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Parèntesi / OPINIÓN

Valencia, moneda de cambio

15/05/2020 - 

El Gobierno de España ha noqueado en apenas unos días a dos cómplices leales, lo cual deja al descubierto, una vez más, las terribles costuras de la clase política y la escasa competencia de los actuales gobernantes. La fragilidad que se infiere de esta forma de hacer las cosas no contribuye, desde luego, a generar confianza en un momento de crisis e incertidumbre. También revela la secular debilidad de los valencianos como sujeto político, desde luego.

El Ejecutivo de Sánchez, en medio de un goteo permanente de llamadas a la unidad, golpeó duro a uno de los suyos, de los más fieles, a Ximo Puig, al apear a 3,5 millones de valencianos de la fase 1 sin mediar otra explicación, hasta la fecha, que excuses de malpagador y un puñado de contradicciones argumentales. El enfado inicial del Molt Honorable y de la consellera Ana Barceló evidenciaron la decepción por la inesperada traición del Gobierno. No en balde Barceló desveló conversaciones en que se dio por hecho desde Madrid el pase a la fase 1 de todo nuestro territorio. Al final se impuso el ninguneo, como ya hicieron tantos otros en el pasado, de todo color y condición, y se utilizó a los valencianos como moneda de cambio para encajar otros pactos políticos difíciles de justificar ante la opinión pública, y de paso para minimizar el impacto de dejar en el furgón de cola a Madrid y Cataluña. Horas después de su monumental cabreo, Puig y Barceló rebajaron el tono y la exigencia, como disciplinados chicos del partido de Ferraz, como siempre.

El lamento de la ciudadanía no era tanto por pasar de fase. Objetivamente, en este océano de paciencia, disciplina y perplejidad en que vivimos inmersos, ¿qué más da otra semana? El problema era y es el trato vejatorio desde el Gobierno que se ha percibido en todos los sectores de la sociedad valenciana, el enorme chasco, tras semanas de hacer las cosas bien, y también la falta de reconocimiento al trabajo duro de Puig, Barceló y sus equipos, y a sus buenos resultados. Ni Sánchez, ni Illa, ni Simón dieron explicaciones refrendadas por documentos y criterios técnicos ni las darán, porque no pueden. ¿A alguien se le pasa por la cabeza un agravio así con Euskadi, por poner un caso? Todos sabemos que Sánchez en persona se hubiese desvivido, de inmediato, por lamer las botas del lehendakari a los pies del árbol de Gernika, en señal de disculpa. Nosotros en cambio… no pintem fava. ¿Alguna duda?

No merece la pena abundar en los porqués de Sánchez y su delfín valenciano, Ábalos. Valga de momento constatar los hechos: el gancho de izquierda duro y seco del Gobierno a Puig y, por extensión, al conjunto de los valencianos de los que es máximo representante. Y la ingente torpeza política que revela.

Por si fuera poco, faltaba la reprimenda de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, a Joan Baldoví. Acusarlo de inventarse "problemas que no existen" (refiriéndose al reparto de fondos a las autonomías) o de marear con la infrafinanciación valenciana fue vergonzoso, pero sobre todo fue hacerlo con ese tono irrepestuoso, chulesco y vehemente. El jab al mentón dolió a Baldoví, que ponía cara de no creerse lo que estaba escuchando, y al mismo tiempo consiguió soliviantar a miles de valencianos que jamás han votado a Compromís. El enfado en las filas del partido fue tan monumental como ingenua su reacción. En política se negocia y se pacta en las bambalinas y, cuando se llega a un acuerdo, se hace público. Compromís lo ha hecho al revés: con el calentón aún en el cuerpo, ha lanzado un órdago público a Sánchez que éste no puede aceptar y con ello se ha metido en un callejón del que sólo podrá salir esquilado.

Este nuevo capítulo del (creciente) desencuentro entre Valencia y Madrid nos ha privado de un necesario debate, profundo y sereno: ¿por qué se pasa de un confinamiento muy estricto a abrir bares? No sé ustedes, pero yo, que la gestión de la crisis la he visto, con excepciones, bastante arbitraria, esto de ahora lo encuentro un desvarío. O se apostó antes por un confinamiento demasiado estricto o se apuesta ahora por una desescalada un tanto frívola. Pasar de funerales con un máximo de tres personas a barbacoas de hasta diez delata una arbitrariedad terrible. Antes y ahora.

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