Vivimos en la época de los mantras que, a base de repetir y repetir, asumimos como verdades inmutables. Y este año toca el de comentar que es un verano distinto y atípico con cierta exageración y, qué quieren que les diga, yo no acabo de creerlo.
La crisis global creada por un virus con origen en China y que cada día sigue siendo más extraño y confuso a la hora de analizarlo, controlarlo y eliminarlo, ha hecho que vivamos un año excepcional y que hayamos tenido que adoptar medidas inusuales y en España especialmente radicales como las semanas de confinamiento duro. Pero con cierta facilidad hemos recuperado el pulso habitual pese a las medidas sanitarias y de higiene que debemos cumplir, salvo el uso de mascarillas que es algo incómodo y anormal, el resto como la limpieza constante, los lavados de manos o la distancia social, son actitudes bastante civilizadas. En cualquier caso, tengo la sensación de que no hemos variado ni un ápice nuestra manera de ser, vivir y relacionarnos y eso creo que es lógico y es algo positivo.
En abril y mayo no habríamos imaginado un verano con las playas y los chiringuitos funcionando con relativa normalidad y con la gente viajando por toda España y algunos al extranjero, es decir, haciendo lo que suele ocurrir todos los años por estas fechas. Pese a todo, mantenemos con esa mezcla de corrección política e hipocresía, el comentario de que está siendo un verano muy raro, muy distinto y atípico y lo decimos en el lugar de veraneo de siempre, con los amigos de siempre y pidiendo otra ronda de tinto de verano.
Espero que no se ofenda quien por el maldito virus o quizá por otras circunstancias, sí que esté viviendo un verano radicalmente distinto, que sin duda habrá gente en esta situación. Pero en líneas generales, los españoles están realizando sus tradicionales planes estivales, y lo que sí han dejado de hacer muchos es realizar esos exóticos, largos y carísimos viajes que cada vez son más populares en nuestra sociedad. Ahí es donde quiero levantar una lanza para reivindicar que es un verano típico en el mejor de los sentidos. Y una vez más, debemos valorar y descubrir cuanta belleza natural, riqueza paisajística, magnífico patrimonio histórico-artístico hay en nuestra querida España.
Uno es consciente, más con el paso de los años, de que mantener un discurso contracorriente no sólo es difícil, sino que suele ser cansado y a veces hasta desmoralizador. Si bien es cierto que, en la defensa de mis argumentos, muchas veces busco que el otro me convenza y la discusión llegue a un razonable equilibrio. El tema de los viajes a todos los continentes y a los lugares más recónditos para volver enamorado de su gastronomía y su religión me sigue pareciendo una actitud entre esnob e infantil, pero se que esto es polémico decirlo, porque el mantra de nuestro tiempo es que eres una mente abierta y cosmopolita que sabe apreciar y abrazar todas las culturas del planeta.
Este verano es típico, y no deberíamos tomarlo como algo anómalo o de segunda, porque viajamos a lugares que están a dos o tres horas de nuestra residencia habitual, porque vamos a los pueblos del interior donde nuestros mayores supieron labrarse un futuro, porque visitamos pueblos y parajes que, tristemente, a veces no conocíamos y son más espectaculares que algunos que tal vez sí están en nuestro carrete de fotos. Me quedaré con lo más próximo, un amanecer en Jávea desde el parque natural del Mongó, un paseo por las Villas en Benicàssim y una excursión al Desert de les Palmes, una jornada en la Fuente de los Baños en Montanejos y un atardecer en nuestra Albufera.
Y si hablamos de gastronomía creo que hay argumentos más que suficientes para defender y disfrutar de la variedad que ofrece nuestro país. Auténticos templos del hedonismo y el placer de vivir, a orillas del Mediterráneo o en la montaña, nada más típico (y maravilloso) que cualquier alto en el camino para tomar una bebida, picar algo y conversar. Dicen que es un verano muy distinto, y muchos se lamentan por estar en su tierra y no pasando una semana a miles de quilómetros. Ojalá desaparezca el maldito virus (el real y el del miedo) pero se quede con nosotros una forma de disfrutar de la vida más cercana a lo nuestro y a los nuestros.,