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el cudolet / OPINIÓN

València, ciudad eterna de la fiesta: fiebre en el sábado noche

12/09/2020 - 

En un prolífico artículo del brillante Paco Gisbert, colaborador de Plaza Deportiva, para la revista Panenka, Gisbert retrataba con su habitual picaresca literaria la vida nocturna y social de los jugadores del equipo de Mestalla. La ciudad de la fiesta eterna.  Él fue el padre de la criatura. Del enunciado. A Paco he tenido el gusto de conocerlo personalmente. Mi padre fue primero, yo después. Incluso viajamos juntos en pullman hasta Milán, siendo compañeros de butaca, para ver la segunda final de la Champions league que enfrentó al Valencia CF y al Bayer de Múnich. Perdimos en la tanda de penaltis. No he perdido la esperanza de ver como el Valencia, aunque corren malos tiempos, conquiste Europa. A Paco hay que leerlo. Tiene mucha pólvora. Merece la pena. Es de esos escritores que tiene poco que decir y mucho que contar. Fresco, mediterráneo y audaz, creo que ha conseguido lo que buscaba en la vida. Lo seguí con regularidad cada viernes que acudía a mi kiosco de cabecera para adquirir la cartelera Turia o cuándo firmaba sus reflexiones en el diario El País. Punzaba. Ahora los lectores deportivos de esta plaza pueden saciarse de sus opiniones.

El artículo en cuestión lo extrapoló a otros menesteres que nada tienen que ver con mi pequeño momento de libertad en un tiempo abonado a las restricciones. Una de ellas, el ocio nocturno, tocado y hundido, como cuándo disfrutábamos compitiendo siendo niños con el juego de mesa Hundir la flota que algún mago dejaba en el comedor de nuestros hogares.  Ocio del que todos o casi todos, hemos disfrutado en alguna noche de parranda con los nuestros por las discotecas o salas de fiestas más avenidas de la ciudad. Con esto no quiero decir que los valencianos solo extendamos nuestra vida social a la fiebre del sábado noche, somos incluso más bullangueros que el propio John Travolta. El valenciano por su ADN suele ser de carácter festivo y jovial. Le gusta estar a la fresca. Marcar con la X en el calendario todas las fiestas habidas o por haber. Somos falleros. Somos festeros. Hasta nos hemos apuntado a la absurda moda de la noche de los muertos vivientes. Yo conocí, como muchos de ustedes, una ciudad discotequera. Nuestros mayores se reunían en paradores o salas de fiestas, mi generación en discotecas. Aquellos centros de ocio con moqueta que, además de servir para bailar, servían para tomar una copa y charlar con amigos y amigas.

Así lo retrataba algún gerente que otro cuando vino la revolución con el nacimiento de Woody en 1981, o el renacimiento de otras tantas, Suso's o la mega Distrito 10, o la propia Pachá. Fui más de visitar esos templos de la música capitalinos y urbanos que los de la ruta. No fui rutero. Ni tampoco soy mutuero. Y al hacerse uno más mayor de la cuenta, cambia sus hábitos, sus rutinas y hasta sus formas de salir. Ahora el reguetón y el botellón han acabado con despoblar parte del jolgorio. A veces echo de menos las bravas y jugar al durito. Como Amazon acabará con el comercio presencial si no lo frenamos a tiempo, como la covid 19 acabará finiquitando otros tantos y tantos negocios. Los empresarios de la noche están negros. Hace unos días hablaba por teléfono con Jesús, gerente de Blue Iguana, local de solera situado en el bajo Ensanche, en la calle del Almirante Cadarso, sala con más de 30 años en la escena nocturna de la ciudad y sufriendo esa fiebre que no es otra que ver reducida los ingresos en sus cajas registradoras. Lo noté muy preocupado y, lo peor de todo, sin saber qué sucederá en un futuro con su negocio al volver a prorrogar 21 días más la Generalitat Valenciana las restricciones sobre el ocio nocturno.

Jesús no solo es el único. Son muchos más. La lista es innumerable. Y las subvenciones a este sector son insuficientes o no llegan. Si fuimos capaces de apoyar a bares y cafeterías, también debemos hacerlo con ellos. El ocio nocturno es parte de nuestra vida social. Es innegable. Y por mi mediana edad he dejado de militar en ella con el radio de frecuencia que lo hacía antes. Yendo más lejos y sin sumarme a la fiebre negacionista que respeto, me pregunto si en estos momentos de revisión del primer y duro confinamiento, esto de las prohibiciones son fórmulas simétricas a las practicadas en la guerra contra el tabaquismo. ¿Velar por la salud de los ciudadanos? o ¿Velar por los intereses del gasto sanitario del Estado? Con el tabaquismo ocurrió más de lo mismo, economía contra salud, es decir, cómo costear un tratamiento de cáncer de pulmón con el aumento de los impuestos a las tabaqueras, no prohibiendo la venta. Fariseísmo puro.

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