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EL CUDOLET / OPINIÓN

València no es una hamaca: el 'adiós' a una vida de ciudad

Foto: KIKE TABERNER
20/08/2022 - 

Hace tiempo que no encuentro a los insatisfechos realizar una lectura crítica del nuevo contador de València. Me refiero a lo insoportable, incómodo y difícil que se ha convertido pernoctar con cierta alegría y equilibrio en el Cap i Casal. Todo son salves patrióticos y patrióticas y fotogramas a proyectos en 3D recuperados para la ciudadanía. Poco o nada sirven. Pura fachada. La vida en la ciudad no fue lo que es.

Acabé huyendo de ella no por imposición, sino por decisión propia. Sigo viviendo de murallas hacía fuera, al sur, lo prefiero al norte, en la periferia marinera. Aquí prevalece el viejo idioma. El lenguaje. El apretón de manos. La cazalla. El saludo. Los acuerdos en servilletas. La palabra. Me conformo con eso aunque a veces uno no predique con el ejemplo.

Hace unos días leí una noticia dolorosa, València era la ciudad del Reino de España que más había subido el precio del alquiler de las viviendas. La news, lejos de ser positiva tenía varias valoraciones. La primera, el no desear que València siga los pasos de una inmolada city mediterránea, Barcelona. Apartamentos destinados al ocio turístico. Y la segunda por alienarme con Mauricio Colmenero, personaje cómico de la serie Aida, "València no te reconozco", el hostelero lo afirmaba sobre el Reino de España.

Foto: KIKE TABERNER

Nunca fui un chico de barrio, soy un apátrida, pese a nacer en el corazón de Ruzafa, mi niñez y adolescencia se desarrolló en una xicoteta isla del bajo Ensanche a espaldas de Monteolivete. Aún así, he interactuado con múltiples negocios de proximidad: mercería, zapatería, talleres de coches, despacho de pan, lechería, cervecerías, papelería y clubs de alterne entre otros.

Poco o nada ha tenido que ver el momento de decidir y anunciar el exilio de la casa familiar. Es lo que tiene la división de poderes, o en su defecto, aceptar herencias. La familia y yo nos marchamos. Aquellos negocios perecieron como la música de los ochenta, pese a que alguien intente resucitarla a base de soporíferos tardeos. Todos estos pequeños comercios fueron jubilados por pizzerías, tiendas de alquiler de bicicletas o patinetes, estudios de tatuajes, pisos de alquiler vacacional, y, o, bares sin mucha miga regentados por ciudadanos de otras culturas emergentes.

Foto: KIKE TABERNER

Y para colmo, siendo una ciudad de huerta, otra comunidad ajena a la nuestra domina en la actualidad la venta y distribución de las frutas y hortalizas. Contra esto ya no podemos luchar, y, si lo hacemos estamos tocados o hundidos. Ahora nos interesa sacar el mayor rédito posible, lo escribió Noam Chomsky, en Lo que importa es el beneficio, prefiriendo rentabilizar las cuatro paredes al alquilar la morada de nuestros ancestros a turistas, que dar cobijo a una familia que su única pretensión es poder vivir.

Por no decir si eres un afortunado y disfrutas de un local comercial en propiedad, teniendo la suerte de que te toque la lotería con el premio de una franquicia de comida rápida o un salón de apuestas. En Peris y Valero ya contamos con un buen grapado de ellas. Esa es la ciudad que estamos construyendo. Sin personalidad. Sin alma. Sin carisma. El capitalismo sin certificado de calidad nos la está arrebatando. Desde que abolimos la renta antigua a comercios históricos, arrebato decisivo para pasar de pilares robustos a un pladur endeble. Pasamos del plato y cuchara a la bandeja de plástico. Triste. Nocivo. Lo llaman prosperidad. Tiene cojones el asunto. Así es. No hagan juego señores, por favor. La ciudad se merece otro pulso. No seamos ingratos con ella. València te amamos.

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