En abril del año 2002 tuve la fortuna de recorrer las calles del Cap i Casal junto al agricultor francés José Bové, uno de los destacados líderes mundiales antiglobalizadores. Y tuve también, la desgracia de ser cazado por un medio local en una instantánea en medio de las marchas. A posteriori aquella foto me costó algún codazo que otro en las gradas de Mestalla. Siempre he cuestionado la globalización. Creo que es perjudicial para la salud. Nociva. En aquellos años esperaba el correo con cierto anhelo para recibir el ejemplar de Le Monde Diplomatique de Ignacio Ramonet.
Consumía cualquier lectura que hiciera pensar lo contrario a las doctrinas y dictaduras del mercado. No quería ser un número más. Pretendía ser un ciudadano más. Entre las páginas de dicho tabloide de carácter mensual conocí al "profesor" Chomsky. Sus sabios y razonados escritos me hicieron rasurar el coco, pensar y reflexionar. Un ejemplo de sus enseñanzas, en la práctica, es la de recibir con cierto escepticismo un informativo con noticias sobre la guerra de Ucrania, en el que los titulares señalan la culpabilidad de todo lo que está sucediendo a Putin. Yendo más allá, a veces estos perversos contenidos van tomando conciencia de uno para alienarse al lado de los otros sin apenas sólidos fundamentos. Estos sirven para no pensar demasiado, sirven para apoyar la intervención militar sin fisuras y sirven para tener el mínimo criterio de opinión.
A fecha de hoy, a la única conclusión que he llegado ha sido la misma que muchos de ustedes, la maldita inflación que estamos sufragando, y en pensar en los miles de indefensos ciudadanos de ambos países que están sufriendo un guerra, primero oculta y ahora por orden de alguien retransmitida. Todo esto gracias a la pluma de Chomsky entre otros. Un "profesor" que este fin de semana estará en nuestra ciudad compartiendo por videoconferencia los males que nos aquejan, o por lo menos nos hará pensar en ellos de forma diferente. Este filósofo sí es un necesario influencer. Con eso me conformo.
Y de todo este macroevento cultural celebrado a bombo y platillo en el principal ágora del Cap i Casal, en la antigua y renovada Plaza de San Francesc, y en otros puntos de la ciudad, me duele en el alma que haya tenido que aterrizar de la manos de un diario de información de capital no valenciano. Me quedé en lista de espera para escuchar a mi profesor, pero en mi biblioteca siguen muchos de sus textos publicados. He sacado otra conclusión, en casi dos legislaturas del gobierno del cambio, si no es por la iniciativa privada, artistas independientes o gestores, la vida cultural en València sigue en caída libre, como el Palau de la Música, cerrado a cal y canto, o el Nou Mestalla sin hoja de ruta aparente.