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el cudolet / OPINIÓN

València 2007: el turismo inscrito en nuestra propia idea de libertad

2/10/2021 - 

He viajado una pizca de mi tiempo en tiempos de cólera. Es lo que tiene paginar, leer, y descubrir a través de la lectura el pensamiento de otro ser humano que ha visitado lugares recónditos que jamás podré caminar. También, gracias a mi colega José Izquierdo conocí la obra del romano Marco D' Eramo. Un tipo sensato y alejado de la absurdez de la moda de la filosofía instantánea. Nací en la era de la fotografía analógica. De Supergarcía en la hora cero. De los videoclubs. Del Peta Zeta. De los dos rombos. De los caramelos Selz. Del pan doble. De la mercromina. 

Llevo dándole vuelta al último debate generado por la aplicación de la posible tasa turística. Estoy totalmente de acuerdo en la formas. No en el fondo. Es lo que tiene pensar libremente. O ser un librepensador. He sido un privilegiado en mi infancia y adolescencia porque he recorrido muchos kilómetros en tren, avión, y pullman. En la  actualidad circulo poco. Pedaleo menos. No he cruzado el charco pese a que mi abuelo Pepe Nebot Chornet, aconsejaba que había que realizar los desplazamientos de larga distancia en la eterna juventud, y dejar los de cercanías para la vejez. Creo que algo de razón tenía el hombre. 

También conocí una València gris. Plomiza. Sin río. Una València sin paracaidístas durante la Semana Santa y el mes de agosto. La ciudad permanecía cerrada. Solo quedaba un Centenar de la Ploma de horneros, farmacéuticos, policías y otros servicios de primera necesidad. Todo esto cambió en el momento que Rita Barberá se empeñó en acicalar un Mestalla de Champions. Albergar una final europea al estilo soñado del locutor de radio deportivo Pipi Estrada. 

Casi siempre he escuchado las plegarias de los profesionales del taxi. Hacen una labor encomiable al servicio público. Informan del estado de la ciudad.  Les han dado una puñalada por la espalda con la apertura de la iniciativa privada en el sector del transporte de viajeros. Estos conocen las entrañas de València. Son el alma del Cap i Casal y deberían asesorar a los que nos gobiernan. No duermen. Visibles las 24 horas. Siempre reconocen que durante la America`s Cup funcionaron bien. No es el momento de otra regata. Todos los días podían menjar millor. No arroz de bogavante, eso ya lo hacían otros, la casta, pero podían comer de cuchara.

En un viaje en los años ochenta a la Unión Soviética, no soy comunista, a mi hermano le advirtieron en Yalta que tenía que pagar en una playa por bañarse. Era privada. En los noventa en un tour a la ciudad de Brno, los naturales quedaban exentos de pagar en el transporte público, mientras que los turistas, mi caso, pagabamos el billete. Así podría enumerar algunos más. 

Lo de incluir una tasa a los forasteros no es una idea descabellada. A cualquiera de ustedes les meten tasas hasta en la factura del agua, como la del reciclaje y siguen viviendo en València. No se marchan. Por ese impuesto nadie dejará de viajar ¿Cuánto dinero se deja el Ayuntamiento de València en tareas de limpieza y mantenimiento durante la semana fallera?  El importe destinado acaba repercutiendo en nuestra propia factura. En la del ciudadano de València. También esta tasa servirá por apostar por un turismo menos agresivo. Hubo un tiempo en que las discotecas de postín no permitían el acceso al local si llevabas unas zapatillas de deporte. Tras la medida algunos calzaron un calcetín blanco con zapatos (escayolines) Con el cambio te podías tomar un copazo o dos. Todo esto viene al caso que no hay que tener ningún miedo escénico a la tasa. 

El que prentenda visitar lo que queda de una València en cenizas, vendrá igualmente. Digo lo que queda de  ciudad, porque aprecio un cambio de modelo de València bastante impersonal. Cada vez que la recorro me encuentro con un centro plastificado por las franquicias, unos barrios dominados por el comercio de alimentación procesado, y una periferia controlada  por la comunidad china tras el café de la mañana. Sin olvidarme de cómo siendo una polis con aroma a huerta, la sociedad paquistaní e india controlan el sector de la fruta y la verdura. Me duele. Pero es así. No invento nada. 

Lo único que intento aconsejar tras la posibilibidad de aprobar este impuesto, es que la recaudación se destine entre otros, a sufragar cursos de inglés u otras lenguas a los trabajadores de hostelería o del sector del taxi por poner un ejemplo. Llevamos mal lo de la lengua de Shakespeare.  Ana Botella y la EGB tienen la culpa. Yo también. Con perdón mi inglés es el de Paco Martínez Soria. Y eso que ya tenemos un presidente que por fin lo chapurrea. Pues eso, recuperemos el estilo que nos caracteriza como pueblo y caminemos por conseguir un ciudad habitable para el que venga a visitarnos. ¡Más arroz y menos tartana! 

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