VALÈNCIA. Olvídense de la crisis financiera de 2008. Probablemente no haya evento con más potencial destructivo de riqueza que el proceso inflacionista que está fraguándose mientras hablamos. Pero no será para todos por igual: Las decisiones que tomemos nos pondrán a favor o en contra del viento, sin punto medio. Hablemos de inflación.
El marco que envuelve todo esto es la lucha por la supremacía mundial. En esta lucha, los países emergentes se han nutrido de la producción que les enviaban los desarrollados, que la deslocalizaban para mejorar sus márgenes buscando bajos costes laborales. Pero hoy en día, los países emergentes han crecido tanto que ya no son tan dependientes de los desarrollados, y lo han hecho con muy poca deuda. Sus salarios también han subido y, aunque la desglobalización es una realidad y los países desarrollados empiezan a retirarse, los emergentes tienen ya su propia demanda interna y son un rival serio.
Esto preocupa mucho a los desarrollados, cargados de deuda. Como dicha deuda no se va a poder pagar creciendo, hay que inflacionar para erosionarla y que sea más fácil pagarla. Y la mejor manera es imprimir dinero, cascadas de dinero como nunca antes. ¿Qué pasará después? Al llenar a los bancos de dinero, estos multiplican su alcance y disparan la oferta monetaria en forma de créditos (estamos hoy mucho más endeudados que en 2008). Ahora todo ese nuevo dinero compite por los mismos bienes y servicios, haciendo que sus precios suban. Objetivo conseguido.
Pero el mundo, como el cuerpo, está lleno de sistemas dentro de sistemas compensándose unos a otros. Por eso, cualquier intervención genera todo tipo de efectos inesperados. En este caso, lo que se genera es una desigualdad social que se alimenta a sí misma. Los receptores directos de dinero y las empresas que los rodean cuentan de pronto con muchos más recursos. Sus salarios suben, sus márgenes suben y generan un segundo ciclo de inflación. Las etiquetas de precio se actualizan a un ritmo cada vez más rápido.
Sin embargo, los que quedan fuera de ese circuito no ven sus salarios actualizarse al mismo ritmo, ni sus márgenes crecer, ni sus impuestos bajar. No es maná cayendo del cielo, es una tubería que está cerca de unos campos pero lejos de otros. Así que, por un efecto puramente financiero, creamos dos realidades económicas distintas en el mundo real. Entonces, ¿cómo situarnos en el lado ganador? Cambiando dinero por activos. Si el dinero cada vez permite comprar menos activos, lo contrario también es cierto: los activos nos permitirán 'comprar cada vez más dinero'.
Si hablamos de activos inmobiliarios, el proceso parece evidente. Si hablamos de empresas (cotizadas o no), la elección es más difícil porque son un sistema vivo en el que interactúan clientes, gastos de explotación y estructura financiera. En ese caso, para conservar nuestro patrimonio con los años y sin ser un experto o estar bien asesorado, la única forma es diversificar y esperar, usando vehículos como ETFs (preferibles) o fondos de inversión.
El simple paso del tiempo mantendrá nuestro poder adquisitivo o lo erosionará, según lo que tengamos. Es por esto que en todos los episodios de hiperinflación la gente se apresura a gastar su dinero en cuanto lo cobra, ya que al final del día habrá perdido mucho de su valor. Y aunque nadie quiere que ocurra, un episodio de descontrol de precios también disloca los mercados. Lo estamos viendo a pequeña escala: un exceso de demanda combinado con algunas fricciones en el mercado ha provocado un esguince en las cadenas de suministros, y eso se traduce en fábricas de automóviles parando porque no tienen semiconductores.
También en los precios de la energía, que no hemos comentado: Otro motor más de inflación que se añade a las políticas 'verdes' y el uso financiero de la pandemia (nótese que esto va más allá de nuestro país). Objetivo: Erosionar la deuda. Coste: desigualdad social.
La complejidad del organismo económico es muy alta, por eso es útil tener reglas en blanco y negro contra la inflación:
Esto no es nuevo: ha pasado y volverá a pasar. Decía Carlyle que la Historia es una carta a las generaciones futuras. Yo me imagino esas cartas amontonadas y sin leer, cogiendo polvo. O quizá unos pocos sí las han abierto, han pensado y han decidido ignorar las advertencias. El resultado es el mismo: la sociedad va a separarse cada vez más en dos grupos, y la inflación va a ser el cuchillo que lo haga.
Alejandro Martínez es socio director de inversiones y cofundador de EFE & ENE Multifamily Office
Aviso legal: En ningún caso la presente publicación supone una recomendación personalizada o informe de inversión. Es un artículo meramente informativo. Bajo ninguna circunstancia podrá entenderse que el presente documento constituye una oferta de compra, venta, suscripción o negociación de valores u otros instrumentos. Su autor por tanto no responde bajo ninguna circunstancia por la utilización o seguimiento del mismo.