La universidad es una de las creaciones más valiosas de la historia humana. En su versión más afortunada, hace posible que las personas se formen, investiguen y maduren a lo largo de la vida. Capacita candidatos para ocupar puestos en la administración o las empresas. Genera conocimiento con aplicaciones tecnológicas o comerciales. Además, educa a ciudadanos en determinadas virtudes públicas como la disposición a aprender y el compromiso con la verdad, de tal manera que la universidad permite un distribución más justa de las oportunidades de la vida del mayor número posible de personas y no sólo de casos particulares. Dicho con toda brevedad, hace que cohabiten la idea del incremento de uno mismo y de la solidaridad. Algo con tanto valor sólo es posible que se proteja y propicie. Sin embargo, no siempre es así. Hay demasiados casos de cómo en nombre de la ciencia, de la patria o de la salud, los académicos y los científicos se aprovechan del poder político, económico y la somnolencia de la sociedad. De este modo han contribuido a crear instrumentos de dominación y destrucción de seres humanos y de la naturaleza como las máquinas de guerra o métodos de enriquecimiento salvaje como las estrategias de marketing para el consumo masivo de opiáceos en Estados Unidos de América, que han provocado más de 350.000 muertes en los últimos veinte años.
En las élites valencianas conviven actitudes diversas hacia la universidad que condicionan su estado de opinión y conducta. Aquí destaco las más importantes por sus potenciales efectos perniciosos. La disposición mayoritaria es la indiferencia y el desinterés. “No es asunto mío”, “no me importa” se escucha en cualquier dependencia como una grabación en cinta magnética de los casete del siglo pasado. En contraposición a ello, la visión minoritaria es la candidez y credulidad de los militantes de la autonomía universitaria, personas que dan por bueno todo lo que venga de los claustros: “cuanta más autonomía universitaria mejor”. En tercer lugar, está la condescendencia de los que reconocen insuficiencias en la financiación pero propician un modelo “mesa camilla” en la que se sientan los rectores y rectoras y el poder político para pactar asignaciones presupuestarias tipo cesta de navidad. En cuarto lugar, existen algunos grupos de poder e influencia que demuestran una genuina desconfianza hacia todo lo que viene de la universidad: “el lobby de los rectores y rectoras tiene muchísimo poder… hay que estar alerta, vigilante porque son un pozo sin fondo que todo lo traga” Finalmente, está el resentimiento, incluso la hostilidad de quienes sienten placer por meter el dedo en el ojo de la universidad porque les parece muy cara y llena de privilegiados, vagos, criticones y desagradecidos: “ahora os vais a enterar”.
Esta atmósfera emocional antiilustrada también ha penetrado con fuerza en los órganos de gobierno de la academia siguiendo un mecanismo de acción-reacción. Cuando el rumbo de la nave es tranquilo, lejos de las borrascas, un silencio de indiferencia, credulidad o condescendencia se hace sonoro. Cuando las aguas se agitan, por ejemplo, por la filtración del dineral que cobran los gerentes de las cinco universidades públicas o por las dificultades en poner en marcha el III convenio colectivo del personal laboral, entonces el recelo y el belicismo se hacen omnipresentes. En estas circunstancias, los poderosos empujarán para que la universidad sobreviva exclusivamente en la rentabilidad económica, en un duelo a vida o muerte. Pero eso es una regresión en el desarrollo institucional, una vuelta a la supervivencia en el campo de batalla o en la selva, donde los animales están obligados a comer, reproducirse, criar y descansar en constante riesgo vital esperando que sea otro y no uno mismo el animal devorado o el soldado abatido.
Los problemas penden sobre el tejado de la universidad pero también del Consell, Les Corts y la sociedad en general. El actual sistema demuestra signos de agotamiento al menos en las relaciones institucionales, la financiación y la estrategia de titulaciones e investigación. El respeto y la lealtad deben ser los railes sobre los que circule cualquier relación institucional por lo que no es posible tratar a los rectores y rectoras como un grupo de adolescentes que sufren un ataque de pánico colectivo cada vez que hacen declaraciones críticas pero la universidad tampoco debería considerar al President como el padre que todo lo puede y al Govern como un brazo ejecutor a su servicio. El interés y la sensibilidad en materia presupuestaria forman parte de la responsabilidad pública de todos.
Sin la riqueza que aporta el progreso económico sostenible, muchísimas cosas buenas y valiosas simplemente no se pueden conseguir. La atención sanitaria universal, la educación obligatoria y la dependencia son elementos sustanciales del estado de bienestar pero la universidad también. Corresponde al Govern y a los grupos parlamentarios garantizar una red económica estable, un modelo de financiación plurianual basado en reglas claras y consensuadas que propicie la competencia y la cooperación entre las universidades para llegar a algún lugar, ¿a dónde? ¿A tener un Nobel? ¿A entrar en la franja de las 50 mejores universidades del ranking académico de Shanghái? ¿A ayudar en el cambio de modelo productivo? ¿A propiciar una sociedad de los intérpretes según la definición de Daniel Innerarity? Algunos de estos objetivos son compatibles entre sí, otros no tanto.
En cualquier caso, el sistema con la participación de las universidades públicas y privadas tendrá que hacerse cargo de una nueva estrategia de internalización de los títulos con la construcción de verdaderas universidades europeas, la construcción inmediata de titulaciones que respondan a necesidades próximas como la emergencia climática y la salud global, el respeto al profesorado universitario y, por último, la consideración de aspectos individuales y madurativos del alumno, que van más allá de la métrica de las notas a la hora de elegir un grado académico. Desde el punto de vista de la investigación, tendríamos que ser capaces de conseguir que plusmarquistas del Olimpo de la investigación mundial trasladaran su actividad a los viveros de la universidad. Pero haciéndolo compatible con programas generosos para grupos y científicos de la universidad y para los estudiantes durante el trabajo final de grado y de máster. Los estudiantes tienen que hacer propio el método científico (adaptado a cada disciplina) que les inmunice frente a la antipatía generalizada por la evidencia. La interiorización de esta herramienta es una de las mejores vacunas frente a los populistas manipuladores de la mentira y la desconfianza.
Aunque la cuestión universitaria es compleja, los grupos políticos que sostienen el Botànic II y, especialmente, el president de la Generalitat Valenciana se han comprometido en la creación de una nueva Conselleria de Innovación, Universidades, Ciencia y Sociedad Digital para conversar y acordar sobre las angustias y las ambiciones de esta institución tan valiosa. Pero no podemos mirar nuestra creación con complacencia. El empeño se disolverá si los directores e interpretes en juego no tienen una preocupación genuina por proteger y potenciar este espacio de la intersubjetividad, si no entienden que es ahí donde se realizan los verdaderos descubrimientos y, sobre todo, si no aceptan que es un agente fundamental para edificar una convivencia respetuosa, plural y altruista en una autentica comunidad de ciudadanos.
Rafael Tabarés-Seisdedos, Secretario Autonómico de Universidades e Investigación de la Consellería de Innovación, Universidades, Ciencia y Sociedad Digital de la Generalitat Valenciana.