A la ya archiconocida dualidad en el desplegable de la memoria con las dos placas identificativas del lugar de la fundación del Valencia CF, se suma otra de reciente actualidad. La plaza del Coronavirus. Con la del Dr. Collado, las cuatro fluctúan a pocos metros de distancia. Y a un no residente o forastero que viene a disfrutar del buen tiempo, de la gastronomía, y hacer negocios puede incluso llevarle a la confusión. Enfrentadas por la ciencia, los vecinos del Turia y falleros del Dr. Collado no debieron dar crédito a la coexistencia temporal con el más que sorprendente titular del virus invisible. Con un argumento más que discutible, con todos mis respetos, la iniciativa municipal cuenta poco ingenio y menos gracia, buscando despertar conciencias entre los valencianos ante la falta de inversiones en el mundo de la ciencia. La polémica está servida. Y los correveidiles de turno, ante tal machada rotuliana, han hecho leña del árbol caído. ¡Benditos pulgares!
Aviso a navegantes, modernos, líquidos y lectores digitales, algunos de ellos que no se detuvieron en el Ministerio del Tiempo para cotejar correctamente las explicaciones del concejal de turno. La instalación de la placa es de carácter provisional y dicho despropósito en el callejero confirma que València es la ciudad de las plazas y también de las placas. Si el objetivo de la rotulación era generar un poco de debate entre los capitalinos, tras la ejecución, lo han conseguido. Hoy escribo sobre ello. Me propongo cuestionarlo. Incluso hubiera ido más lejos en la rebautizada plaza donde habitan todavía negocios familiares de estirpe local como son el Café Lisboa o Bar Kiosko entre otros, sin dejar de olfatear el olor a buñuelos de calabaza. Ante tal embiste ocular he prestado cierta atención a alguna propuesta de carácter político sobre la necesidad de retirarla, ¡tampoco es la estatua del Dictador! pero he de reconocer que, ya que el daño está hecho, mi sugerencia es darle la vuelta, al estilo setabense con el retrato de Felipe V.
Ambos han y están siendo dañinos a los valencianos. La historia debe recordarlo. Son leyendas negras. Y ya de paso que nos hemos atrevido a polemizar y estando en un entorno singular a pocos metros de la recién rebautizada y sostenible plaza premiada por ellos mismos, triturada en las páginas amarillas con múltiples titulares de plaza roja o de los maceteros, entre otros, por qué no afianzamos en la plaza una placa que recuerde el nombre de San Francesc, o si me lo permiten por esto de la sensibilización con el medio ambiente, de los Huertos de San Francesc. Estando cerca en este calendario vírico de celebrar la fiesta de todos los valencianos, no estaría nada mal refrescar la historia del lugar donde se ubica el Ayuntamiento, construido sobre unos terrenos que el Rey Jaume I concedió a los monjes franciscanos para desarrollar su obra. Con tan solo pasear un poco por nuestra ciudad y detenerse en los alrededores de un parque de Nazaret, patio trasero marinero, uno descubre que, ante la falta de recursos, el ingenio y la gracia puede darte una grata sorpresa.
Así reza el recadito de los vecinos en una de las paredes de acceso al inacabado e inadaptado parque: ¿Y si antes de empezar lo que hay que hacer, empezamos lo que tendríamos que haber hecho? Pues eso, sigamos convirtiendo a València en una polis de plazas y al uso de placas y colguemos panza arriba en el hall principal del Cap i Casal el buen nombre de Plaza de San Francesc. Espacio endomingado por los complejos de una batalla del pasado, en un momento en el que, gracias a una Barcelona enfrascada en una lucha identitaria y Madrid apoderada de una república enquistada, València pueda avanzar para situarse en una mejor posición en el mapa geográfico de España. Que no quede en una ilusión óptica. Al callejear, los valencianos podríamos acostumbrarnos a observar otro rótulo más sobre una de las fachadas de la plaza.