VALÈNCIA. Últimamente suceden algunas cosas en la ciudad que invitan al optimismo. Si la pasada semana se presentaba el libro dedicado a la todavía no suficientemente ponderada figura del pintor Antonio Fillol, esta ha sido la de una nueva publicación y que tiene como protagonista la Plaza del Ayuntamiento. Una excelente idea, visto su resultado, a la que he tenido el honor y el gusto de contribuir con una pequeña colaboración, como lo han hecho muchas otras personas, un total de 111, entre las que hay políticos municipales, periodistas, arquitectos, historiadores del arte, etcétera. El libro titulado La plaza. Reflexiones en torno al pasado, presente y futuro de la Plaza del Ayuntamiento de Valencia, ha sido promovido por la Fundación Goerlich. Si bien la semana pasada loábamos otra fundación valenciana como es el Secreto de la Filantropía y a su presidente Luís Trigo, en esta toca hacerlo de la citada Fundación, y de su incansable presidente Andrés Goerlich, cabeza visible de la misma, dedicada al estudio, protección y promoción del patrimonio arquitectónico de la ciudad, y en especial al del siglo XX, la que fuera centuria del gran arquitecto valenciano de quien toma su nombre.
Casualmente, y este es un pequeño paréntesis del que no me puedo sustraer, el acto se lleva a cabo en medio de una polémica que nos recuerda que en esta querida València se pueden dar dos pasos adelante pero pronto va a llegar, cuando menos, un paso para atrás. Sólo puede calificarse de luctuosa la noticia del derribo acontecido, de forma inopinada, sin consultar a instituciones públicas ni privadas, y casi con nocturnidad, de los pabellones en la escuela de agrícolas en el Campus universitario de Blasco Ibáñez, con la, loable, eso sí, finalidad de ampliar el hospital Clínico Universitario. Una obra, la ya desaparecida, de los años 60, proyectada por el importante arquitecto integrante del Movimiento Moderno, Fernando Moreno Barberá. Un profesional que, como Goerlich, marca una época en la ciudad en expansión más allá de los antiguos muros, y de la nueva universidad. Una figura y un legado que, a la vista de lo sucedido, mucho me temo que en pocas décadas habrá que estudiar por las fotografías.
Volviendo al tema de hoy, creo que comienza un nuevo tiempo para la Plaza del Ayuntamiento que esperemos se culmine con el cumplimiento del centenario de la misma en 2027, tal como se acordaba acertadamente de recordar Andrés Goerlich en la presentación de la obra. Siendo justos, la nueva andadura de este amplio y, aunque suene paradójico, no suficientemente valorado espacio de la ciudad, comenzó con la decisión y ejecución de la peatonalización casi completa de la plaza. Miren, a mí tampoco me gusta demasiado la solución estética empleada de forma provisional para delimitar el espacio peatonal hasta que se acometa la reforma, esperemos que definitiva y feliz de uno de los espacios más importantes de toda la ciudad. Pero no dudo que, con independencia del color del gobierno municipal, se convocará un concurso de ideas lo más amplio posible, para regalar a la plaza un proyecto que le haga justicia, como en su momento (prometo no volver al asunto) lo hizo la efímera, porque así lo decidieron, 'tortada' de Goerlich hasta que llegó el infausto 1961, año de la piqueta que se la llevó por delante.
Pero permítanme que me quede con lo bueno. El pasado jueves, durante la presentación del libro, estuvimos en una gran sala completamente llena del Ateneo Mercantil con los grandes ventanales abiertos a la plaza y lo único que se escuchaba era el agua de la fuente. Hace un año no se habría escuchado esta por el tráfico rodado, hoy en día eliminado. Pienso y he podido comprobar, además, que no pocos valencianos han iniciado una nueva relación con este espacio de encuentro ciudadano.
Ahora, por fin, podemos admirar con perspectiva visual su arquitectura. En primer lugar, quiero que se fijen en que pueden andar tranquilamente por el centro de la plaza en un hecho importante: si miran el espectacular y ambicioso edificio con la gran torre o miramar que bifurca la continuación de la calle San Vicente y da inicio a la calle María Cristina, proyectado por Javier Goerlich, a su izquierda tenemos los edificios que inician el proyecto de plaza a finales de los años 20 y hasta el 30 con una idea más clasicista; y a la derecha se suceden edificios que se levantan muy poco después, a inicio de los años 30, pero con un cambio estilístico evidente, más moderno y en clave Art Decó (aíslen mentalmente el edificio del actual teatro Rialto). Proyectos que, hasta llegar al edificio de Correos, le debemos a la creme de la creme de la arquitectura del momento en la ciudad: Rieta, Ballesteros, Mora, Almenar o el mismo Goerlich.
Déjenme que les ponga sobre la mesa algo, sacando pecho, aunque sea de forma un tanto pedestre: en mi opinión, la Plaza del Ayuntamiento es el espacio urbano más relevante de España creado ex novo, en toda la primera mitad del siglo XX, junto con la Gran Vía de Madrid, y arquitectónicamente mucho más importante que la Plaza de Cataluña de Barcelona o la de España en la capital del país. Eso sí, la Plaza del Ayuntamiento requiere y reclama una observación sosegada y con la perspectiva que el tráfico rodado le había vedado y que deje de ser un lugar de paso. Una mirada detallista para descubrir, por ejemplo, los magníficos aunque mimetizados relieves de los aplacados Art Decó de la fachada del edificio de 1930 de los números 11 y 12 que se debe a Luis Alberto Ballesteros; o contemplar las marquesinas de la antigua casa Barrachina o del edificio Balanzá al inicio de la calle Ruzafa. Mil y un detalle en las fachadas y rincones en las azoteas, miramares, remates, retranqueos que forman otro paisaje en las alturas. Las torres mirador del citado edificio de Goerlich, pero también la estilizada torre en ladrillo visto del edificio de Rieta, la no menos espectacular del mencionado edificio Balanzá. Remates escultóricos como el del ya familiar león del edificio del número 29, el de La Equitativa o los del edificio de Correos y su torre de hierro recuperando felizmente de forma mimética la existente en su día. Por tener, tenemos hasta cúpulas como la del edificio Peñalver proyectado por Francisco Almenar y que conforma un elegante comienzo de la calle de las Barcas, la cúpula azul, homenajeando a las barrocas iglesias valencianas, del remate del edificio del nº29, esquina con la calle periodista Azzati, o justo enfrente el 'cupulín' con templete que remata el número 28; y si buscan el Art Decó más evidente e internacional se aprecia en el edificio Rialto.
La arquitectura de la Plaza del Ayuntamiento tal como hoy la conocemos transmite una sensación de optimismo y florecimiento de unos tiempos de impulso económico poco antes de llegar el conflicto civil. Más allá de los indiscutibles valores arquitectónicos y patrimoniales, no olvidemos tampoco lo que para la ciudad y sus habitantes representa este lugar emblemático. Para ello, me quedo con algunos de los términos empleados por quienes han intervenido en la publicación a la que me refería al comienzo: símbolo, encuentro, memoria, oportunidad, ágora…, identidad. Objetivo 2027.