La respuesta que muchos quisiéramos escuchar es qué desea nuestro gobierno municipal para el futuro del Palau de la Música. Doy por seguro que el actual no lo verá reabierto después de la muy cuestionable gestión realizada durante estas dos últimas legislaturas.
Este equipo municipal de fusión y cómplice se ha cargado una tradición de treinta años. Sin contemplaciones. Ha llevado a uno de los estamentos culturales emblema de la ciudad a una situación de absoluto descalabro. Sin política definida, demasiados altibajos emocionales y, lo peor, pérdida absoluta de confianza. Entre ellos, ese sesenta por ciento de abonados que ha dejado de creer en la institución. Es reflejo social. Jamás un organismo local o autonómico había sufrido esa descomposición que tiene responsables directos pero continúan escondidos/as después de tanto concurso y recurso. Desde su concejala Gloria Tello a todo el arco municipal, incluido el alcalde Joan Ribó, sus socios municipales de gobierno y hasta la oposición que ha permitido que el desprestigio sea una realidad ante su laxa contundencia y exagerada tolerancia.
Jamás imaginé que una institución de tal calado y protagonismo social podría llegar a cotas de desesperación tales que arruinaran la inteligencia. Más aún cuando todavía es capaz de aprobar o absorber presupuestos del tamaño de casi trece millones de euros que no se sabe a qué se destinan vista su realidad. Desde luego, no al mantenimiento y control de la infraestructura cuyo rigor es bajo cero. De otra manera no se entendería la caída de sus techos y la parálisis de actividades para las que van más de dos años, sin olvidar, con anterioridad, el cierre de su sala de exposiciones a causa de filtraciones o el peregrinaje de sus más fieles abonados obligados a rodar por la ciudad para escuchar música o el desprecio hacia instituciones centenarias como la Sociedad Filarmónica, germen de su creación. Gastan como si nada hubiera pasado y todo continuara igual. La sociedad civil, por cierto, callada.
Estamos en manos “enemigas”. Ribó continúa en su guarida. Como si con él no fuera el asunto. Está perdido en éste y otros múltiples asuntos. De sus ediles se puede esperar todo por bisoñez, pero no se calculaba entre sus socios de gobierno. Callan y parecen tan dóciles como aparentan. Menos aún en la oposición que está a lo que le dictan algunos medios de comunicación, cada día más raquíticos y ausentes de ideas.
El fiasco político en torno a la gestión del Palau de la Música es extremo y su futuro, un cuaderno gris. Ninguna ciudad del mundo toleraría ese deterioro. Es más, la gran mayoría están cerrados hasta nuevo aviso. Para qué gastar si los aforos son reducidos y los ingresos mínimos Si los que están a su frente no dan más de sí, lo mejor es retirarlos y poner al frente a profesionales de la gestión, capaces de resolver problemas.
Por ello decía que no lo reinaugurarán por incompetencia. Espero que la sociedad valenciana no sea en el futuro tan ingenua. Pagamos un proyecto anualmente que no funciona. Han arrasado un proyecto conjunto y subvencionado, estandarte de la acción cultural hasta su cierre.
Ese 60% de pérdida de abonados y una programación que deja mucho que desear y controlan los agentes a gastos pagados lo dice todo. Sin visos de continuidad y además abonando altos precios para que la Orquesta de Valencia, entidad para la que se creó el auditorio, satisfaga alquileres para poder justificar sueldos y dietas. No están emocionados ni los músicos.
De esos 13 millones, como está escrito, un tercio se destina a gastos de personal. Pero ¿cuáles son sus funciones si el coliseo está en fase de desequilibrio?
Hagan cuentas de lo mucho que nos sobra. Esa situación de peregrinaje y desconcierto sólo conduce a la indiferencia.
Lo preocupante es que el Palau de Les Arts tampoco ha sabido sacar rédito del declive. Sólo recauda y gasta para tres lo que debería ser para cien. No es ecuánime. Aunque ese es otro asunto de manipulación política asamblearia de barrio en lo que se ha convertido la gestión municipal de simple perspectiva localista pero sin verdadera irradiación y servicio ciudadano.
El Palau de la Música, vista su gestión, tiene sobre su azotea una tormenta perfecta. Recuperar a su público primigenio, dadas las circunstancias, y sin aplicar políticas de nuevos melómanos es más que complicada. Ganar nuevos públicos se presume casi imposible. Más aún cuando todos los centros culturales se están convirtiendo en casas de cultura municipales donde cabe desde huertos urbanos hasta festivales de coros y danzas que no están en lo que deben sino compiten por estar por encima del vecino en ocurrencias
Si esa es la nueva política es que tenemos un problema muy serio.