El economista jefe del Robeco analiza la decisión adoptada ayer por Mario Draghi de poner fin a la retirada de estímulos monetarios a finales de este año
MADRID. La decisión del Banco Central Europeo (BCE) fue un poco sorprendente y obviamente un compromiso bien orquestado. Los 'halcones' tienen ya su fecha de finalización para el programa Quantitative Easing (QE), aunque algo más tarde de lo esperado, diciembre de 2018.
Por su parte, las 'palomas' tienen algo de dinero adicional del QE, ya que el BCE reducirá a la mitad las compras mensuales de bonos a 15.000 millones de euros de septiembre a diciembre, y ha garantizado que la primera subida de tipos está lejos, el BCE espera que los tipos de interés se mantengan sin cambios "al menos hasta el verano de 2019".
A diferencia de la Reserva Federal de Estados Unidos, que terminó antes de ayer con sus anticipos informativos en un intento por crear más espacio para la flexibilidad, el BCE aún se mantiene en su rígido calendario. Cuanto más largo es el horizonte, menor es la credibilidad, por supuesto, especialmente a la luz del flujo de datos económicos bastante débil de la zona euro recientemente. Pero la ventaja desde la perspectiva del BCE es inmunizar sus decisiones de los acontecimientos políticos en, por ejemplo, Italia. Sus cartas están sobre la mesa, al menos hasta la primavera de 2019.
Los mercados tuvieron algunas dificultades para interpretar los mensajes conflictivos, pero al final se resolvieron con el veredicto de 'levemente pesimista'.
Léon Cornelissen es economista jefe de Robeco