Si un grupo de 12 economistas franceses y alemanes han llegado a un documento de consenso, cabría esperar que los políticos puedan hacerlo también
Hace ya casi un año que la Comisión Europea, coincidiendo con el sexagésimo aniversario de la firma del Tratado de Roma y para “conjurar” el Brexit, lanzó una serie de documentos de reflexión sobre el futuro de la Unión Europea. A diferentes niveles ha comenzado el debate político sobre el grado de compromiso y de integración al que los europeos estaríamos dispuestos a llegar. A pesar de que 8 de los 27 no formen parte de la eurozona, a nadie se le escapa que la unión monetaria europea (UME) es uno de los elementos clave y que sus mecanismos de funcionamiento siguen sin tener un entramado institucional satisfactorio. No obstante, hay en la actualidad dos posturas relativamente contrapuestas respecto a la dirección a seguir. La francesa (junto con Italia y España) que propondría crear nuevos mecanismos de estabilización y mutualización de riesgos, así como mayor rendición de cuentas y una gobernanza reforzada. Por otro lado, la alemana (compartida con otros países como Holanda) parte de que los problemas de la eurozona se originan en políticas nacionales inadecuadas, por lo que los mecanismos de la propuesta francesa resultarían contraproducentes. En su lugar, abogan por hacer más estricta la aplicación de las reglas fiscales y aumentar la disciplina de mercado.
Estas dos posturas contrapuestas han sido un freno a las necesarias reformas institucionales aún pendientes. Probablemente por eso se ha acogido con una cierta expectación un documento publicado esta semana por el Centre for Economic Policy Research (CEPR) y firmado por 12 economistas alemanes y franceses de prestigio internacional y con posturas e ideologías personales diversas. A pesar de sus diferencias, este grupo de expertos ha llegado a un documento de consenso, que han titulado Reconciliar mutualización de riesgos y disciplina de mercado: Un enfoque constructivo para la reforma de la eurozona. Reconocen que ambas posturas tienen una parte de razón, pero piensan que es posible reconciliarlas y que, en realidad, no son excluyentes.
El supuesto de partida es que, mientras que la política monetaria de la eurozona está bien diseñada y las atribuciones y competencias de cada actor repartidas, no ocurre lo mismo con la política fiscal y la coordinación de políticas macroeconómicas. A pesar de la recuperación económica, es necesario sentar las bases para que en el futuro la eurozona no esté sujeta a diversos riesgos que hoy en día no han sido aún descartados: el “círculo vicioso” crisis bancaria-crisis de deuda soberana; el exceso de carga que ha soportado el BCE, debido a reglas fiscales pro-cíclicas y poco transparentes; o la incapacidad para enfrentarse de manera efectiva a los países insolventes, que siguen siendo fuente potencial de contagio para los demás.
Centrados en tres ámbitos (financiero, fiscal e institucional) han resumido en seis las áreas de reforma, aunque lo consideran un paquete de medidas conjuntas que se deben implementar a la vez, pues entre ellas se refuerzan y complementan:
Independientemente de que se apliquen estas propuestas u otras, que un grupo de economistas de ambas nacionalidades (francesa y alemana) se hayan puesto de acuerdo en este tema tan complejo abre la puerta a la esperanza de que los políticos puedan hacer otro tanto. Parafraseando a Enrique de Navarra, protestante, que se convirtió al catolicismo para subir al trono de Francia como Enrique IV, el euro bien vale una misa…