sustentar la nueva entrega, la directora y el dramaturgo se plantearon un seguido de preguntas existenciales que, en palabras de Ferrer, “buscan encontrar el humanismo fuera de una sociedad capitalista con valores cada vez menos humanos”. Cuestiones tales como ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿cuál es tu mayor ilusión en la vida? Incógnitas, en suma, sobre la identidad y el lugar de pertenencia que han servido de punto de partida a un taller de escritura y creación site-specific programado en el festival 10 Sentidos. Las participantes escenificarán sus autoficciones este próximo 18 de mayo en un negocio del Cabanyal, la peluquería Jesús.
En la obra que sirve de germen, el salón de belleza resultaba metafórico -los autores lo planteaban como un umbral hacia el más allá dedicado a los cuidados del cuerpo-, pero en la propuesta hecha a medida para el encuentro artístico valenciano, el negocio es real y su ubicación ha revestido la iniciativa de actualidad y debate.
“José Manuel tiene el talento envidiable de mezclar lo más artístico con lo más terrenal y cotidiano, consiguiendo que lo personal se convierta en universal. En este caso, las preguntas filosóficas se han mezclado con las biografías de las participantes, que han realizado una búsqueda de su identidad a través del barrio y la contienda urbanística continua”, explica Ferrer.
Los centros de estética como microcosmos femeninos de confidencias y cuidados han sido retratados en el cine en películas como Magnolias de acero (Herbert Ross, 1986), Salón de belleza (Bille Woodruff, 2005) y Caramel (Nadine Labaki, 2007). Para este site-specific, los creadores propiciaron ese ambiente de confianza con la escaleta de preguntas y una serie de ejercicios donde iban surgiendo las concreciones individuales, como la exposición de a qué se dedicaba cada una o la escritura de una carta de despedida a partir del monólogo de Sarah Kane Psicosis 4.48, donde la dramaturga inglesa anunció su suicidio. Las implicadas tenían que redactar en un minuto su adiós a alguien o a algo. “El resultado ha sido muy emocionante, con textos de escritura prácticamente automática que conectaban con el amor y la muerte”, agradece Ferrer, que también es coreógrafa.
Esa doble condición se plasmó en Los nadadores nocturnos, donde el texto de Mora convivía con la danza, el vídeo y la música en directo.
En Salon de belleza se ha vuelto a dar esta hibridación de lenguajes escénicos, de manera premeditada al introducir la plástica y el movimiento y, azarosa, en la incorporación de un chelo, porque una de las actrices no profesionales tenía como ilusión reconciliarse con el instrumento. Y así lo ha hecho.
Los protagonistas de sus dos obras son seres incapaces de adaptarse a las exigencias de nuestra sociedad. En este caso, esa dificultad también está presente en las trayectorias vitales de las participantes. “Siempre hay un lugar en el que no encajamos, bien por no poder estudiar lo que una ha querido, bien por querer hacer algo fuera de la convención de la familia”, ofrece como ejemplos la creadora.
Tanto en Los nadadores nocturnos como en Los nadadores diurnos, los personajes encuentran refugio en una secta, pero entendida como una comunidad donde hacerse mejores personas compartiendo con los demás, a partir de la solidaridad, la empatía, de mirarse a los ojos y no juzgar.
“No es una apología de las sectas, sino un requisito formal que nos permite contar el vínculo que acerca a un colectivo, el proceso por el que se unen en sus desgracias en un espacio íntimo donde, simplemente, se sienten seguros”, matiza la que fuera directora del Festival de Otoño de Madrid.
En el taller de escritura, ese espacio seguro es el último edifico sin derrumbar del barrio del Cabanyal, donde las protagonistas se atrincheran a modo de resistencia.
“Utilizamos la peluquería porque es un espacio íntimo donde hay un cuidado de uno mismo y de los demás. Al margen de los cambios estéticos, es un lugar compartido donde, por ejemplo, se lava y se peina al otro. Este contexto nos ha permitido incidir también en el dolor interior, las heridas que uno padece a lo largo de la vida por perder un puesto de trabajo, a un ser querido, a una mascota... Muchas veces, la salud mental se estropea por esos dolores adquiridos”, lamenta la directora.
Esta ficción metafórica ha servido al conjunto para plasmar el sentir de un barrio que antes luchó para salvar el patrimonio artístico contra el derribo y ahora lo hace contra la especulación urbanística y la gentrificación.