VALÈNCIA. La sinfonía Alpina de Richard Strauss es un monumento sonoro sobre la relación del hombre con la naturaleza una obra de una maestría orquestal para la música programática, que quizás solamente alguien como el genio de Munich ha sido capaz de escribir: una relación cercana pero también contemplativa, religiosa y hasta filosófica. La sobrecogedora belleza de esta interpretación se recordará por mucho tiempo, pero no es un hito aislado; significa un capítulo más de una gloriosa trayectoria de la Orquesta de la Comunitat Valenciana en su faceta sinfónica, la menos frecuente, y que se inició con el binomio Maazel-Mehta con magníficas lecturas del gran repertorio y que prosiguió de la mano los directores titulares con mayor o menor fortuna y con directores invitados de gran prestigio internacional (Gimeno, Chailly, Orozco-Estrada, Vasily Petrenko, Honeck, Manacorda y ya un amplio etc). Hoy en la “etapa Gaffigan” la formación vive uno de sus más álgidos periodos.
Comenzó Luisi (Génova 1959) con premura (tal como hace en su grabación de 2007 con la Staastkapelle de Dresden), lo que, debo reconocer produjo que me asaltaran las dudas sobre lo que íbamos a escuchar si la tendencia iba a ser esa a lo largo de los tres cuartos de hora. La “Salida del sol”, primer gran clímax de la obra, la narró con demasiado apresuramiento, a la velocidad del rayo. Sin embargo, desde ahí, las dudas se disiparon tan rápido como llegaron, y el director italiano de la mano de la OCV, se adentró en una lectura para la historia: profunda, emotiva, espectacular pero también intima. Una dirección que obró el milagro y nos contó con asombrosa transparencia todos los detalles y secretos que la partitura encierra, que son miles, de esta historia entre el hombre y la creación, y a su vez nos permitió contemplar la grandiosidad del paisaje desde lo más alto. Hubo tantos momentos imborrables y cuesta elegir a penas un puñado: la irrupción de las trompas desde fuera de la escena creando un efecto musical tremendo en la sala, además del toda la parte central con la llegada a la cumbre en la que aquí sí, Luisi narró con toda la pausa del mundo, recreándose en cada instante y llevando la música al paroxismo; la calma previa a la tormenta fue convertir literalmente la música en imágenes ante nosotros, la puesta de sol, un pasaje de una cruda belleza desolada, fue un instante de éxtasis y lujuria sonora de las cuerdas.
La OCV vive un momento glorioso y la Sinfonía Alpina, obra que para Strauss era su cumbre en su capacidad orquestadora, es un termómetro perfecto para el estado de una gran formación sinfónica. Tremendo fue el sonido que extrajo Luisi del conjunto, siempre trabajado desde el mismo corazón de la formación que no es otro que la milagrosa cuerda que, hasta en los instantes más decibélicos, sostuvo el sonido global que tenemos la fortuna de disfrutar en nuestra ciudad, cosa que hasta que creó una orquesta como esta, que es capaz de mirar de tú a tú a las grandes formaciones internacionales, era algo imposible en nuestro país. De entre los solistas un fabuloso Bernardo Cifres en la trompa en tantos instantes de auténtico riesgo, el arrebatador oboe de Christopher Bouwman en el memorable solo, repetido por dos veces instantes antes de irrumpir todo el metalal poner un pie en la cima, enorme Gratiniano Murcia que puso a prueba la resistencia de las membranas de sus timbales con la llegada a lo más alto del pico, clímax de toda la obra, o la trompeta de Rubén Marqués en instantes tan comprometidos como “el glaciar”. Por familias es difícil señalar una por encima de otra, pero unos y otras nos llevaron por los prados alpinos, las zonas más peligrosas, nos perdimos en la maleza, nos adentramos en una terrible tormenta estival y llegamos por fin a casa sanos y salvos. Un público, buena parte joven, que llenó el auditorio, atado a sus butacas por la fuerza de la música estalló con el último pianíssimo, en agradecimiento por tanto recibido.
Otra obra magistral pero diametralmente opuesta, aunque con todas las esencias Straussianas en su escritura, se interpretó en la primera parte. Las Metamorfosis para orquesta de cuerda fue el mejor prolegómeno para lo que estaba por venir, a pesar del tono desesperanzado. No exagero si la escuchada es hoy en día la mejor versión posible por un conjunto español pues no hay cuerda igual sobre la piel de toro. Luisi y los 23 músicos transmitieron todo ese clima desolador de una música que no es más que un grito desesperado. No es baladí mencionar el sentido último de la magistral obra con que se abrió el programa: Metamorphosen fue escrita en 1945 al finalizar la Segunda Guerra Mundial y la descarnada desolación que transmite es debida a la impresión que recibió el compositor al conocer que el teatro de su ciudad, Munich, fue destruido en un bombardeo, ante lo cual Strauss, ese hombre, ese titán capaz de “todo” musicalmente hablando, una celebridad, ya anciano, no pudo sino exclamar: “¡El mundo es muy cruel. Me han aniquilado!”. Fue estrenada en 1946, falleciendo Strauss en 1949. Después de todo aquello, y más estos momentos históricos que vivimos, no parece haber cambiado nada.
FICHA TÉCNICA
8 de junio de 2023
Palau de Les Arts
Obras de Richard Strauss
Orquesta de la Comunitat Valenciana
Fabio Luisi, director musical